Este 15 de septiembre se cumplen 90 años desde que la arqueóloga Hermine Speier (1898-1989), alemana y judía, comenzase a trabajar en los Museos Vaticanos. El Papa Pío XI la protegió tras el ascenso del nazismo en Alemania.

De la Roma italiana a la Roma vaticana

Nacida en 1898 en Fráncfort del Meno en el seno de una familia judía, Hermine Speier destacó por su intelecto y pasión por la arqueología. Graduada por la Universidad de Heidelberg, inició su carrera en el Instituto Arqueológico Alemán de Roma en 1928, bajo la tutela de Ludwig Curtius, quien acababa de ser nombrado director de dicho Instituto. La principal tarea de Hermine fue la organización de la denominada Fototeca, la colección de fotografías del Instituto, como archivo de documentación para publicaciones científicas.

Hermine Speier, en una fotografía de la Universidad de Heidelberg.

Sin embargo, con la llegada de los nazis al poder en 1933, su situación se volvió insostenible. El 1 de abril de 1934 debía abandonar el Instituto Arqueológico. Ludwig Curtius, consciente del peligro al que se enfrentaba Speier, utilizó sus contactos en el Vaticano para conseguirle un empleo. Como miembro de la Academia Pontificia de Arqueología, se dirigió a su vicepresidente, Bartolomeo Nogara, director de los Museos Vaticanos y amigo personal del papa Pío XI: les unía una vieja amistad desde antes de que Achille Ratti fuera arzobispo de Milán, cardenal y Papa.

Nogara era plenamente consciente del destino que esperaba a Hermine si se veía obligada a volver a Alemania, pero también de la dificultad de encontrar un puesto para una mujer, y además judía, en el Vaticano. Como Nogara había pensado en crear una fototeca en los Museos Vaticanos, ¿quién mejor para ello que aquella persona que llevaba años dirigiendo la mayor fototeca en suelo italiano? Esto era compatible con el hecho de que Bartolomeo Nogara actuara principalmente por “caridad cristiana”, como afirmó su hijo Antonio.

Bajo la protección del Papa

El 15 de septiembre de 1934, un sábado, Hermine Speier comienza a trabajar en los Museos Vaticanos, con lo que se convirtió en la primera mujer con un contrato regular para un puesto de responsabilidad en el Vaticano. Si bien ya entonces también trabajaban en los Museos Vaticanos algunas mujeres, lo hacían en trabajos subordinados, principalmente en la restauración de tapices y en otras dependencias. En cualquier caso, Speier fue la primera no italiana y, por supuesto, la primera no cristiana.

La tarea de Hermine consistía en administrar las aproximadamente 15.000 fotografías de los Museos, reproducciones de monumentos que servían no sólo para acompañar publicaciones, sino también para los trabajos de restauración que se hicieran en el futuro. Los Museos Vaticanos dependían entonces de la Gobernación del Estado Vaticano que, antes de la reforma de Pío XII de 1939, no estaba regida por una comisión de cardenales, sino por laicos, bajo la dirección del conde Camillo Serafini.

Esta judía alemana fue protegida personalmente por el Papa Pío XI, quien valoró su talento. Su contratación se llevó a cabo “col nulla-osta del S. Padre”, con el asentimiento del Papa. Aunque no consta que Hermine y el Papa se encontraran personalmente, Pío XI la protegió al dar su “nulla osta” a su contratación.

Sin embargo, la vida de Speier en el Vaticano no fue fácil, no tanto por ser mujer, sino por el hecho de ser judía, sobre todo a partir de 1938, cuando el régimen fascista introdujo las leyes antijudías por las que se expulsaba de Italia a los judíos extranjeros; además, también había actividades en la Curia, como ejercicios espirituales o Misas solemnes, que le estaban vedadas por ser mujer.

Conversión al catolicismo

El 13 de mayo de 1939, Hermine fue recibida en la Iglesia católica. Le administró el bautismo, la primera comunión y la confirmación el benedictino Anselm Stolz, quien la había preparado desde el Adviento de 1938. El papa Pío XII le envió un telegrama con la Bendición Apostólica, firmado por el cardenal secretario de Estado, Luigi Maglione.

