"La palabra de Cristo es tan potente, es siempre tan actual, que no precisa de matices": para el experto en comunicación Óscar Rivas, esta es una de las principales consignas a la hora de librar una "guerra cultural" que tiene mucho de espiritual. Como especialista y director de comunicación de la Fundación Educatio Servanda -premio ReL en 2018-, no duda en referirse a Juan Pablo II como "el mejor comunicador del siglo XX", también por su influencia en el debilitamiento de un socialismo que en los últimos años "ha acentuado de manera exponencial su agresividad".
¿Depende del lenguaje el mundo tal y como lo conocemos? ¿Hasta qué punto ha permeado la "neolengua" en el ámbito provida e incluso religioso? ¿Es la manipulación del lenguaje uno de los causantes de la crisis de la familia y del matrimonio? Son algunas de las cuestiones que responde Rivas a Religión en Libertad tras la publicación de `Venenosos. Cómo combatir el lenguaje totalitario de las izquierdas´ (La Burla Negra). Un libro que aborda las grandes pugnas ideológicas del presente sobre el lenguaje -desde lo estrictamente político al ámbito provida, lo woke o de la ideología de género- y que se presenta estas semanas, la próxima el 17 de octubre a las 19:30 horas en Pie en pared (C/Marqués de Cubas 23).
-¿Por qué escribir un libro como Venenosos?
-Cualquiera puede ver que nos encontramos en un contexto de guerra cultural, no solo en España. Esa guerra se dirime en diferentes batallas: la histórica, la religiosa, la educativa, la antropológica… Pues bien, una de esas batallas es la del lenguaje, que afecta a todas las demás, y que abordo en este libro. Mientras que la derecha apenas le presta atención, la izquierda sabe bien de su relevancia. De hecho, en Venenosos demuestro cómo una de las claves que explican la conquista del poder por la extrema izquierda sanchista en España radica precisamente en el lenguaje.
-¿Cuál es?
-La izquierda habla como piensa, mientras que la derecha habla como piensa la izquierda y, en consecuencia, también piensa como ésta. Monedero, cofundador de Podemos, lo expresa con notable nitidez: “Las palabras pueden actuar como dosis ínfimas de arsénico: uno las traga sin darse cuenta, parecen no surtir efecto alguno, y al cabo de un tiempo se produce el efecto tóxico”. Es inexplicable que el centroderecha no haya aprendido esta lección.
-Su libro es toda una declaración de intenciones contra el "lenguaje totalitario". Pero ¿cuál o cómo es ese lenguaje?
-Más que una declaración de intenciones yo creo que es una afirmación rotunda. Escuchar, analizar su lenguaje permite comprender que reúne todas las características del viejo totalitarismo de izquierdas. Es Orwell traído al siglo XXI. Su lenguaje, cuajado de odio y mentiras, es venenoso porque su pensamiento también lo es. Simplificando mucho es el “nosotros” frente al “ellos”, no conciben una convivencia pacífica y democrática donde haya un espacio para “todos”.
`Venenosos. Cómo combatir el lenguaje totalitario de las izquierdas´, disponible en La Burla Negra.
Durante la elaboración del libro he tenido que realizar un ejercicio de retrospectiva. En el último medio siglo, y no digo ya más atrás, porque ya sabemos la historia, las izquierdas se han servido siempre de un lenguaje de acoso y derribo contra sus adversarios, que para ellas son enemigos. Ello, no obstante, su agresividad se ha acentuado de manera exponencial en los últimos años, fundamentalmente a raíz de la llegada de Zapatero al poder.
-En una coyuntura donde la libertad de expresión se antoja como un dogma sagrado, ¿por qué se debería combatir el lenguaje de una determinada tendencia?
-Porque las palabras no son neutras, tienen un significado muy concreto. Esta significación en el lenguaje político adquiere connotaciones ideológicas. Si acatas el lenguaje de izquierdas e introduces sus palabras en tu vocabulario, asumes también su pensamiento. Por ejemplo, no es lo mismo definir el aborto como una “interrupción voluntaria del embarazo”, que señalarlo como lo que verdaderamente es: un asesinato. El Papa Francisco se muestra preciso cuando a quienes lo perpetran los define como sicarios. Juan Pablo II, en mi opinión, el mejor comunicador del siglo XX, no se conformaba con calificar el aborto como un crimen; además, lo reforzaba con un adjetivo: “abominable”.
