Joseph Haydn (1732-1809), uno de los grandes nombres de la música clásica, fue maestro de Beethoven y, a pesar de ser mucho más joven que él, gran amigo de Mozart, de cuyo genio fue más consciente que nadie, y de quien recibió a su vez singulares alabanzas. Su honda fe católica marcó su vida y su obra, como recoge Anthony Esolen en un reciente artículo en Catholic Education:
Joseph Haydn, en un retrato de Thomas Hardy de 1792. Fuente: Wikipedia.
Los cielos declaran la Gloria de Dios: la historia de Joseph Haydn
El parloteo de la multitud subió hasta ellos en la oscuridad de la noche. Estaban en Bath, ciudad a la que la gente iba a tomar los baños pero, también y sobre todo, para disfrutar del elevado nivel de vida del balneario británico.
-Desde Handel, nuestro brillante conciudadano, no han amado a nadie como te aman a ti.
-Es amable por tu parte, Wilhelm -respondió su amigo, un hombre ya entrado en años.
-Handel es mi maestro -había oído El Mesías por primera vez en Inglaterra.
Su amigo Wilhelm Herschel había sido un compositor de cierta fama, pero había abandonado la música para estudiar un nuevo tipo de orden, otro contrapunto. Giró algunos discos para mover un telescopio que tenía en lo alto de su casa. Tenía más de doce metros de largo. Lo había construido él.
-Mira, Joseph -dijo, y el anciano se inclinó para mirar por la lente-. ¿Qué ves?
-Veo un disco de luz. ¿Una estrella?
-Un mundo como el nuestro, más allá de Saturno, girando alrededor del sol.
-Gott im Himmel! [¡Dios santo!] ¿Cómo se llama?-
-Yo lo llamo Georgium sidus, en honor de nuestro glorioso rey -se refería a Jorge III-. Un rey inglés con sangre alemana.
-Exactamente.
Hágase la luz
Joseph Haydn dejó Inglaterra en 1795 y se estableció en Viena, pero siempre recordó ese encuentro con el astrónomo. Tres años más tarde estrenó su famoso oratorio, La Creación, una meditación musical y teológica sobre el primer capítulo del Génesis. Cuando oí por primera vez la interpretación de Haydn del versículo "Y Dios dijo: 'Hágase la luz' y la luz se hizo", con su movimiento en Do menor que sube, de repente, a un asombro acorde de Do mayor, interpretado por todo el coro, me estremecí y supe por qué el público alemán de Haydn estalló en un aplauso cuando lo oyeron en su estreno.
"La Creación" de Joseph Haydn. El momento que cita Esolen se encuentra entre los minutos 9:58 y 11:22 del vídeo.
La vida de Haydn no siempre fue ejemplar. Se casó mal y su mujer tuvo un amante. Al cabo de unos años él hizo lo mismo. En esa época, en los salones y palacios "ilustrados" de Europa podías llevar esa doble vida sin ser objeto de desprecio, siempre que no dieras escándalo. Pero él nunca abandonó su fe católica y, más tarde, vivió en castidad. Rezaba el rosario antes de sentarse a componer y firmaba sus manuscritos rindiendo honor a Dios. He visto una de esas firmas: Laus Deo et B. V. Ma. et om. s.tis: "Alabados sean Dios, la Santísima Virgen y todos los santos".
En 1808, con una salud frágil debido a la edad, los vieneses dieron un concierto en su honor, en el que incluyeron La Creación. Los cantantes llegaron a la palabra "Luz" y el público aplaudió, pero Haydn, desde su silla, saludó con una inclinación y señaló hacia arriba, para recordar que la luz verdadera viene solo de Dios. La cabeza del anciano se ladeaba siempre que se sentaba al piano, pero él estaba lleno de ideas musicales que luchaban por salir. "Solo soy un clavicordio vivo", decía tristemente. Claramente, era mucho más que eso. Se había convertido en la representación de todo lo que hay de mejor y más honorable en la cultura de élite. Unos días antes de su muerte, Napoleón y su ejército bombardearon Viena y cuando algunas de las bombas explotaron cerca de su casa, el compositor animó desde su ventana al pueblo asustado: les dijo a las personas que no temieran, que allí donde estuviera Haydn nada podría causarles daño. Pero el terror afectó a su salud. Sin embargo, Napoleón no era un bárbaro. Cuando tomó la ciudad, uno de sus oficiales fue a casa de Haydn para cantarle... una pieza de La Creación.
La Creación casi no llega a ser creada
La gente le apodó "papá Haydn" a pesar de que su mujer y él no tuvieron hijos. Sin embargo, debería haber sido padre. Siempre hubo algo alegre en él: ¡basta escuchar su sinfonía Sorpresa e intentar no reírse mientras los músicos hacen sus maravillosas bromas!
En el segundo movimiento de la sinfonía nº 94 en sol mayor, Haydn introdujo la "sorpresa" que terminó dando nombre a la obra: es un acorde 'fortissimo' tras un comienzo 'piano', puede escucharse entre los minutos 9:38 y 10:13. El compositor confesó con humor que pretendía así despertar a los amodorrados.
Si no hubiera tenido talento, su infancia hubiera sido feliz. Sus padres, católicos devotos, enseguida se dieron cuenta de que Joseph era un niño brillante. Su padre no podía leer música, pero sí que tocaba canciones folklóricas austríacas con el violín y el arpa, y un día vio a Joseph rascando un palo de madera sobre otro [como si fuera un violín], en un tempo perfecto. El niño también tenía un tiple hermoso y puro, perfectamente entonado. Un pariente que le oyó cantar se lo llevó a Viena a estudiar. Más tarde, Haydn diría sobre él: "Me dio más cachetes que galletas de jengibre". Tenía seis años y nunca volvió a vivir con sus padres.
