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Cuando habló, mostró su solidaridad con quienes desean que se abra la causa de canonización del escritor inglés Gilbert Keith Chesterton, y anunció que buscaría a un sacerdote para encargarle una investigación preliminar. No ha sido fácil llegar a este punto, que «es sólo el primer paso; pero es el primer paso» hacia la posible elevación del autor a los altares.
Hace 11 años visité Inglaterra por primera vez. Estaba completamente emocionado, por supuesto, por ver el país, pero especialmente por ver los lugares relacionados con mi héroe, G.K. Chesterton. Mi primera parada, sin embargo, era la improbable ciudad de Northampon.
Había concertado un encuentro con monseñor Kevin McDonald. Mis anfitriones y guías eran Aidan Mackey, quien, aunque no desea ser conocido como el gran hombre de todo lo relacionado con Chesterton, es precisamente eso; y Martin Thompson, que ha sido mi homólogo en Inglaterra, dirigiendo una Sociedad Chesterton muy activa.
El objetivo del encuentro era discutir el estado de la causa de Chesterton. Sin embargo, justo antes de la reunión descubrí que no había tal estado. No se había hecho absolutamente nada. Esto fue una sorpresa para mí, pues conocía el interés por la Causa de Chesterton desde todas las partes del mundo.
La ironía era que esta reunión sería el primer contacto, solicitando formalmente que el obispo designara un clérigo para comenzar la investigación. Nos sentamos con el obispo McDonald en su oficina repleta de libros, y dijo: «¿Les gustaría una taza de te?»
Acababa de bajar del avión, en mi primera visita a Inglaterra, y tenía a un obispo sirviéndome té. Exclamé: «¡Esto es genial!» No me extraña que los británicos lo pasen mal teniendo que soportar a los americanos.
Pero el cortés obispo de Northampton se interesó genuinamente en lo que tenía que decir. Le conté cómo Chesterton no sólo había sido la razón de que yo encontrara mi camino hasta la Iglesia católica; también me hizo entender algo que, como un ex baptista, nunca había entendido: la comunión de los santos.
No sólo estaba convencido de la santidad y virtudes heroicas de Chesterton; me había acercado a Cristo y era un modelo de cristiano que yo y y otros seguimos con gran alegría.
Chesterton había cambiado nuestras vidas no sólo por su sabiduría, sino también por su bondad. Monseñor McDonald hizo algunas preguntas básicas, y la reunión fue muy positiva. Después, hizo correr la voz entre sus sacerdotes para que empezaran a hablar de Chesterton.
El asunto parecía prometer y, entonces, él fue ascendido a arzobispo de Southwark, y tuvo que empezar de cero.
El nuevo obispo de Northampton era monseñor Peter Doyle. Cuando escribo esto, aún no nos hemos reunido, pero hemos intercambiado correspondencia durante ochos años.
Al principio, expresó mucho aprecio por mi trabajo, pero educadamente me informó de que no había un culto local alrededor de Chesterton que justificara abrir una investigación. El profeta no es honrado en su tierra.
Pero yo sabía que había chestertonianos ingleses muy dedicados al sonriente profeta de Beaconsfield. Mantuve una ligera presión sobre el obispo, e hice que Martin Thompson congregara a las tropas locales para dar a conocer su presencia.
Entonces, en 2010, el Papa Benedicto fue a Inglaterra para beatificar al cardenal John Henry Newman. El Papa no sólo se ganó a unos medios hostiles, sino que su visita, junto con la beatificación en sí, suscitó un entusiasmo real en la Iglesia católica inglesa; o, al menos, tanto entusiasmo como los británicos se permiten mostrar.
Cacé la oportunidad al vuelo, y escribí a monseñor Doyle que quizá ahora era el turno de Chesterton. Respondió, y su tono claramente había cambiado. Él también sentía el entusiasmo de la beatificación. Dijo que realmente quería hacer algo... pero aun así no ocurrió nada.
Más de un año más tarde, Martin Thompson se reunió con el obispo. Le acompañaba su padre, John Thompson, que resultaba ser el decano de los diáconos permanentes de la diócesis. John es un católico converso, otro de tantos cuyo camino a Roma fue allanado directamente por Chesterton. Un anciano, en el que se estaba empezando a asentar la fragilidad de cuerpo y mente, John dijo con mucha sencillez al obispo: «Necesitamos la santidad de Chesterton».
Martin contó que el obispo estaba muy conmovido. Pero a pesar de conmoverse, no se movió. No sucedió nada.
Pasó más de otro año, y hace unos meses se reunieron de nuevo. Esta vez, Martin explicó que este interés por la santidad de Chesterton no va a desaparecer. Le habló de todas las cartas que yo recibo de gente de América esperando saber el estado de la Causa. Le habló de las cartas que él recibe en Inglaterra. «Incluyendo ésta», le dijo, pasándole una carta.
Era del Embajador Miguel Ángel Espeche Gil, que es Presidente de la Sociedad Chestertoniana Argentina. El embajador también quería saber qué se podía hacer para impulsar la Causa.
Describía la gran devoción a Chesterton en Argentina, y decía que también allí Chesterton era un artífice de conversos. Concluía diciendo que el cardenal arzobispo de Buenos Aires había aprobado una oración -para uso privado- pidiendo la intercesión de Chesterton. La carta tenía fecha del 10 de marzo de 2013. Tres días después, ese cardenal, Jorge Bergoglio, se convirtió en el Papa Francisco.
Monseñor Boyle leyó la palabra Bergoglio y levantó la mirada hacia Martin. El obispo es un hombre bueno y humilde, un párroco que hacía unos años, de repente se vio empujado a la sede episcopal.
Sus responsabilidades ya son enormes en un país que ha estado en guerra con la Iglesia católica durante 500 años. Obviamente no buscaba que otra tarea gigantesca cayera sobre sus hombros. Estoy seguro de que suspiró profundamente y tomó aire al decir sus siguientes palabras, muy cautelosas pero muy importantes. Martin me dijo lo que el obispo le había dicho. Durante unas pocas semanas, ninguno se lo dijimos a nadie más.
Entonces, el 1 de agosto de 2013, en la conferencia nacional sobre Chesterton en el Assumption College de Worcester (Massachusetts), en mi discurso de apertura, dije que necesitamos un tipo concreto de santos que nos guíen hoy, alguien con el alma mística de san Francisco, con la mente de santo Tomás, con la visión social del Papa León XIII; alguien de entre las filas del laicado, que se mantenga fiel a la Sagrada Familia porque conozca su oficio como san José, exalte la dignidad de la mujer como la Santísima Virgen María, y entienda que cada bebé es un don divino como el Niño Jesús; alguien que encarne la alegría frente a esta nueva Edad Oscura.
Y dije que creía que tenemos un santo así. Entonces hice el anuncio: que Martin Thompson se había reunido con monseñor Peter Doyle y que el obispo «me ha dado permiso para informar de que el obispo de Northampton es solidario con nuestros deseos y está buscando a un clérigo apropiado para empezar una investigación sobre la posiblidad de abrir una Causa para Chesterton».
Más de 200 personas se pusieron de pie de un salto y empezaron a aplaudir. Muchos lloraban de alegría. Admito que a mí mismo me costó controlar mis propias emociones. Hemos esperado mucho tiempo. Es sólo el primer paso. Pero es el primer paso.