En la actualidad, sin embargo, el poder dominante, no solo de izquierdas, considera el aborto como un derecho humano. ¡Que una madre decida matar a su hijo, un derecho humano! Es el terror hecho política, un retorno premeditado a la barbarie precristiana. Combatir su lenguaje equivale a poner sobre la mesa un debate que nos están hurtando, equivale a no acatar sus imposiciones ideológicas Si no combatimos su lenguaje, estamos aceptando lo que este significa.
-Dedica multitud de ejemplos y menciones a cómo incluso lo que se considera la derecha ha asumido ese lenguaje. ¿Cuáles cree que han sido las grandes victorias de la neolengua en este campo?
-Las izquierdas avanzan de victoria en victoria y no parece que vayan a ser derrotadas a corto-medio plazo, en buena medida por la actitud de su adversario que en España no suele comparecer en este campo y, cuando lo hace, transige con todo lo que le imponen aquellas.
El mayor éxito de las izquierdas es haber conseguido cambiar el sentido común. Como buenos gramscianos, el sentido común por el que abogan no obedece a los parámetros de lo que el ciudadano común entiende por sentido común. Por el contrario, tiene una correspondencia ideológica. Para el comunista Gramsci, cambiar el sentido común implicaba alterar la concepción del mundo tradicional en términos ideológicos. Pablo Iglesias, en sus primeros tiempos, aterriza muy bien el concepto cuando se marca como fin conseguir que sus ideas sean normalizadas por la sociedad española. Alcanzado este hito el siguiente es conseguir que sus adversarios terminen pensando como ellos.
`Son tantas y tan pesadas las cadenas con las que carga el joven de hoy que solo el mensaje de Cristo puede liberarle de su alienación´, afirma Rivas.
-Sorprende que usted afirma en su libro que Margaret Thatcher, la que fuera primera ministra de Gran Bretaña y líder del Partido Conservador durante más de una década le sirve a la izquierda como referente.
-Hay una anécdota que no solo la ultraizquierda española, sino también referentes comunistas internacionales como Zizek, suelen recordar: cuando le preguntaron cuál había sido el logro político del que se sentía más orgullosa, la Dama de Hierro no titubeó: “Tony Blair y el nuevo laborismo. Hemos obligado a nuestros adversarios a cambiar de opinión”.
De igual forma que Margaret Thatcher consiguió que su agenda liberal se hiciera hegemónica durante lustros en Gran Bretaña, la izquierda española va camino de conseguirlo en España, solo que en sentido contrario. Un ejemplo: el partido que hace no mucho jaleaba “ETA mátalos” hoy marca el rumbo del Gobierno. Hace una década la sociedad española hubiera salido en masa a la calle. Hoy en cambio, puede que nos indignemos, pero no hasta el punto de movilizarnos. En eso consiste cambiar el sentido común. Es verdad que Podemos es una formación marginal, pero logró patear el tablero político. Hoy Sánchez ejecuta cada uno de sus postulados.
-El debate del lenguaje afecta al plano religioso y parece que hoy en día hay una auténtica pugna entre "conservadores", "tradicionalistas" y "progresistas". ¿Cree que los términos se ajustan a la realidad?
-Bueno, lo cierto es que no dejan de ser etiquetas y que, como tales, resultan demasiado reductoras o simplistas como para guardar una correspondencia que se ajuste con precisión a la realidad eclesial, una realidad, por otra parte, ya de por sí compleja. Lo más llamativo para quien se adentra en el mundo católico es la enorme variedad de realidades y carismas que la conforman. Y eso es bueno. No tiene nada que ver con un partido político donde quien se mueve no sale en la foto. Con todo, se trata de etiquetas que ya estaban muy presentes en el marco cultural católico, no ya hace años, sino hace décadas. Y si bien es verdad que, con el tiempo, las connotaciones que contienen han ido cambiando, aun a riesgo de ser reductores, no podemos negar que buena parte de los fieles se sentiría más o menos identificada con alguna de ellas, si bien, salvo excepciones, no hasta el punto de definirse como conservadores, tradicionalistas o progresistas. Por último debemos considerar que estas etiquetas a menudo vienen impuestas por personas ajenas a las etiquetas que describen, y no pocas veces, con voluntad peyorativa.