A los motivos de la conversión se ha dedicado ampliamente su biógrafa Gudrun Sailer, quien concluye: “Desde antes de su bautismo, Hermine Speyer se había convertido ya en interior al catolicismo”. Sin embargo, añade, había también razones externas para ello: por un lado, “buscaba apoyo espiritual ante la situación social de los años treinta y la inestabilidad de su situación personal”; además, quería facilitar así el matrimonio con Umberto Nobile, un general viudo con quien estuvo prometida, si bien nunca llegaron a casarse. Quizá desempeñara un papel la gratitud frente al Papa -por este motivo continuaría trabajando en los Museos Vaticanos después de la guerra, aunque podría haber vuelto al Instituto Arqueológico Alemán-; pero no hay constancia de ello.

La biografía de Gudrun Sailer '«Monsignorina». La judía alemana Hermine Speier en el Vaticano' (Münster, 2014) es la más completa sobre esta célebre arqueóloga. ['Monsignorino' (monseñorcito) es el nombre coloquial con el que son conocidos los sacerdotes que trabajan en la Curia romana con cierto nivel de responsabilidad; aquí aplicado a Speier por la singularidad de su presencia en el Vaticano.]

Muchos años más tarde, rememorando una visita a una iglesia en 1923, Hermine se referirá en una carta a que, en aquel entonces, “quizá ya buscábamos, sin saberlo, el don de la fe”.

Refugiada

Sin embargo, la conversión no la eximió del peligro que se cernía sobre la población judía durante la ocupación alemana de Roma entre septiembre de 1943 y junio de 1944. En ese período crítico, Bartolomeo Nogara se ocupa de que Hermine sea acogida por las "Hermanas de monseñor Belvederi”, una comunidad benedictina fundada por el sacerdote y arqueólogo Giulio Belvederi, que se ocupaba de las catacumbas de Priscila. Hermine se refugia en su Casa delle Catacombe en la Vía Salaria; al parecer, Belvederi ya la conocía por su actividad en la Comisión Pontificia de Arqueología Sacra.

En el monasterio de las benedictinas de las catacumbas de Priscilla acudirá frecuentemente a la Santa Misa y se ocupará de poner orden en la biblioteca. De este modo conseguirá escapar de la persecución y de la gran redada de judíos del 16 de octubre de 1943, en la que más de 1.000 personas fueron deportadas a Auschwitz. De los aproximadamente 12.000 judíos que vivían en Roma, un total de 1.800 fueron llevados a campos de exterminio.

Después de la guerra, Speier continuó trabajando para el Vaticano. En 1961, fue nombrada responsable de la colección de antigüedades de los Museos Vaticanos, cargo que ocupó hasta su jubilación en 1966. Su trabajo fue clave para la conservación y expansión de la fototeca arqueológica. Su “olfato arqueológico” la llevó a realizar importantes hallazgos, como una cabeza de caballo del Partenón esculpida por Fidias y las estatuas Aurai que adornan la Sala Rotonda del Vaticano.

Amplia presencia social

A lo largo de su vida, Speier se rodeó de un círculo de intelectuales, clérigos y artistas, manteniendo una importante influencia en la vida cultural e intelectual de Roma. Fue una figura destacada en la sociedad, conocida por su elegancia, cultura y amplios intereses. Su casa en Salita di Sant’Onofrio 23, en el Gianicolo, con vistas al Tíber y las cúpulas de Roma, se convirtió en un lugar de encuentro para académicos y artistas de toda Europa. En 1965, recibió la Orden al Mérito Pro Ecclesia et Pontifice por sus servicios al Vaticano.

Hermine, ya anciana.

Speier, con su incansable trabajo en la arqueología, demostró que su herencia y sexo no eran obstáculos para sobresalir en un campo reservado tradicionalmente a los hombres. Su vida está marcada por una serie de compromisos personales y profesionales que la llevaron a convertirse en una figura destacada en los Museos Vaticanos, contribuyendo significativamente al desarrollo de la fototeca y a la conservación de las antigüedades.

Hermine -o Erminia, como era conocida en Roma- Speier encontró en el Vaticano un refugio y un lugar desde el cual seguir trabajando y luchando por sus ideales. Su legado es símbolo de valentía, determinación y resistencia frente a las adversidades de la época. Son un recordatorio de cómo la colaboración y la protección mutua pueden superar los tiempos más oscuros. En definitiva, la vida de Hermine Speier es una prueba de cómo, incluso en los momentos más difíciles de la historia, el conocimiento, la cultura y la humanidad pueden prosperar gracias a la solidaridad y el compromiso de aquellos dispuestos a brindar apoyo a los más necesitados.