A los ocho años entró en la escuela vienesa de San Esteban. Tal vez usted haya oído hablar de los Niños Cantores de Viena: era el coro de esa escuela. Ya en la época de Haydn tenía una buenísima reputación, pero el maestro de coro, Karl Georg Reuter, era un hombre muy severo, cuyo único interés en el niño era su voz. No le dio lecciones de composición. La comida era escasa y tal vez esta sea la razón por la que Joseph no creciera más y su voz no cambiara hasta que tuvo 18 años. Un día, Joseph se había quedado dentro de la escuela, con su mente abstraída en la música, mientras los otros niños, en el exterior, jugaban y se lanzaban bolas de nieve. La señora Reuter había salido para darle al afilador un par de tijeras de podar cuando Joseph gritó: "¡Algo se quema en la cocina!". Era la ultima y escasa porción de goulash que había en la casa. La señora dejó las tijeras de podar sobre la mesa y Joseph las cogió distraídamente para escuchar el timbre y el ritmo del acero. Cuando los otros niños entraron, sonrosados por el ejercicio y la diversión, Joseph se acercó sigilosamente por detrás a uno de los niños y ¡zas! le cortó la coleta. Esto causó una pelea entre ambos chicos. Cuando Reuter entró, le dijo a Joseph:
-Debes ser castigado -y fue a buscar su vara.
-No hace falta -dijo Joseph-. ¡Me voy!
-No hasta que hayas sido azotado -le respondió el maestro.
Joseph se fue. Y si no hubiera sido por su genialidad, su extraordinaria energía, su capacidad de trabajar duro y durante muchas horas -de doce a catorce horas diarias, siendo niño y estando solo- nunca hubiéramos oído hablar de él. Años más tarde dijo que tuvo que ser original para sobrevivir. No tenía a nadie a quien imitar, por lo que se dedicó a crear.
Es increíble saber lo cerca que estuvimos de tener, no a Haydn, sino la oscuridad.
Buen amigo y hombre honesto
¿Qué hizo Haydn por la sinfonía? La creó. ¿Por la música de cámara moderna? Lo mismo. Su fama dio la vuelta al mundo. En 1815, un grupo de personas en Boston, la mayoría de las cuales nunca le habían visto, fundaron, antes de la llegada de las grabaciones, la Sociedad Handel-Haydn, que aún existe.
La sinfonía nº 101 en re mayor ('El Reloj') de Haydn es una de sus obras más célebres. Se la reconocerá enseguida por el inicio del segundo movimiento (minuto 8:52), donde sobre la melodía se superponen los fagots haciendo el tic tac del reloj que terminó dándole nombre.
Es imposible pensar en la cultura sin asociarla a la música, sin músicos que, en cada ciudad, podían convertir las composiciones en realidad. A un músico la fama podía subírsele a la cabeza, pero no fue el caso de Haydn. Siempre reconoció la deuda que tenía con los demás, como con Carl Philip Emmanuel Bach, el hijo compositor de un compositor aún más grande. Y atrajo a muchos por su calidez y entusiasmo. Beethoven fue uno de sus pupilos. Y Mozart, mucho más joven que él, su amigo íntimo. Al padre de Mozart le escribió, afirmando que su hijo era un genio: "Ante Dios y como hombre honesto que soy, quiero decirle que su hijo es el compositor más grande que he conocido, personalmente o de nombre; tiene gusto y, además, un profundo conocimiento de la composición".
El franco y directo Mozart sentía la misma estima por Haydn. Una tarde, Mozart estaba presente cuando se estaba tocando una de las piezas de Haydn. Oyó a un hombre de la audiencia quejarse:
-Yo no hubiera hecho eso -dijo el hombre.
-Yo tampoco -dijo Mozart-. Pero es porque ni usted ni yo podríamos haber pensado algo que encajara tan perfectamente.
En una ocasión, Mozart le dedicó seis cuartetos a Haydn, a los que llamó sus "seis hijos", y le pidió a Haydn que los tratara amablemente, como un padre. Haydn hizo algo mejor. Cuando Mozart murió, Haydn se esforzó por establecer su reputación en Inglaterra, país donde no era muy apreciado. Él era "muy superior a mí", dijo Haydn, y añadió que si el mundo realmente fuera consciente de lo grande que era el genio de Mozart, las naciones lucharían entre ellas para reclamar una joya tan valiosa. Escribió a la viuda de Mozart y le ofreció formar musicalmente a sus dos hijos pequeños. Mantuvo su promesa.
La alegría de la fe
"Hin ist alle meine Kraft", escribió Haydn, ya anciano, poniendo palabras a una simple aria, "alt und schwach bin ich" ["Mi fuerza se ha ido; soy anciano y frágil"]. Pero en el fondo no había nada lúgubre en él. Cuando le preguntaron sobre la vivacidad que emanaba de La Creación, Haydn respondió que no podía imaginar un Dios que no tuviera un poder y una bondad ilimitados. Dicha bondad, dijo, le llenaba de tal alegría que "podría incluso haber escrito un Miserere in tempo allegro".
"Desafío a cualquier cristiano", escribió un crítico y amigo de Haydn "que haya oído en el Día de Pascua un Gloria de este compositor a salir de la iglesia sin sentir en su corazón cómo se expande una sagrada alegría". ¡Tal vez un día nosotros podamos tener esa experiencia!
Traducido por Elena Faccia Serrano.