Llega a España el documental Lourdes, que asombró en Francia, emocionando a 250.000 espectadores en sus cines. Aunque sus autores, Thierry Demaizière y Alban Teurlai, no son personas religiosas, se acercan con gran sinceridad al fenómeno de Lourdes, quedan fascinados y atrapados, y tratan de expresar lo que ven (y lo que no ven, pero intuyen) en imágenes.
Es una de esas películas en la que los rostros y las miradas transmiten mucho más de lo que los autores piensan. Ellos se asombran por el misterio del hombre y su dignidad en su fragilidad; el creyente verá eso, pero verá más, porque verá a Dios tocando almas.
El documental no tiene narrador, confía en la fuerza de la imagen y el testimonio. Sólo al inicio da unos datos fríos: Lourdes, 3 millones de peregrinos al año, 7.000 curaciones inexplicables desde 1858, 70 milagros aceptados por la Iglesia. Y ya está. A continuación, nos guiarán las imágenes y las palabras de los protagonistas, que son varias familias con sus enfermos, algunos discapacitados y algunos voluntarios.
Desde el principio vemos que es un lugar especial: los peregrinos pasan su mano sobre la roca en la que se apareció la Virgen. Llueve, está oscuro, el río fluye crecido y ruidoso, pero un puñado de peregrinos celebra misa en esa cueva, como una catacumba al aire libre.
Familias y voluntarios
La primera historia que empieza a desvelarse es la de un hombre huesudo, frágil, con rosario y cruz al cuello. "Me escapé de casa a los 14 años. ¿Soy un hombre, soy una mujer? Ya ni lo sé". Se maquilla. Más tarde veremos que forma parte de un grupo de travestis y prostitutas de París que van a Lourdes con gran devoción, acompañados de la Asociación Magdalena, grupo católico que trabaja en estos ámbitos. Demaizière explica -en entrevistas- que muchas de estas prostitutas son latinoamericanas y sinceramente religiosas. "Yo no te juzgo, pero varias chicas que vinieron el año pasado ahora ya no hacen la calle", explica a una el sacerdote que las acompaña.
Otro grupo de protagonistas es el pequeño Jean Baptiste, con sus padres, y su hermanito Augustine. Rezan en familia con un altarcito en el que se ven a Santa Teresita, San José con el Niño y otras estampas.
"Rezamos a Jesús, a María y a Bernadette", explica la madre al niño. Es la única vez que se menciona en el film a Santa Bernadette, la joven vidente de Lourdes. La película no habla del pasado, sino del hoy.
Augustine no irá a Lourdes: tiene que quedarse en casa, con morfina que apenas logra controlar sus dolores. "Ayúdanos a aceptar", reza la familia. "Le dieron dos años de vida, y ya han pasado", comenta el padre a unos jóvenes peregrinos.
Es especialmente iluminador ver "el otro lado" de Lourdes, que son sus voluntarios. Una hospitalaria veterana exhorta a los novatos, chicos y chicas jóvenes, le explica cómo deben cuidar a los enfermos. "Cepilladles, limpiadles, cuidadles y ponedles guapos para la Virgen", les dice. Los enfermos pasan a ser invitados de máxima categoría.
Un punto fuerte y luminoso de esta película son las sonrisas de las voluntarias, sus miradas abiertas. Saben que se acercan a un misterio, el de Cristo presente en el enfermo y su frágil humanidad. La película no lo dice, pero el creyente lo intuye.
Con realismo y con delicadeza
Los cineastas logran combinar realismo, delicadeza y pudor en las escenas de la ducha de los enfermos y ancianos. Son las escenas de abrazar al bañar, que se convierten en iconos de ternura.
En la gruta de Massabielle, la roca fascina a los enfermos y a los cineastas. No son los únicos, claro. Ya lo decía hace pocos años la cineasta vasca Maider Fernández: "Lourdes es muy cinematográfica. Otros lugares son ruidosos, pero la roca de la aparición no, es quizá el lugar que más me impactó. Quizá allí sí que sucedió algo".
