Sin embargo, quien conozca la historia de las ideas sabe que las cosas no son tan sencillas, porque el maquiavelismo envuelve algo más que la conocida máxima "el fin justifica los medios": están por medio la naturaleza de la política y de lo político y, sobre todo, los fines del poder y su obtención, conservación y defensa, así como la conservación y defensa de la sociedad que rige.
Algunas de estas reflexiones encuentran comentario en un libro sorprendente, Nada en las manos (Los Papeles del Sitio, 2013) en el que, con brevedad periodística no incompatible con la erudición, el autor repasa sus numerosas lecturas.
No en vano Jerónimo Molina Cano (Blanco, Murcia, 1968) es uno de los escasos estudiosos en España del realismo político, una corriente de pensamiento que ha tenido entre los teóricos católicos partidarios y detractores. Doctor en Derecho y profesor titular de Política Social en la Universidad de Murcia, varias de sus obras se han centrado en autores adscritos a esa escuela: Contra el mito Carl Schmitt (2014), Raymond Aron, realista político (2013), Röpke (2007), Julien Freund, lo político y la política (2000)... Es la persona idónea para aclarar esa comparación.
-A primera vista puede ser. Desde luego, se trata de una opinión incompatible con una visión neutralizada del catolicismo, confesión que muchos, incluidos algunos católicos, quisieran ver confinada en la conciencia de cada creyente.
-Entre esa concepción postmoderna y emotivista de la religión, atributo epidérmico y subjetivo, intercambiable en suma por cualquier otra causa o afición, y una política teológica como la del tradicionalismo monárquico, a veces denominado fundamentalista o integrista, hay un trecho enorme en el que cabe, creo yo, una lectura sencilla del Nuevo Testamento.
-Por ejemplo del Evangelio de San Mateo, sin duda el “más político” de los sinópticos y cuyos pasajes más se prestan, en mi opinión, a este tipo de reflexiones. ¿Acaso no dice Jesús a sus discípulos que les envía como ovejas en medio de lobos, conminándoles a ser “astutos como serpientes e inocentes como palomas”? ¿No explica también, en la parábola de la cizaña, la persistencia de la iniquidad y del enemigo? Hay más ejemplo, por eso no es del todo extraño que algunos vean en Cristo un “profeta (político) desarmado” y en el cristianismo el “realismo político de los débiles”.
-En efecto. También en Mateo 5, 44 reza, como recuerda precisamente Carl Schmitt en El concepto de lo político, “diligite inimicos vestros”, es decir, “amad a vuestros enemigos (privados)”. No se dice “diligite hostes vestros”, “amad a vuestros enemigos (públicos o políticos)”. También en El concepto de lo político se puede leer que “en la pugna milenaria entre el cristianismo y el islam jamás se le ocurrió a cristiano alguno entregar Europa al islam en vez de defenderla de él por amor a los sarracenos o a los turcos”. El romanista Álvaro d’Ors escribe en sus Papeles del oficio universitario que una cosa es amar a los enemigos y otra, muy distinta, que se los confunda con los amigos, actitud ésta última que no encuentra justificada por el Evangelio.
-Antes que nada habría que aclarar que el “realismo político”, doctrina pobre en valores demagógicos, constituye una forma de abordar lo político expuesta permanentemente al descrédito.
-Yo lo defino como la “imaginación del desastre”, pues esta facultad o don misterioso es lo que mejor caracteriza a los miembros de esta familia de espíritu.
-Estirpe que no nace con Maquiavelo, sino con los pensadores de la Antigüedad: Kautilya y Kamandaki en la India, Han Fei y Shang Yang en China y, por supuesto, Tucídides. Decía Max Weber que Maquiavelo, al lado de todos estos, seguramente resulta un pensador inofensivo.
-Hay muchos más, de todas las condiciones y siglos, hasta llegar a los realistas modernos. El político iraní del siglo XI Nizam ul-Mulk o el historiador y aventurero político del XIV Abenjaldún son sólo dos ejemplos más o menos alejados del imaginario político occidental.
