Cesare Bonivento, misionero del PIME [Pontificio Instituto Misiones Exteriores], ha sido obispo de Vanimo, en Papúa Nueva Guinea, durante veintiséis años, desde 1992 hasta su retiro en 2018. Originario de Chioggia, provincia de Venecia, monseñor Bonivento llegó a esa isla de Oceanía, situada al norte de Australia, en 1981, con el primer grupo de misioneros que volvieron a esas tierras 136 años después del trágico resultado de la primera misión, donde murió in odium fidei el beato Giovanni Mazzuconi.
Giovanni Battista Mazzucconi (1826-1855), sacerdote italiano en Papúa Nueva Guinea, fue uno de los primeros misioneros del PIME. Murió mártir a los 29 años de edad y como tal fue beatificado en 1984.
En su reciente libro El itinerario conciliar del celibato sacerdotal, monseñor Bonivento afronta con claridad un tema candente en el debate eclesial. Y lo hace desde un punto de vista muy interesante, el de las periferias. La diócesis de la que ha sido guía durante tanto tiempo, Vanimo, es más grande que Puglia y Sicilia juntas, y tiene 110.000 habitantes distribuidos entre la costa y las aldeas del interior.
Lorenzo Bertocchi ha entrevistado a monseñor Bonivento en Il Timone sobre la cuestión abordada en su obra, más de actualidad que nunca tras la sugerencia del sínodo para la Amazonia de que sean admitidos al sacerdocio hombres casados:
-Excelencia, en la Iglesia hay quienes piensan que los sacerdotes podrían casarse, porque la cuestión del celibato es sólo disciplinar y no doctrinal. ¿Es así?
-La Iglesia universal de los primeros siete siglos recordó reiteradamente el deber de la continencia sacerdotal tanto en los sínodos y los concilios, como a través de los Padres de la Iglesia y el Magisterio de los Papas. Siempre lo hizo basándose en la enseñanza de los Apóstoles. Por ejemplo, el Concilio de Cartago de 390 afirma: "Conviene que los que están al servicio de los misterios divinos practiquen la continencia completa (continentes esse in omnibus), para que lo que enseñaron los Apóstoles y ha mantenido la antigüedad misma, lo observemos también nosotros". La enseñanza de la Iglesia se remonta, entonces, a la de los Apóstoles: separar la primera de la segunda es absurdo. Por eso se dice, justamente, que la ley del celibato eclesiástico fue instituida por los Apóstoles. Por consiguiente, no es disciplinar sino, sobre todo, doctrinal.
-En su libro sostiene que el celibato no es accidental, sino fundamental en el sacerdocio. ¿Qué significa?
-Que el celibato eclesiástico es fundamental en el sacerdocio es algo que subraya el Concilio Vaticano II. Este nos ha enseñado que existe un sólo sacerdocio, el de Cristo Señor, como atestigua la Epístola a los Hebreos. El sacerdocio ordenado es únicamente participación del sacerdocio de Cristo. Por consiguiente, si el sacerdocio ordenado es sólo participación del sacerdocio de Cristo, debe ser ejercido tal como lo vivió Cristo, que siempre quiso unir el celibato a su sacerdocio. El presbítero recibe esta participación a través de la ordenación sacerdotal, que imprime un carácter especial, ya que el sacerdote es configurado con Cristo Sacerdote, hasta el punto de que el sacerdote actúa in persona Christi Capitis. Es decir, entre Cristo y el sacerdote se crea una unidad inimaginable, por la cual ningún sacramento se realiza sin Cristo, ni ningún sacramento se realiza sin el presbítero. Esta teología la vemos de una manera clarísima en el Vaticano II, pero también la subrayan Pablo VI en Sacerdotalis Caelibatus, n. 21, y Juan Pablo II en Pastores Dabo Vobis, n. 29: "Es particularmente importante que el sacerdote comprenda la motivación teológica de la ley eclesiástica sobre el celibato. En cuanto ley, ella expresa la voluntad de la Iglesia, antes aún que la voluntad que el sujeto manifiesta con su disponibilidad. Pero esta voluntad de la Iglesia encuentra su motivación última en la relación que el celibato tiene con la ordenación sagrada, que configura al sacerdote con Jesucristo, Cabeza y Esposo de la Iglesia".