-Como estudioso del lenguaje y la comunicación, ¿qué opinión le merece el lenguaje empleado por la jerarquía eclesiástica? ¿Cree que se está sabiendo llegar al target?
-Si en mi respuesta anterior ponía en valor la diversidad y riqueza de realidades y carismas que están presentes en la Iglesia, en coherencia con dicha respuesta la forma de transmitir el mensaje, cuando se quiere alcanzar a todos los públicos que componen esa pluralidad, debe también ser diversa.
Si acudimos a los escritos que recogen el mensaje de Jesucristo, los Evangelios, comprobamos que cada uno de ellos transmite el mismo mensaje, si bien lo hace de manera diferente. Lo nuclear en todos ellos es que el mensaje de Jesús no se desvirtúa.
El cardenal Sarah, uno de los grandes referentes intelectuales que, a mi entender, tiene la Iglesia actual, ha escrito en los últimos años libros esclarecedores y ha pronunciado discursos de enorme relevancia. Una y otra vez incide en un mismo aspecto, la palabra de Cristo es tan potente, es siempre tan actual, que no precisa de matices. Si queremos comprender su mensaje en toda su esencia, debemos ir a la raíz. Solo desde esa radicalidad evangélica, que escandaliza, podemos hacer una llamada universal a la santidad.
-Para hablar del mensaje a transmitir es necesario conocer al interlocutor al que dirigirse. Siguiendo en el plano religioso, y si se pudiese resumir, ¿en qué plano viven hoy las nuevas generaciones?
-Los hechos no son halagüeños. Inician las relaciones sexuales a una edad infantil. El aborto, el mayor genocidio de la historia, no solo se multiplica, sino que se valoriza como derecho humano. El Estado los aleja violentamente de sus familias. La adición a la pornografía ataca su antropología Por no hablar de la alienación a la que conduce la adición a los dispositivos tecnológicos. El entretenimiento, que consumen a granel, estimula todo lo anterior, dirigido por una élite cultural, política y mediática que los quiere entretenidos, alienados y, en definitiva, esclavos. Estas, entre muchas otras, son las consecuencias a la que conduce el lenguaje del mundo.
`Misión de audaces´ (Homo Legens), un relato de Óscar Rivas con doce personas que han visto sus vidas transformadas.
Son tantas y tan pesadas las cadenas con las que carga el joven de hoy que solo el mensaje de Cristo puede liberarle de su alienación. Después de dos milenios, su palabra sigue escandalizando al mundo. Es precisamente ese escándalo de amor y verdad el único que puede despertar a los jóvenes del letargo al que los aboca el nuevo orden mundial. Pienso que es eso lo que pretendía señalar el cardenal Sarah cuando afirmaba que los jóvenes nunca se sentirán atraídos por una doctrina aguada. “No hay que tener miedo —enfatizaba San Juan Pablo II—. Abrid de par en par las puertas a Cristo”. La Iglesia debe facilitar esa apertura dando a conocer a los jóvenes la palabra escandalosa que les llevará a encontrarse con el Señor y abrirá sus corazones.
-El joven católico de hoy, al que también conoce según se vio en Misión de audaces, ¿espera de sus pastores un lenguaje directo y confrontador? ¿Un lenguaje que no levante pasiones o que las enardezca…?
-Misión de audaces habla de testimonios de personas que se encontraron con Cristo, explica cómo ese encuentro cambió radicalmente sus vidas. Si bien cada historia es singular, todas ellas encuentran un patrón común: los protagonistas conocen al Señor y experimentan un amor radical que les libera de sus viejas cadenas y encauza sus vidas de una forma inimaginable poco tiempo atrás.
