Tras recorrer desde septiembre pasado diversos festivales nacionales e internacionales (Trento, Granada, Madrid, Delhi, Melbourne), Palabra, la película sobre el Cottolengo de Barcelona, fue proyectada el 24 de junio en Fresco, el prestigioso festival de arte moderno y cine moral y espiritual que se celebra en Armenia bajo el amparo del obispo armenio Bagrat Galstanyan.
El documental refleja un día entero en el trabajo de dos voluntarios del centro, Xavi Ortín y Santiago Prats, quienes conviven con los enfermos todos los días a todas horas desde hace años. Fue rodado durante tres meses bajo la dirección de Jon Escuder y coproducida por el doctor Jacinto Bátiz, presidente de la Comisión de Deontología del Colegio Médico de Vizcaya, quien destaca que “los acogidos, la gran mayoría de ellos discapacitados con enfermedades crónicas, son tratados de forma ejemplar” por las religiosas y los colaboradores.
Estos centros reciben ese nombre de su fundador, San José Benito Cottolengo (1786-1842), el sacerdote que inauguró en Turín en 1832 la primera Casa de la Misericordia para atención a personas con discapacidad psíquica y física severas. El de Barcelona fue fundado en 1932 por el jesuita Jacinto Alegre Pujals (1874-1930), y su espíritu se manifiesta en los requisitos que exige para ser aceptada en lo que consideran una "familia": "Las dos condiciones son que la enfermedad que tenga sea incurable y que sean pobres, que por sus posibilidades económicas no puedan ser atendidos en otros centros. Cada enfermo en nuestra casa es diferente y con una personalidad marcada. Personas felices que nos enseñan a valorar lo que tenemos y que nos muestran que por encima del tener o el poder está el ser".
El carisma de las Servidoras de Jesús del Cottolengo del padre Alegre es el servicio a Jesús en la persona de los pobres y enfermos más necesitados, en adoración constante a Cristo Señor en la Eucaristía.
Situado en el barrio del Carmel de la Ciudad Condal, el Cottolengo del padre Alegre vive económicamente de las aportaciones de personas, instituciones y empresas, sin subvenciones. Fue pionero en España, donde hay hoy casas en Valencia (1943), Madrid (1948), Santiago de Compostela (1951), Fragosa (Las Hurdes, 1952) y Alicante (1963). Luego dio el salto a Colombia (Buenaventura en 1984 y Popayán en 1998) y Portugal (Lisboa, 1989).
Palabra, a pesar de su título, es un documental concebido como "un diario emocional y espiritual", silencioso y austero, que nos introduce en lo más puro de la vida humana: ayudar a los demás. Sin darse importancia, sin reglas, aceptando su impotencia, cada uno de los que participan en esta obra lo hacen a su manera. Jon Escuder ha querido regalar "paz" al espectador, en el lugar más insospechado para encontrarla, porque no engañan a nadie: allí se palpan a diario la enfermedad y el sufrimiento.
Escuder, bilbaíno de 50 años, que ha trabajado en Estados Unidos y también como director artístico en varios proyectos del cineasta español Daniel Calparsoro, confiesa que quedó impactado tras su primera visita al Cottolengo: "Me di cuenta de que todo lo que veía me transmitía una lucha constante por convertir el dolor en algo soportable. Pero además esa lucha, casi heroica, se realizaba de una manera silenciosa, cotidiana, casi diría misteriosamente humana, pero siempre festiva... Todos los días tratan de estimular las necesidades emocionales de los enfermos con sonrisas, caricias, buenas palabras, lo cual no deja de sorprenderme en este mundo cuya cosmovisión es tan fría y mecanicista. Sí, en el Cottolengo descubrí una utopía".
La alegría de Luisito: la fiesta y la sonrisa son el alma del Cottolengo.
Escuder convivió con los enfermos y sus cuidadores todos los días durante el periodo de rodaje, así que se enfrentó "con algunos aspectos muy duros de la condición humana". Pero, a medida que con esa convivencia se iba diluyendo la "línea gruesa y de color rojo" que separa la enfermedad y la salud, empezó "a ver con claridad que era necesario bien poco para pasar de un lado de la línea al otro".
Palabra es, pues, "una especie de introducción a la fragilidad de la condición humana. Algo que te obliga a fin de cuentas a mostrar mayor comprensión por los enfermos que te rodean".
Santiago, a la izquierda, y Javier, a la derecha: un alto para comer en medio del trasiego diario.
Entre las doscientas cincuenta personas que conviven a diario en el Cottolengo, había buenas razones para seleccionar a los dos voluntarios, Javier y Santiago: "Merecían convertirse en los protagonistas. Empecé a preguntarme cómo podía vivir junta tanta gente en paz… ¿Cómo se construye un ambiente lleno de sencillez y de respeto mutuo? La respuesta es Javier y Santiago. Cuando tú ves de cerca sus vidas no tienes que hacer ninguna 'lectura'. Los dos son transparentes como el agua. El uno (ex militar legionario) habla de ecología y de la carrera armamentista, de la belleza de una sonrisa o del hambre en África. El otro, te introduce al silencio y a lo mejor de la tradición mística cristiana. Así, me di cuenta de que si me dejaba guiar por ellos encontraría la película que andaba buscando".
En cuanto a los enfermos, todos ellos "pobres de solemnidad", Escuder destaca su especial capacidad de comunicación: "Muchos de ellos con problemas neurológicos muy graves, inventan su propio lenguaje, lo cual posibilita dos cosas. Una: la satisfacción de hacerse entender. Otra: la satisfacción de constatar que cada ser humano es sagrado e irrepetible".