En declaraciones a ACI Prensa, el sacerdote y encargado del ministerio de exorcismo de Plasecia Francisco Torres Ruiz ha alertado de una gran paradoja contemporánea: mientras que nunca cómo hoy se ha plasmado y se teme lo diabólico en el cine y en el día a día, la principal consecuencia de la actividad demoníaca -el pecado- es vista con indiferencia y pasividad.
En este sentido, remarco que las posesiones que pueden relatar películas de la saga de la familia Warren -Annabelle o Expediente Warren- o incluso las más actuales como el reboot de El Exorcista, por ejemplo, "aterran más que vivir en pecado porque son más espectaculares, físicas, sensibles, la aprecian los ojos de nuestra carne".
Estas, añadió, crean una emoción en el hombre que le lleva al miedo, al pánico, al morbo, a la curiosidad. Sin embargo, la del pecado es una acción aparentemente "menos escandalosa y llamativa", pues "pecamos sin tener conciencia muchas veces del mal que nos estamos causando, porque es un daños que se inflige a nuestra alma, pero físicamente no se ve".
"Lo que se ve o lo que se siente pueden ser los efectos espirituales que ese pecado va creando en nosotros", mencionó.
En este sentido, explicó que "cualquier manifestación diabólica, llámese posesión, vejación, infestación de una casa o de un lugar nos da más miedo que vivir en pecado porque no somos conscientes de que la gravedad máxima de los hombres es vivir en pecado, y sobre todo en pecado mortal".
La posesión no conlleva la condenación, el pecado sí
Sin embargo, sucede lo contrario a lo que parece una percepción generalizada: "La manifestación diabólica, la posesión o la vejación, si se vive en gracia de Dios, se lleva una vida de sacramentos, de oración, de trato con la Virgen, con los santos, con el Santísimo Sacramento, no conlleva la condenación".
De hecho, una persona que muriese estando poseída no está llamada a ser condenada, al menos no necesariamente. Por el contrario, "una persona que no está poseída, que goza de esa libertad humana, no tiene ese dominio despótico que supone la posesión. Si vive en pecado mortal, es una persona irredenta, impía y no quiere convertirse, pues corre el riesgo de condenarse", concluyó.
En este sentido, también alertó recientemente sobre otra paradoja compuesta por el miedo generalizado al demonio en la sociedad contemporánea y la renuncia a la creencia y faceta religiosa del hombre.
"La pérdida de fe va ligada al incremento de acciones diabólicas sobre las personas, incuso la sociedad entera", explicó.
Para el sacerdote, no es difícil de comprender cómo "el hombre es naturalmente religioso", pues "la religiosidad es connatural a la misma persona y como dimensión humana, también busca ser colmada. El problema, añadió, está en dónde queremos saciar esa sed de eternidad o inquietud de trascendencia". Por eso concluyó que "ciertamente hoy hay más casos de acción diabólica, porque la pérdida de fe de Occidente ha llevado a saciar su sed de trascendencia, su religiosidad natural, en lugares y en prácticas poco aconsejables”, lamentó.