-Desde luego, muchos realistas políticos son también, naturalmente, cristianos o católicos. Pero la confesión de una fe es por principio independiente del temple realista, pues la política no es en sí misma ni cristiana, ni musulmana, ni taoísta, del mismo modo que no es ni socialista ni liberal, ni de izquierdas ni de derechas, etc.
-En el siglo XX, respondiendo a su pregunta, son muchos los “realistas políticos” católicos, lo que no quiere decir que la suya fuese, en todos los casos, una “teoría católica política” o una “teología política” en el sentido que esta expresión tiene en el mundo católico a partir de las encíclicas Ubi arcano Dei (1922) y Quas primas (1925) de Pío XI.
-Para ceñirme a la segunda mitad del siglo XX, en Francia destacan Julien Freund (1921-1993) y Bertrand de Jouvenel (1903-1987).
-El lorenés Freund, militante socialista en su juventud, miembro de la resistencia en el maquis comunista, vuelve a la fe católica en un lento proceso que recuerda al de la conversión del beato alsaciano Carlos de Foucauld. Freund es el autor de una de las últimas grandes ontologías de político (La esencia de lo político [1965]).
-De Jouvenel, prototipo de liberal conservador europeo, autor de obras notables como El poder. Historia natural de su crecimiento (1945), cuyos libros posteriores a la Segunda Guerra mundial están casi todos publicados en español –editados por el Grupo Arbor y la Biblioteca del Pensamiento Actual–, debe contarse también entre los católicos, pues se convierte en los años 40 como ha subrayado en un libro reciente Armando Zerolo Durán (Génesis del Estado Minotauro [2013]).
-En España hay también muchos nombres destacados: partidarios de Estado como Francisco Javier Conde (1908-1974), Jesús Fueyo (1922-1993) o Manuel Fraga (1922-2012), o adeptos de la sociedad civil como Rafael Calvo Serer (1926-1988), Florentino Pérez Embid (1918-1974) o Ángel López-Amo (1927-1956), o tradicionalistas enemigos de la estatalidad como Francisco Elías de Tejada (1917-1978), Rafael Gambra (1920-2004) o Álvaro d’Ors (1925-2004).
-El tercio medio de nuestro siglo XX ofrece un panorama de pensadores políticos de primer orden, del que los mencionados son sólo una muestra selecta. Aunque todavía no se reconoce su originalidad, están a una distancia sideral de la inteligencia española actual, demasiado obsecuente con el status quo. Dentro de cincuenta años los historiadores veraces se sonrojarán, tal vez, al ver el trato dispensado por nuestros coetáneos a inteligencias como la de Gonzalo Fernández de la Mora (1924-2002), debelador de las ideologías y doctrinario realista del “Estado de obras”.
-Desde el Siglo de Oro, la otra gran veta española del realismo político con matices católicos, no coincidían en las mismas décadas unas promociones tan brillantes de escritores políticos. Todos ellos merecen un estudio sistemático, una Teoría española del Estado en el siglo XX, emulación de la gran obra de Maravall a la que tal vez después tenga ocasión de referirme.
-En Alemania, para terminar una enumeración que sería demasiado larga, ocupa un lugar muy destacado el ya mencionado Carl Schmitt (1888-1985).
-Así es. Un pensador católico político es muy distinto a un pensador político católico. El primero desarrolla una concepción o teoría expresamente católica de la política. Su programa equivale, rigurosamente, a una “teología política”: una reflexión sobre la realización temporal del Reino o de la Ciudad de Dios.
-Este es el caso de Jacques Maritain, cuya filosofía política discurre sobre la incidencia y efectos temporales de los dogmas católicos.
-El segundo tipo de pensador, en cambio, es ante todo político. Su fe no impregna decisivamente sus ideas sobre la organización de la ciudad o la convivencia de los hombres. Schmitt, no obstante la confusión al respecto, es un escritor católico cuya confesión no determina significativamente el desarrollo de sus teorías.
-Schmitt está siempre del lado del Estado, no de la Iglesia ni de la Verdad. Günter Maschke, editor de sus obras y uno de los estudiosos que mejor conoce al autor y su obra, ha puesto en duda incluso la “intensidad” de las creencias católicas de Schmitt. Además, tampoco parece que la negativa de la jerarquía católica alemana a anular su primer matrimonio le hiciera sufrir demasiado.