Un predicador afirma, hablando a los enfermos: "Es difícil apartar la mirada de esta roca, que es exactamente como era en el momento de las apariciones".
Los enfermos pasan por la roca y hacen peticiones muy concretas y breves, tienen menos tiempo que en otros espacios, como los candelarios. "Que se cure mi hijo", "dame fuerza para soportarlo", "ayúdame a entender".
Una madre enmarca lo que viven miles y miles que acuden cada año desde hace muchos: "Son pocos los elegidos, no hay tantos milagros. ¿Por qué? He comprendido que tiene que ser así, que mi trabajo en la tierra era cuidar de mi hijo?
Un voluntario comparte un cigarrillo con un peregrino discapacitado en la película Lourdes.
Lo litúrgico y lo cotidiano
La película no esconde los momentos litúrgicos: el kyrie bien cantando que emociona, la elevación, el amén, el incienso, la comunión, el Cristo blanco que acoge, la unción de los enfermos...
Y compensa lo sagrado con lo cotidiano. Unos scouts novatos dan de comer a unos enfermos pero se despistan hablando de tonterías. No son "profesionales", son chavales explorando el ayudar a los demás.
Otro de los grupos visualmente ricos en la película son los gitanos, incluyendo algunos españoles. "Ricos y pobres vienen a Lourdes, como los seguidores de Jesús hace 2000 en Jerusalén", explica un líder gitano. Arrancan una rama y se hacen una cruz grande. Con ella van al Via Crucis, donde coinciden todo tipo de peregrinaciones: prostitutas, militares de uniforme, gitanos... todos se emocionan, todos acuden a María como Madre. Es quizá el único momento en que la película apuesta por una música potente (prefiere una banda sonora suave y minimalista).
Los 4 elementos están presentes en Lourdes: la roca de la aparición, el río siempre bravo y la lluvia, el fuego de las velas en candelarios y procesiones, y el cielo amplio cuando se mira a la imagen.
Fiestas al final
En los días finales de la peregrinación, vemos a las jóvenes voluntarias, con su uniforme y mirada cansada, pero firmes. Algunas, con enormes tatuajes. En el día final hay fiesta. Hay dos, la de los voluntarios entre ellos y la de los voluntarios con los enfermos. Fluye la alegría en ambas direcciones. Algunos jóvenes militares se desmadran un poco.
"En Lourdes podemos ser nosotros mismos", dicen algunos enfermos. Y pueden dejarse mimar por chicas. Ellas, las voluntarias, a menudo son guapas, y siempre son pacientes, amistosas y sonrientes.
Antes de acabar la película, queda una escena clave, que los cineastas consideran esencial y que afirman que no se filmó nunca antes. Se trata del paso de los enfermos por las bañeras. Aquí también hay intimidad y fragilidad al desvestirse, pero hay algo más. No es sólo el agua y los hospitalarios, que se esfuerzan en ayudar. Es un acto sagrado, que se acompaña de oración: los enfermos rezan el Avemaría o el Padrenuestro, acompañados de los voluntarios, antes de sumergirse.
Vemos lo logístico -arneses, barras, la torpeza de la materia, el cuerpo que se sumerge- y lo espiritual -el alma que se eleva y busca y recibe- en una misma operación.
Con los enfermos, nos sumergimos también los espectadores. Nuestros problemas parecen pequeños, en comparación. Nuestra fe, nuestra oración, también es pequeña en comparación. Enfermos y hospitalarios nos invitan a salir de nosotros mismos. La película -sus protagonistas- logran así tocar nuestras almas y edificar.
Lourdes se estrena el domingo 16 de septiembre en Madrid, Coslada, Las Rozas, Valdemoro, Barcelona, Bilbao, Cartagena, Alcázar de San Juan, Córdoba, Ferrol, Málaga, Mallorca, Murcia, Oviedo, Santander, Sevilla, Toledo, Valencia, Vigo, Vitoria, Zaragoza y otras localidades (lista completa en Lourdeslapelicula.es).
Sobre las apariciones de Lourdes recomendamos el libro Bernadette no nos engañó, de Vittorio Messori.