Monseñor Bonivento, en el destino en Papúa Nueva Guinea que dejó en 2018 tras 37 años como misionero y 26 como obispo.
-Sin embargo, hay quien sostiene que hay excepciones al celibato, como en el caso de los ex sacerdotes anglicanos que quieren volver a la comunión con la Iglesia católica, o el caso de las Iglesias orientales. ¿De qué se trata?
-El caso de los ministros de otras iglesias que piden ejercer el ministerio eclesiástico en la Iglesia católica fue tomado en consideración en 1967 por Pablo VI en Sacerdotalis Caelibatus, n. 42. Él no excluyó esta posibilidad, pero afirmó que la solución a este problema no se consigue perjudicando "la disciplina vigente sobre el sagrado celibato". Con toda probabilidad se refería a la posibilidad de dispensar a dichos ministros del impedimento al matrimonio, pero a condición de que sigan la disciplina tradicional de la Iglesia, algo que Pablo VI recuerda reiteradamente a propósito de los casados que quieren recibir el diaconado permanente. También Benedicto XVI afrontó este problema en la carta apostólica Anglicanorum Coetibus. Sin embargo, parece que la derogación del canon 277.1 del Código de Derecho Canónico se refiere sólo al estado matrimonial, por lo que el permiso que se da a los hombres casados de acceder al sacerdocio debe estar siempre en sintonía con la disciplina tradicional de la Iglesia. Una confirmación igual la encontramos en la carta de la Congregación del Clero del 25 de enero de 2010.
-¿Qué se puede decir de los viri probati, hombres casados de fe probada que habría que "ordenar" para cubrir la carencia de sacerdotes en determinadas regiones? ¿Por qué no?
-Lamento de verdad que tantas personas utilicen la expresión viri probati de manera tan distorsionada respecto a como es utilizada en los documentos eclesiásticos. La terminología viri probati la encontramos en la Lumen Gentium, n. 20, y deriva de una frase aún más antigua que se deduce de la carta del Papa San Clemente a los Corintios, y que se refiere sólo a los hombres dignos de continuar la misión de los Apóstoles, sin ninguna referencia a su estado matrimonial. Lamento realmente que tantos utilicen esta terminología para pedir la admisión de los hombres casados al sacerdocio, sin demostrar ningún respeto por la disciplina tradicional de la Iglesia, fundada sobre los Apóstoles y recordada con frecuencia por los Padres de la Iglesia, los sínodos, los concilios y el Magisterio pontificio hasta el Vaticano II. Es evidente que el uso distorsionado de esta terminología tiene como único objetivo minar la grandeza de la disciplina tradicional de la Iglesia.
-¿Qué piensa de quienes consideran que permitir que los sacerdotes se casen resolvería el problema de la enorme crisis vocacional?
-Ante todo, es necesario recordar que la crisis vocacional es un fenómeno típicamente europeo y de algunos países del continente americano. En otros continentes la Iglesia está floreciendo y es fuente de inspiración, lo que lleva a un aumento en el número de vocaciones. En segundo lugar, es necesario ser conscientes de que Europa sufre una profunda crisis de fe, lo que conlleva una disminución de las vocaciones también en las iglesias no católicas, aunque estas permitan el matrimonio de sus ministros. Tercero, resolver los problemas de Europa diluyendo el sacerdocio con el celibato opcional significaría lanzar un mensaje dudoso a todo el mundo, como si la Iglesia reconociera que ha errado su camino durante dos mil años y sólo ahora entiende que debe actualizarse aceptando la mentalidad del mundo moderno. Aceptar esta solución significa ir contra la finalidad más fundamental de la Iglesia. Para salvar el mundo el Señor siempre ha elegido el camino más difícil, incluido el del celibato, que Él quiso seguir para suscitar con el Espíritu la nueva humanidad de los Hijos de Dios (Presbiterorum Ordinis, 16). Es difícil creer que Él quiera ahora cambiar de ruta y metodología. Lo único que tenemos que hacer es tener fe y seguirle.
Traducido por Elena Faccia Serrano.