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-De hecho, su frialdad religiosa a partir de los años veinte tiene que ver con la frialdad con que su ensayo Catolicismo romano y forma política (1923) es recibido en los ambientes católicos. A Schmitt le molesta mucho el silencio decretado contra su libro por la que llamaba, inspirado en Max Weber, una “burocracia centralizada de célibes”. En España especialmente se da por supuesto que Carl Schmitt es un “escritor católico” con todas las consecuencias. Lo entienden así sus partidarios y sus odiadores.
-Yo creo, sin embargo, que esa afirmación es un “mito” que pone en circulación Eugenio d’Ors en los años veinte al definir al jurista alemán como un “escritor vigorosamente católico”. Gueydan de Roussel dice que Schmitt es “el más grande filósofo católico del siglo XX”, pero como en otra ocasión memorable –en 1936 se le ocurre decir que su amigo es “el enterrador de Weimar”– se equivoca gravemente.
-No es el primero, desde luego, pero sí uno de los más acreditados. De todos ellos se ocupa José Antonio Maravall en su espléndido libro La teoría española del Estado en el siglo XVII (1944), fundamental para el estudio del realismo político según lo entienden cerebros españoles. Es cierto que en los siglos XVI y XVII abundan en nuestro país ingenios como el suyo, conscientes de las dificultades que la política opone permanentemente a los escritores y a los príncipes cristianos.
-Esto explica que, en no pocas ocasiones, las opiniones de los nuestros clásicos –juristas teólogos, juristas políticos o juristas de Estado– contradijeran los intereses objetivos de la posición política de la monarquía española. Un caso paradigmático es el del padre Francisco de Vitoria, creador del Derecho internacional y no siempre en sintonía, como han recordado Camilo Barcia Trelles y Álvaro d’Ors entre otros, con la causa hispánica.
-El realismo político no es tanto maquiavélico como maquiaveliano… En cualquier caso, esta actitud exige en un católico un equilibrio muy difícil de conseguir. No pocas veces, ocuparse de la salvación de la república puede poner en peligro la salvación del alma.
-Uno de los últimos realistas políticos que ha reconocido el alcance de esta dramática escisión del corazón humano es Raymond Aron, ajeno, conviene tenerlo en cuenta, a la problemática de una política católica: el político que cuida de la ciudad se arriesga a condenarse.
-Hasta tal punto la política resulta comprometedora y peligrosa para un político o un intelectual católico, pues el realismo político es para ambos cruz dolorosa. Parafraseo a Donoso Cortés: la política, como el error, puede matar para la vida eterna. Ahora bien, la acción política no es incompatible con el mensaje evangélico: es sabido que Cristo advierte que quien pierda su vida por su causa la salvará; nunca dijo, en cambio, que quien perdiera una Ciudad por su causa salvaría su alma, ni nada parecido. Esto deja ciertamente un margen de acción o autonomía a la política.
-¿Acaso no se ponen en juego estos resortes últimos de la voluntad política cuando el gobernante católico decide, en cualquier sentido, sobre la legislación que regula, más o menos permisivamente, el aborto? ¿O cuando un político se resuelve, por cualquier medio a su alcance, a acabar con el terrorismo?
-No piense usted únicamente en los dilemas de la llamada “guerra sucia” o “terrorismo de Estado”, términos puramente ideológicos que, por desgracia, explotan los enemigos del bien común con el fin de desarmar al Estado, instancia política que tiene precisamente la obligación de neutralizar a los criminales políticos. A mi juicio, mucho más grave que tratar a los enemigos sin odio, pero como su hostilidad exige (o eso… o hacerles a todos diputados, gallarda forma de acabar con los enemigos de tu patria…), es la excarcelación indiscriminada de los terroristas (enemigos públicos), pues esto último tiene el agravante de la humillación del débil (la víctima), previamente objeto de explotación electoral.
-No sería difícil señalar otros problemas que acucian e interpelan la conciencia política del católico: la fiscalidad (confiscación de la propiedad), el indoctrinamiento escolar (corrupción de menores) y catódico (corrupción de la gente sencilla), la legislación familiar (desvirtuación del matrimonio), etc.
