Tanto la Iglesia católica como la evangélica luterana han mantenido por siglos una tradición organística del mayor vuelo. Sin embargo, en el caso del catolicismo francés, un acontecimiento como la Revolución Francesa traería consigo un golpe bajo a esa tradición; los jacobinos, con todo el furor de su odio antirreligioso, lo dirigieron contra la Iglesia, que vio así muy afectado el quehacer musical con su instrumento privilegiado, el órgano.
Un sonido espiritual y religioso
Los años posteriores al terror de Robespierre y sus secuaces, saneados muy relativamente durante el consulado napoleónico, son los de un lento pero seguro renacimiento del culto, pero no del interés por el gran instrumento de los tubos y los vientos celestiales.
Otro tanto sucede en el tiempo presente; unas pocas iglesias de construcción antigua, de los estilos arquitectónicos del pasado, dotadas del instrumento, conservan vivo ese interés, mientras que arquitectos y clérigos de una buena parte de los templos de construcción moderna han decidido prescindir por completo del órgano. Aunque son muchas las salas de concierto dotadas de órganos, el instrumento siempre estará asociado primordialmente a las iglesias y al culto.
Durante mucho tiempo, en la formación de un buen número de músicos, la interpretación del que se puede considerar como el instrumento más espiritual y religioso de todos, y la composición de obras para el mismo, fueron importantes fenómenos de la cultura occidental.
Podría decirse que Francia fue uno de los países que en el período Barroco estuvo a la vanguardia de las cimas organísticas del mundo católico, si no en el primero de los lugares, con compositores como el malogrado Nicolás de Grigny (1672-1703), hombre de altísima espiritualidad; Nicolás Clérambault (1676-1749). Louis Daquin (1694-1772) y François Couperin, le grand [el Grande] (1668-1773), quien, con dos obras para el órgano, Misa a la usanza ordinaria en las parroquias y Música propia de los conventos de religiosos y religiosas, refrendó la genialidad de su legado para el clavecín como uno de los más eminentes maestros del teclado de todos los tiempos.
El 'Benedictus' de la 'Misa de las parroquias' de Cuoperin.
La segunda escuela de maestros
El estancamiento revolucionario y post-revolucionario duró más de medio siglo pero, así como la Iglesia francesa superó los afanes masónicos de destrucción con figuras como el fraile dominico Henri Lacordaire, el cura de Ars y Santa Teresa de Liseux, la música organística experimentó un renacimiento a gran escala en la segunda mitad del siglo XIX gracias, sobre todo, a dos nombres: el fabricante de órganos Aristide Cavaillé-Coll y el compositor César Franck (1822-1890), llamado a ser el iniciador de una segunda escuela de maestría organística, cuyos logros llegarían hasta una buena parte del siglo siguiente.
César Franck, el compositor que rescató el órgano de su vida mortecina post-revolucionaria.
Franck nació en Lieja, Bélgica, pero su familia y él se trasladaron a París, donde adoptó la nacionalidad francesa para poder ingresar al Conservatorio. En su infancia y parte de su juventud, el compositor debió sufrir la tiranía de su padre, empeñado en hacer de él un virtuoso del piano a cualquier precio, obligándolo a exhibirse como intérprete y compositor de obras no muy significativas, tanto en su ciudad natal como en sus primeros años en París.
Se sucedieron veinte años oscuros en la vida de Franck, posteriores al rompimiento con su familia y su casamiento, consumado contra la voluntad de su padre; años durante los cuales sobrevivió como pianista acompañante, que debía sostener a su mujer y cuatro hijos, dos de los cuales murieron a temprana edad, y autor de piezas que no tuvieron el alcance de las posteriores a su nombramiento como organista de la iglesia de San Juan y San Francisco (1853) y luego como intérprete en las mismas funciones de la iglesia de Santa Clotilde (1858), cargo en el que permanecería hasta el fin de sus días. Su designación como profesor de órgano del Conservatorio de París (1872), le permitió acrecentar su prestigio y prepara al terreno para las que serán sus composiciones más memorables.
Franck cultivó la composición para el instrumento y su interpretación prácticamente diaria con la dedicación y el esmero de un Bach. Teniendo a su disposición en Santa Clotilde uno de los órganos Cavaillé-Coll, de gran resonancia, enorme variedad tímbrica y brillantez muy adecuada a la arquitectura y la acústica del templo, como sucedió siempre que uno de los instrumentos de esa fabricación era instalado en cualquiera de las iglesias en las que se demandaba su presencia, escribió para el órgano y el armonio una serie de obras en las que el recogimiento, la piedad y el trasunto musical de una mística extática y seráfica baten alas con la expresión de las fibras más íntimas de su ser.
Cuando no son de índole religiosa, sus obras para órgano destilan aires de majestuosidad épica como en la sobrecogedora Pieza Heroica, una de las Tres Piezas. Compuso también las Seis piezas y sus tres Corales, su testamento artístico, una de las obras más queridas por los mejores organistas.
Música que expresa una vida interior
La inmensa riqueza de la vida interior y la religiosidad de Franck puede apreciarse con ejemplaridad en una serie de pequeñas piezas que compuso para el armonio, pero que también trasladó al órgano. Se trata de El Organista, una confesión muy personal, desprevenida, amable y llena de fe, en la que hace todo un recorrido por su misión diaria en las misas y festividades.
