En la España del Frente Popular, a finales del año en el que empezó la Guerra Civil, ser cura y estar encarcelado era un pasaporte seguro al paredón. José Planelles Marco (1884-1936), sin embargo, estuvo en disposición de evitar ese destino. Por dos veces. Pero por dos veces fue fiel hasta el heroísmo -el sacrificio de su propia vida- en aras de su vocación sacerdotal: llevar los sacramentos a los hombres para conducirles al cielo.
Su historia ha sido de nuevo rescatada por el historiador Francisco Torres García en su monografía El último José Antonio (Barbarroja), una de las obras más importantes que se han publicado en el último medio siglo sobre el fundador de Falange Española, tanto por el volumen de la documentación manejada como por el carácter inédito de buena parte de ella.
Para muchos aspectos de la vida de José Antonio Primo de Rivera (1903-1936), es la investigación definitiva.
Un "viejecito" de 51 años
Don José había nacido en San Juan de Alicante, estudió en el seminario de San Miguel de Orihuela y fue ordenado en 1910. Le destinaron a parroquias de Pinoso, Aguas de Busot y Agost, y posteriormente fue nombrado director de una academia de enseñanza media en Alicante. Era, por consiguiente, un sacerdote conocido y apreciado en la diócesis, condiciones suficientes para su detención tras el Alzamiento. El 12 de septiembre fue arrestado en su casa alicantina de la calle Cádiz por orden del Comité Popular, y encarcelado en la prisión de Benalúa.
José Planelles, el sacerdote que confesó a José Antonio.
Allí continuó desempeñando entre los detenidos, comunes y políticos, su labor pastoral, y en condiciones de gran dureza. Francisco Torres cuenta cómo sus hermanas le enviaron una colchoneta para paliar sus graves problemas de espalda, pero no le fue entregada por las autoridades carcelarias. A pesar de su juventud (51 años), el estado de salud de Don José no era bueno y aparentaba una edad muy superior. Tanto es así, que José Antonio, en una de sus últimas cartas, le describe como "un sacerdote viejecito y simpático".
Primera libertad frustrada
Tras pasar dos meses en prisión, las cosas parecían arreglarse milagrosamente para ese "viejecito". Como realmente no había ningún cargo contra él, explica Torres, el Tribunal de Desafectos presidido por Juan Francés le absolvió, ordenando su libertad.
El 18 de noviembre su familia acudió a recogerle, pero... él se negó a salir. Justo ese día se había confirmado la sentencia de muerte contra el fundador de Falange Española, quien había pedido un sacerdote para confesarse antes de ser fusilado. Hubo que pedir autorización al Comité Popular Provincial de Defensa de Alicante, que lo otorgó, proponiendo para la misión a su compañero de cárcel, mosén Planelles.
Éste pudo elegir la libertad que le aguardaba al otro lado de las rejas, pero le esperaba un alma. Decidió retardar la excarcelación (en unos tiempos en los que las oportunidades no se presentaban dos veces) y acudió a la celda de José Antonio.
"Todos los días he hecho oración y rezado el rosario", tranquilizó José Antonio a sus familiares. La imagen corresponde a la única escena filmada que se conserva de él.
"Durante cuarenta y cinco minutos, rodilla en tierra, Primo de Rivera confesó y obtuvo la bendición. Al terminar ambos se abrazaron. El director de la prisión vigiló desde la puerta", cuenta Torres. El sacerdote le regaló al joven unos Evangelios. Justo después escribió José Antonio su célebre testamento: "Ojalá fuera la mía la última sangre española que se vertiese en discordias civiles", reclamó en él, recién confortado por el sacramento. El día 20 fue ejecutado.
La segunda libertad... y la verdadera liberación
Don José no pudo conseguir su libertad aquel día 18. Y luego las cosas se complicaron. La aviación nacional bombardeó objetivos militares en Alicante, y las autoridades frentepopulistas decidieron represalias: esto es, una saca de presos como las que estaban teniendo lugar en esas mismas fechas en Madrid, rumbo a Paracuellos del Jarama.
En la noche del 29 de noviembre, los familiares de mosén Planelles estaban de nuevo a las puertas de la cárcel. Por fin iba a poder salir. En ese momento, los milicianos sacaron a 51 personas para asesinarlas frente a las tapias del cementerio de Alicante. Las subieron a un camión confiscado al Hércules, el equipo de fútbol local. Y de nuevo Don José vio ante sí la disyuntiva: la libertad o su sacerdocio. En realidad, no lo dudó: "Consciente de su misión, quiso ir con ellos para darles la absolución. En su bolsillo llevaba la sentencia con su libertad", cuenta Torres en El último José Antonio.
Pidió permiso a los milicianos para acompañarles, y se lo concedieron. No había en ese momento intención de matarle. Pero al llegar al siniestro punto de destino, un miliciano le reconoció: "¡Es el cura que confesó a José Antonio!". Lo cual le convertía en pieza codiciada ante la orgía de sangre que iba a desatarse.
Le mataron junto a los demás, mártir de la confesión sacramental, y por esa razón está incoado su proceso de beatificación. Al menos 52 víctimas que murieron en paz con Dios gracias a su sacrificio lo firmarían gustosas.