-A ella vuelvo. En Francia, a diferencia de lo que sucede en España durante el siglo XVII, la fractura entre la razón de Estado y la religión la restaña la idea de un “catolicismo de Estado”, anticipación del galicanismo que somete los intereses temporales del catolicismo, a veces también sus exigencias ultramundanas, a la conveniencia del Estado francés. Hay así una distancia enorme entre Le catholique d’Estat (1626), del mesiur Jérémie de Ferrier, e Idea de un príncipe político cristiano representado en cien empresas (1640), más conocida como Empresas políticas, de Saavedra Fajardo…
-Mientras que el francés quiere justificar la alianza de Francia con los enemigos de la Cristiandad, nuestro providencialista Saavedra aconseja al Rey que proceda siempre cristianamente en la conducción de sus Estados. Pero el católico Saavedra Fajardo es un realista de raza y no puede evitar, como decía uno de sus lectores más finos, Azorín, que aquí y allá aporte por sus páginas el “hopo de la zorra” maquiaveliana. Las críticas saavedrianas a Maquiavelo son, en realidad, una sutil forma de maquiavelismo o de disimulo político, ajenas absolutamente a la simulación maquiavelista posterior de “antimaquiavélicos” como Federico de Prusia.
-Creo que se refiere al neopaganismo de los círculos de derecha en los que la influencia de Alain de Benoist tanto se ha dejado sentir. Si es así, mi respuesta es clara: un escritor político adicto al neopaganismo puede ser un realista político… o todo lo contrario, un idealista que fantastica sobre sociedades imposibles. Esas ideas, en sí mismas, ni habilitan para razonar políticamente ni todo lo contrario. La cuestión aquí es si el escritor político está, como suele decir el metapolítico Carlo Gambescia, “al acecho de la realidad” (a guarda dei fatti).
-El caso de De Benoist, que parece escandalizar a muchos católicos, resulta aleccionador, pues su posición es indiscutiblemente la de un realista político. Es cierto que sus posiciones o planteamientos han cambiado o se han mantenido según la materia a lo largo de más de cuarenta años de intensa actividad intelectual.
-Su idea del neopaganismo irrita ahora a algunos católicos que, sin embargo, fueron sus pedisecuos en otras témporas. Pero esta opinión reduccionista, que además no tiene en cuenta el franco diálogo de De Benoist con pensadores de la tradición católica como Thomas Molnar o, recientemente, con el padre Guillaume de Tanoüarn, deforma su notable contribución a la crítica de la modernidad, compatible en no pocos aspectos con el antimodernismo católico. Véase, por ejemplo, su reciente ensayo Les démons du bien (2013). De Benoist, con sus aparentes idas y venidas, sus afirmaciones y negaciones, es un escritor político muy superior a sus críticos.
-Acabo de leer su libro sobre Édouard Berth ou le socialisme héroique (2013) y lo primero que me viene a la cabeza no es una valoración sobre la coherencia o incoherencia del autor (¿qué interés puede tener ese cálculo para juzgar una obra oceánica?), sino un pasaje extraordinario del Maquiavelo, la escuela del poder (1937), del rumano Valeriu Marcu: “No te comprometas. Arréglate de nuevo todos los días. Cambia las resoluciones hora tras hora. Porque estos tiempos son demasiado confusos y demasiado poderosos para nuestros cerebros”.
-Maritain, el campesino del Garona, es todo un arquetipo del catolicismo político del siglo XX: en él se descubren la grandeza y las miserias anejas a todo intento de politizar la religión católica. El catolicismo, a diferencia de lo que sucede con el islam, se presta mal a la politización. Que se lo pregunten a los adalides de los partidos católicos, sobre todo a los democristianos.
-El islam, sin embargo, encuentra siempre en cualquier agitación el pretexto para el restablecimiento de la pureza de la fe y galvanizar un proyecto políticorreligioso. Lo dice Abenjaldún, quien por cierto, explica la recurrencia del “fundamentalismo islámico” mejor que los universitarios asesores de los servicios secretos, venales como el precursor tunecino de Maquiavelo, pero mucho más onerosos.