Alejado de la feligresía, en el anonimato de su espalda, como él decía, evitaba aplausos y reconocimientos que podrían haberlo afectado en su modestia del día a día organístico. Vincent D´Indy (1851-1931), su discípulo, elogiaba ese "misticismo cristiano" de la obra de su maestro, una "tendencia mística, pero de misticismo sano y encantador": "¿Quién de nosotros no se acuerda de la alegría que experimentaba nuestro maestro cuando alternando con el coro improvisaba en el órgano los versículos pares del cántico a la Virgen (el Magnificat) con que se termina el oficio de Vísperas?"
'Panes Angelicus' de César Franck, interpretado por Luciano Pavarotti y Sting el 27 de septiembre de 1992, durante un concierto benéfico en Módena.
En música coral y vocal, Franck dejó, entre otras, dos Misas, los oratorios Redención y Ruth, Panis Angelicus, una de las composiciones religiosas que más a menudo se escuchan en las iglesias, a veces integrada a su Misa a tres voces, y el oratorio Las Bienaventuranzas, acerca del cual escribió D¨Indy: "Las bienaventuranzas fueron... la obra que esperaba el final del siglo XIX, obra que a pesar de ciertos desfallecimientos inevitables... Quedará como soberbio templo sólidamente sentado sobre bases, las tradicionales de la fe y de la música, elevándose por encima de las agitaciones del mundo en ferviente plegaria hacia el cielo".
La Sinfonía en Re Menor, llena de brío y a la vez tan contemplativa en el Andante, que permite el lucimiento solista del corno inglés; los poemas sinfónicos Psiquis, El cazador maldito, Lo que se escucha en la montaña, Les Djinns, obra de singular bravura; y las Variaciones sinfónicas para piano y orquesta, espléndida interacción del piano con el tejido orquestal, son obras con las que el compositor franco-belga amplificó mucho más que diestramente el repertorio sinfónico.
Un frente muy amado por el melómano de su trabajo artístico es el de la música de cámara, frente que, hasta su aparición en el panorama musical de la Francia del siglo XIX, había quedado en el último plano, por cuanto los compositores o se habían consagrado ante todo a la ópera, como Auber o Gounod, o a ésta y la producción sinfónica, como Berlioz. Para D´Indy, Franck tuvo siempre muy en cuenta, en este caso, el ejemplo de Beethoven. Así surgieron las imperecederas Sonata para violín y piano, también interpretada con violonchelo; el Quinteto con piano, cuatro Tríos con piano y el Cuarteto de cuerdas por el que Marcel Proust, según parece, daba la vida.
El Cuarteto de Cuerdas de Franck.
Tampoco olvidó Franck en su madurez el piano de su infancia y juventud. Admirado como pianista, compuso todo un conjunto de piezas, entre las que relucen diamantinamente Preludio, Coral y Fuga y Preludio, aria y final, “una de las diez obras fundamentales del repertorio pianístico”, según el gran pianista y pedagogo Alfred Cortot, cuya interpretación discográfica nos permitimos aquí recomendar. Asimismo, compuso óperas como Stradella y Hulda, solo recientemente rescatadas del olvido.
'Preludio, aria y final' de Franck, interpretado por Nikolai Lugansky.
El amor de los discípulos
Alrededor de Franck se agruparon compositores más jóvenes que literalmente lo veneraban: el ya mencionado D´Indy, cultor del canto gregoriano, posteriormente fundador de la Schola Cantorum; Henri Duparc (1848-1933), conocido como el rey de la canción francesa, Ernest Chausson (1855-1899), quizá el más talentoso de todos, prematuramente desaparecido, y otros. Al igual que Joseph Haydn, Franck era tenido por un padre, así lo llamaban esos discípulos suyos; carismático, afable y pródigo en sus enseñanzas, el compositor, además de sus clases en el Conservatorio y sus responsabilidades como organista, dictaba clases particulares. En pocas palabras, todo un educador.
En palabras de D´Indy: "El secreto de esta educación esencialmente amplia, es que Franck no enseñaba valiéndose de reglas estrictas, ni de teorías secas y ficticias, sino que en su enseñanza todo procedía de un sentimiento más poderoso que todas las reglas: el amor.
»Franck amaba su arte con ardor apasionado y exclusivo (…) y precisamente por ese amor amaba también a los discípulos destinados a ser depositarios de ese arte que él veneraba sobre todo; así es como sabía encontrar, sin proponérselo, el corazón de sus discípulos y hacerlo suyo para siempre".
Constantemente agitado y comprometido, como lo recordaban los miembros de ese círculo, increíblemente encontraba momentos para la serenidad y la meditación. Así es la música de Franck, meditativa y profundamente interior, aunque sacudida asimismo por el poderoso aliento de una pasión irrefrenable, llena de fuerza y del ímpetu estremecedor que brota fogosamente de páginas como las tres Corales, el Quinteto, la Sinfonía en Re y Les Djinns, esta última según Víctor Hugo, varios de cuyos poemas Franck convirtió además en canciones, otro campo de su producción en el que sobresalió (Mélodies).
Volviendo al órgano, para cerrar nuestro escrito de una forma cíclica, como Franck en sus obras, vale anotar que, después de él, la música organística francesa vivió su más enjundioso despertar con compositores e intérpretes como Camille Saint-Saëns (1835-1921), autor de una vasta obra en todos los géneros, no solamente en el órgano; Charles Marie Widor (1844-1937), Alexandre Guilmant (1837-1911), Louis Vierne (1870-1937), Jean Alain (1911-1940), prematuramente sacrificado por la guerra; el prolífico Marcel Dupré (1886-1971) y Olivier Messiaen (1908-1992), también autor de una vastísima obra en todos los géneros, el músico más católico y ecuménico del siglo XX.