Para serte sincero, si tuviera que expresarlo en pocas palabras no podría decirte cuáles de esos adjetivos que mencionas se prestan al lenguaje que emplearon con ellos los sacerdotes de quienes el Señor se sirvió como instrumento. Lo que sí sé es que se les dio a conocer la Verdad. Como te decía anteriormente, lo fundamental es transmitir el mensaje de Cristo en toda su potencia. Él luego hace el resto.
-Según se lee en su publicación, las definiciones de feminismo tienen siempre connotaciones positivas y las de machismo, negativas. ¿A qué cree que se debe? Quienes las establecen no son en principio "activistas", sino lingüistas…
-La respuesta es muy sencilla. Quien nombra define el campo de juego y, sin excepciones, gana el partido. En este campo, como en todos los demás, quien pone nombre a todo es el mal llamado feminismo.
En Venenosos, me inclino más por denominarlo hembrismo y explico las razones. Es su misandria, su odio al hombre —que no la igualdad— la que ocupa el centro de su relato. Cuando un hombre mata a una mujer se habla de “violencia machista”. Pero ¿cómo se llama cuando es la mujer la que mata al hombre? No tiene nombre. Cuando un hombre pega a un hijo para dañar a la madre es “violencia vicaria”. Pero ¿qué nombre tiene la violencia de la que hace uso la mujer para dañar al padre? Tampoco hay respuesta. Lo que no se califica, lo que no se nombra, no existe. El negacionismo, entre muchos otros, es un atributo nuclear del hembrismo. El problema es que el hembrismo ostenta el monopolio. Debemos aprender a nombrar los delitos y abusos, que no son pocos.
-Antes se ha referido al aborto, una de las grandes victorias de la neolengua. Siguiendo con la estrategia, desde el marketing más objetivo: ¿Provida o antiaborto? ¿Clínicas o abortorios?
-Provida, siempre en positivo y referenciando lo propio. Y desde luego, abortorio. La relevancia de esto que trasladas es tal que dedico un largo capítulo. Me he dado cuenta de que mucha gente que defiende posiciones provida no siempre utiliza el lenguaje preciso. De hecho, en no pocas ocasiones, emplean la neolengua que generan los partidarios de la cultura de la muerte. Siguiendo el ejemplo que propones, hay quien se refiriere a los abortorios como “clínicas abortivas”, lo que constituye un grave error.
-¿Por qué?
El ciudadano de a pie entiende que en una clínica se cura, de manera que el sustantivo en este caso atenúa la gravedad del asesinato perpetrado en el abortorio. La razón es que su percepción de las clínicas es buena. A su lenguaje venenoso lo denominan “lenguaje preferible”, un eufemismo como otro cualquiera que les sirve para blanquear, a través de una premeditada y confusa abstracción, la inmoralidad de sus hechos. A los proveedores de abortos —pues eso es lo que son— nunca les escucharemos hablar de “niño por nacer” o de ”bebé”. ¿Por qué? Porque con estos términos proyectamos la imagen de una persona, de un pequeñísimo ser, más vulnerable que cualquier otro, que tiene derecho a vivir…
-¿Es la del lenguaje una batalla perdida?
-El adversario se esfuerza por enfatizar el carácter irreversible de los cambios que introduce. Con ello, persigue nuestra parálisis. Lo que es seguro es que todo cambio llevado a cabo por el hombre es susceptible de ser revertido, y que la batalla que no se libra se pierde. Da igual cual sea nuestra profesión, edad o circunstancias. Porque del uso que hagamos de nuestro lenguaje cotidiano depende, no solo el futuro de nuestros hijos, sino la supervivencia del mundo que conocemos. Un mundo cimentado sobre esa Verdad que nos hace libres. Creo sinceramente que la principal virtud de Venenosos reside en su sencillez. No se trata de un libro para iniciados. Hay cientos de ejemplos que cualquiera entiende, y ese es el objetivo: conseguir que el lector comprenda que es sujeto protagonista de esta historia y que, a través de su lenguaje, puede contribuir a cambiarlo todo. Para bien, por supuesto.