-Un abismo separa la imagen modernista de Maritain, perfilada a partir de los años treinta, con su posición de la década anterior, sumamente crítica con el espíritu moderno. Al menos eso creo yo. Aquel primer Maritain, adicto al maurrasismo, llega a ser uno de los pilares del Renouveau catholique en Francia, Bélgica y la suiza francófona. Maritain, autor de Antimoderne (1922) y Primauté du spirituel (1927), es entonces un “reaccionario católico” que exhibe un pensamiento perfectamente acabado, lo que tal vez no agrada a sus partidarios democristianos, cuyo libro de cabecera es Humanismo integral (1936) (o El hombre y el Estado [1951]).
-A mí me interesa más, por razones no estrictamente políticas, el primer Maritain, el doctrinario de la auctoritas, y mucho menos el referente de la democracia cristiana, teórico de una “Nueva cristiandad”, régimen temporal que se parece demasiado a una democracia sin enemigos, basada en el discurso políticamente neutralizador de los derechos humanos. No obstante, a diferencia de la obra de los “maritaineanos”, raramente a la altura de su patrón y que, tal vez por eso, terminan inventando cualquier cosa, como el “socialismo tomista” de Gregorio Peces Barba, la de Maritain me parece, en términos generales, muy instructiva.
-Es el caso de su meditación sobre los medios de la acción política y sobre el maquiavelismo, que propicia un debate de mucho interés con Raymond Aron. Maritain, providencialista, estima que el maquiavelismo nunca triunfa y que los medios ilegítimos se vuelven en su contra hasta derrotarle, por así decirlo, desde dentro; Aron, en cambio, menos confiado en la Providencia, señala que muchas veces no se pueden elegir los medios de la acción política: adicto a un “maquiavelismo moderado”, la posición de Maritain a Aron le parece simplista, incluso patética, pues la historia está llena de maquiavelismos triunfantes. ¡Ay de los vencidos!
-Maritain, teórico de una democracia orgánica muy parecida a la de Franco y que, igualmente, se aparta críticamente de la partidocracia generalizada en Europa después de la Segunda Guerra mundial, nunca tiene, en realidad, argumentos sólidos para atacar un régimen que, como el franquista, pertenece a un tipo de dictadura católica y antitotalitaria sustancialmente compatible con el programa político que esboza en sus Principios de una política humanista (1944).
-Probablemente, la simpatía por el Portugal de Salazar tiene que ver con sus amistades y relaciones personales en aquel país. En cambio, su absurdo “antifranquismo” es un residuo de su laicismo republicano anterior a la conversión. Pero no fue Maritain, ni mucho menos, el único católico francés que cae en ese error de perspectiva durante los años de la Guerra civil y aún después. Por lo demás, las adhesiones políticas concretas de Maritain fueron muy discutibles y contradictorias: su desprecio hacia los católicos partidarios del bando nacional es sólo un detalle.
-¿Qué decir de sus ataques a Saint-Exupéry, reo de intentar reconciliar a los franceses con su alocución “D’abord la France” (noviembre de 1942)?
-Hace menos de un año que Dalmacio Negro, profundo escritor político, escribía sobre las claves de la renuncia de Benedicto XVI, advirtiendo en ella un trasfondo en el que muy pocos escritores católicos han reparado: el recrudecimiento de la secular guerra de las investiduras.
-La lucha entre el Papado y el Imperio refleja en la Edad media el conflicto entre la autoridad espiritual y el poder temporal. Hoy ese conflicto se expresa en el acoso sistemático a la Iglesia católica, sobre todo por parte de los poderes indirectos, que la hostigan bajo cualquier excusa, intimándola incluso a pedir perdón por todos los males acaecidos desde el tropiezo de Adán.
-No digo que otras confesiones religiosas puedan verse en la misma situación, pues las religiones tradicionales constituyen un estorbo fantástico para la mundialización, pero la Iglesia católica constituye uno de los impedimentos más firmes, verdadero katejón, contra ese proyecto global que bien merece una demonología. Por lo demás, que una institución depravada y corruptora como la ONU, amenaza para la paz mundial, se permita reconvenir al Papa Francisco, no deja de ser, en el fondo, un homenaje a la virtud de la Iglesia de Cristo.