Leo en la página web Aleteia.org que en la reciente gala de los Grammy Awards (la número 56, en Los Angeles) la cantante Natalie Grant, muy conocida en los Estados Unidos y cristiana evangélica, se fue dando un portazo.
La (bellísima) cantante y autora de música explícitamente cristiana no es cualquiera. Ha ganado el Gospel Music Association’s Dove Award como mejor cantante durante cuatro años seguidos, del 2006 al 2009 y de nuevo en 2012.
Varias veces candidata al Grammy, prácticamente el Oscar de la música ligera, no le ha gustado el espectáculo que ha acompañado la proclamación de los vencedores y la entrega de los premios 2014.
Durante el show en cuestión se ha celebrado una especie de matrimonio de masa que incluía también parejas homosexuales.
La ceremonia ha estado presidida por la cantante y actriz Queen Latifah, con la compañera Veronica «Madonna» Ciccone como testigo. La banda sonora era la pieza musical “Same love”, que ya se ha convertido en el himno de las reivindicaciones LGBT.
Para que todo quedara muy claro, la cantante Katy Perry, que es además hija de pastores evangélicos, ha escenificado una hoguera con brujas quemándose a manos de la Inquisición.
Natalie Grant no ha querido comentar su decisión; simplemente se ha limitado a «votar con los pies», abandonando la entrega de los premios y dejando la escena a los que celebran lo políticamente correcto en salsa obamiana y que, aprovechando la extraordinaria publicidad a su disposición, difunden «mensajes» de izquierda radical americana en todo el mundo.
Podemos preguntarnos cómo es posible que casi todos, sino todos, los protagonistas de la industria del espectáculo en todo el mundo sean tan pasivos ante el pensamiento políticamente correcto e, incluso, tan entusiastas de él que lo incluyen también donde no tiene nada que ver.
Un indicio de respuesta lo tenemos precisamente en esa hoguera encendida por la Inquisición para quemar brujas, presente en el show de los Grammy 2014.
La Inquisición se ocupaba de las herejías y sólo en muy escasas ocasiones se interesó por brujas y brujos. Más bien al contrario, no fueron pocas las ocasiones en las que intervino para salvarlos de linchamientos o de la precipitada condena de algún juez laico. Los que quemaban alegremente a las brujas eran estos últimos, y en los países donde la Inquisición no existía.
Ustedes podrían pensar: imaginate si esto puede saberlo Katy Perry. Precisamente, aquí está el punto.
No lo sabe, pero es capaz de decir lo que no sabe en mundovisión. Quien lo sabe, no. Si investigamos los currículos escolares de las estrellas de Hollywood y de los Grammy, es muy frecuente no encontrar casi nada.
Basta decir que entre los pocos licenciados del cine estadounidense se hallan Sylvester Stallone y Arnold Schwarzenegger... que no han hecho nunca en su vida una película «comprometida».
Otro que se puede decir culto es Chuck Norris, el «Texas ranger», muy conocido en los EEUU como editorialista de importantes publicaciones. Ninguno de ellos es de izquierdas.
Igual que grandes monstruos sagrados de Hollywood como John Wayne y Charlton Heston. O el republicano Ronald Reagan, el presidente que ganó la Guerra Fría.
Entre el resto, abundan las ex empleadas de tienda, las ex camareras de McDonald’s, los ex carpinteros, los ex mineros, los ex acróbatas de circo.
Me podríais decir que uno puede hacerse una cultura como autodidacta. Y que son muchos los licenciados que son seguidores de lo políticamente correcto. Es verdad también esto. Pero la publicidad internacional, la que se mete en las casas o en las cabezas con el cine, las canciones o la televisión, es otra cosa.
No sé qué estudios de autodidacta tiene Sharon Stone, pero recibió la Cinta Verde a la Cultura de manos del relativo ministro francés tras convertirse en famosa gracias a un cruce de piernas delante de Michael Douglas en “Instinto Básico”.
El autodidactismo de los Rolling Stones era muy conocido cuando el alcalde de Turín les entregó solemnemente las llaves de la ciudad.
Repetimos: es verdad que entre los que sostienen (y entre los inventores) lo políticamente correcto hay muchos estudiosos de todo respeto. Pero se trata de gente que argumenta, también doctamente; que debate, que apoya sus posiciones de una manera que no es simplona y mediocre. Lo que es más importante, no todos los intelectuales que tienen algún peso son políticamente correctos.
En cambio, en el ambiente del espectáculo cada eslogan a la moda se propaga de manera inmediata y acrítica, y con una publicidad y difusión que nadie más tiene.
Si se me permite una anécdota personal: durante algunos años acepté participar como miembro en el Comité de Honor de los milaneses City Angels, esos voluntarios de camiseta rosa y boina azul que se ocupan, entre otras cosas, de los sin techo.
Una vez al año los otros miembros del Comité y yo nos vestíamos con el uniforme de los voluntarios y servíamos una comida especial para los sin techo en un comedor social.
En una de esas ocasiones pude escuchar, entre un plato y otro, una conversación entre un conocido estilista y un también conocido cantautor sobre un tema «social».
Me quedé impresionado por el nivel. Dos perdedores en el Bar Sport lo habrían hecho mejor.
Solo que a ninguno, normalmente, se le ocurre invitar a los talkshow a un perdedor cualquiera para saber cómo piensa sobre los máximos sistemas.
Ciertamente, a diferencia del perdedor, cualquier Vip del espectáculo lee novelas, los títulos de un periódico, la revista que se ocupa de él y, a fuerza de tener que hablar delante de un micrófono, aprende a expresarse correctamente. Si además es actor, aprende a leer los guiones y a memorizar su papel.
Pero, para el resto, su opinión vale lo mismo que la del hombre de la calle. Y, como éste, es perfectamente permeable a los eslóganes de última moda.
El eslogan es el pensamiento preconfeccionado y reducido a pastillas de fácil ingesta, disminuyendo así problemas complejos (la realidad es siempre compleja) al muy simple y maniqueo blanco/negro, bueno/malo, progreso/reacción.
El punto es que las estrellas del espectáculo (las excepciones son pocas) se tragan dichos eslóganes de manera inmediata y con gusto.
Y, sin que nadie se lo haya pedido, como en los Grammy, se convierten en encendidos y apasionados propagandistas del mismo esperando, tal vez, pasar a la historia como «paladines de los derechos civiles», obteniendo así algún encargo honorífico de la ONU.
Pero olvidándose de que la mayoría son borrados del recuerdo antes de que pase un año.
(Traducción de Helena Faccia Serrano, Alcalá de Henares)