´Se dice que no todos los mexicanos son católicos. Pero el cien por cien de los mexicanos es Guadalupano´. Esta matemática y sencilla frase sirve para explicar de un plumazo qué supone la Virgen de Guadalupe en México.
Una visión que se plasma también en la cinta La Sangre y la Rosa, la película-documental que se estrenará en España durante el festival mariano por la vida y la familia -DALAVIDA- los próximos 29 y 30 de marzo.
Eduardo Verástegui y la actriz mexicana Karyme Lozano son parte del equipo que da vida a este proyecto cinematográfico en el que se abordan las apariciones marianas de la Virgen de Guadalupe, mediante la recuperación de testimonios y crónicas de la época.
La Sangre y la Rosa es un largometraje teatral y documental filmado entre México y España que ofrece entrevistas con importantes expertos en los campos de la ciencia, la historia y la teología para explorar el misterio de San Juan Diego, la Tilma y la imagen de la Virgen de Guadalupe que en ella aparece. Para sus productores, más que una historia acerca de un acontecimiento lejano, La Sangre y La Rosa es una invitación y un llamado a imitar San Juan Diego.
Dirigida por Tim Watkins, esta cinta se concibe casi como una oración, ya que nace del deseo de Watkins de honrar a la Virgen de Guadalupe, ante cuya imagen vivió una profunda experiencia espiritual.
Antes de dirigir La Sangre y la Rosa, Watkins había participado en la producción de ´In The Face of Evil: Reagan’s War in Word and Deed´, documental galardonado cuatro veces. En 1995 Tim creó Leo McWatkins Films, una compañía productora dedicada a la programación de formato largo y documentales.
La cinta ha sido producida por José Heredia y cuenta con la producción ejecutiva de Stephen McEveety y la dirección de Timothy J. Watkins. The blood and the rose comenzó la pre-producción a finales de 2008 y ahora se anticipa su lanzamiento mundial con el estreno de la página web.
A lo largo de 95 minutos, el espectador conocerá por qué la Virgen de Guadalupe es, para muchos, patrona de la vida además de Madre de las Américas, como la bautizó el Papa Juan XXIII.
Hay que remontarse muy atrás, cuando la civilización azteca y la adoración a numerosos falsos dioses hacían de los sacrificios humanos una rutina casi diaria. La sangre de los sacrificados servía de alimento a los dioses y aseguraba la presencia del sol y de la vida. Durante siglos, la sangre humana derramada a manos de otros hombres era un signo que, creían, agradaba a los dioses.
Y llegamos entonces a 1531. Los españoles habían llegado hacía décadas al Nuevo Mundo y convivían entonces dos mundos, el azteca y el recién llegado catolicismo. Y fue allí, en diciembre y en el monte Tepeyac que tantos sacrificios había contemplado, donde se apareció una Señora vestida de sol, con manto y corona de estrellas.
“Juanito, querido Juan Dieguito”. La dulzura de las palabras con que la Virgen se dirigió al indio Juan Diego todavía hace sonreir de ternura a los estudiosos de la tilma guadalupana. Juan Diego, un indio sencillo y sin influencia en el mundo de los nobles, se convirtió en mensajero de la Virgen. No en vano su nombre azteca significaba “águila que habla”, ese águila mensajera que la Virgen buscaba para llevar su mensaje.
El obispo Zumárraga, a la sazón representante de la Iglesia católica en la Nueva España y receptor del mensaje de Juan Diego, encontró en el milagro de la tilma esa señal que había pedido a Dios ante la falta de escrúpulos de algunos conquistadores españoles.
La Virgen de Guadalupe, que estampó su imagen de manera milagrosa en la tilma que vestía Juan Diego -y que hoy, casi 500 años después permanece intacta- supo hablar con un mismo lenguaje a locales y conquistadores. Todos comprendieron su mensaje y, quienes todavía entonces defendían los sacrificios humanos comenzaron a desterrarlos gracias a la imagen de esa Virgen embarazada que ofrecía esperanza a sus hijos. “No tengas miedo. ¿No estoy yo aquí, que soy tu madre?”.
Han pasado casi cinco siglos desde aquellos sucesos extraordinarios, desde aquel diciembre en que la Virgen comenzó la verdadera evagelización de América. 500 años de generaciones adorando, tocando, besando una tela de fibra natural que, con la lógica en la mano, debía haberse descompuesto hace más de cuatro siglos.
Pero no hay lógica posible al hablar de la tilma. No la hay en su naturaleza casi indestructible -ha resistido al ácido y a una explosión- ni la hay en unos ojos que, como los ojos vivos de un ser humano, reaccionan a la luz que se aproxima -”Pude apreciar en ellos profundidad de ojo como al estar viendo un ojo vivo”-, diría el oftalmólogo Graue, de fama internacional, al examinar los ojos de la Virgen. Tampoco cabe la lógica en la condición iridiscente -cambia de color según el ángulo de visión- de la imagen ni en el hecho de que en la tela no haya rastro alguno de pintura.
Suficientes detalles como para dedicar un rato de reflexión a esta Virgen ´encontrada´ en tierras extremeñas por el pastor Gil Cordero -y expuesta hoy en la villa de Guadalupe- y llevada en el corazón de los conquistadores hasta América.