"Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mt 5, 48): sólo unos pocos se toman en serio este mandato de Jesucristo y configuran su vida sobre la del Hijo de Dios. Muchos, en lo escondido. Pero de otros su ejemplo trasciende y acaban siendo propuestos por la Iglesia como modelos universales.
A ellos acaba de dedicar Antonio R. Rubio Plo, profesor de Relaciones Internacionales y de Historia del Pensamiento Político, un libro que divulga con eficacia lo mejor de sus vidas: dos o tres páginas sucintas por cada uno de ellos que contienen el mensaje, la anécdota o el hecho relevante que nos puede servir de enseñanza práctica. En compañía de los santos se publica sólo en e-book, y a golpe de clic puede hojearse en Google Play o adquirirse en ese mismo sitio o en la versión kindle de Amazon o en iTunes.
Son casi ochenta que recorren toda la vida de la Iglesia: "He empezado a escribir sobre los apóstoles, evangelistas y Padres de la Iglesia y los fundadores de las principales órdenes religiosas, que no podían faltar en un libro de estas características, pero paralelamente me he interesado por santos más cercanos en el tiempo o que han sido nuestros contemporáneos", nos explica Rubio Plo.
-Me ha servido para descubrir el mediterráneo de que todos son plenamente actuales: el que conoció personalmente a Jesús, el monje medieval, la religiosa de clausura del siglo XVI, el párroco del siglo XIX o el Papa del siglo XX.
-Todos están muy vivos y nos alientan con sus testimonios o escritos, porque son un reflejo de su amor y modelo, Cristo.
-No he pretendido, por lo general, hacer un relato exhaustivo de sus vidas sino fijarme en algunos de los rasgos distintivos de su espiritualidad que se relacionan con hechos concretos de su existencia.
-Por ejemplo, de santo Tomás Moro se destaca la cualidad, subrayada por Erasmo de Rotterdam en una de sus cartas, de ser un amigo para todas las horas, pero no por la educación recibida ni por sus inclinaciones humanistas. Era un auténtico amigo porque era un auténtico cristiano. De Santa Teresa de Jesús he destacado su alegría, que le lleva en muchas ocasiones a cantar. Cantan, sobre todo, los enamorados, en este caso una enamorada de Dios.
-No pasan de moda porque Cristo tampoco pasa de moda. Los santos son un continuo ejemplo para nuestras debilidades. San Francisco de Sales rebosa generosidad, caridad, humildad y compasión. Son cualidades que ayudan, por ejemplo, a combatir la tristeza, esa impostora que condena a tantas personas a la soledad.
-Los santos eran conscientes, sobre todo, de que tenían que enamorarse cada día más de Dios. Santo es el que llega a la meta de la unión con Cristo, pero este es un camino de luchas y contradicciones.
-Con el amor a Dios, que es inseparable del amor al prójimo. Uno de los mejores testimonios de amor es el de María Magdalena, a la que nada le importa con tal de embalsamar el cuerpo de su Maestro en el sepulcro, y su llanto de amor le impide darse cuenta de que está vivo y delante de ella. De ahí que Baltasar Gracián dijera de este pasaje evangélico: “No hay horror donde hay amor”.
-En algunos casos, la fama de santidad era patente, pero también encontramos muchos ejemplos de incomprensión por parte de quienes les rodean. Los santos han sido, como Jesús, signo de contradicción.
-Tenemos el caso de dos reinas santas, santa Isabel de Hungría y santa Isabel de Portugal, donde se manifiesta el contraste entre una vida de piedad, oración y frecuencia de sacramentos con el ambiente de una corte medieval que se proclama oficialmente cristiana. Otro tanto podría decirse de ese purgatorio en palacio que es para San Antonio María Claret, capellán de la reina, la corte de Isabel II.
-Sólo Dios sabe de grados de santidad. Quizás no sea más sencillo detectar a personas que sean buenos amigos como Santo Tomás Moro, al que bien podría aplicarse la parábola del amigo inoportuno al que otro amigo, al que despierta de noche, no duda en darle los tres panes que necesita para atender a un visitante. Un auténtico discípulo de Cristo es un buen amigo.
-Hay que fijarse también en quién es compasivo y misericordioso, pues son cualidades de Dios, según recuerda Shakespeare en El mercader de Venecia.
-No olvidemos, sin embargo, que no hay una solidaridad verdadera sin una espiritualidad auténtica y madura, tal y como decía un reciente arzobispo de Milán refiriéndose a un ilustre antecesor, San Carlos Borromeo. Tampoco debemos pensar que una conversión supone una vida radicalmente nueva, pues seguimos siendo los mismos con nuestras virtudes y defectos. El carácter apasionado e impulsivo de Pablo de Tarso no se extinguió en el camino de Damasco.
-En realidad, la lista de siervos de Dios y venerables, que pueden llegar a ser beatos y santos, no para de incrementarse en los últimos años. Serán nuevos ejemplos para el caminar cristiano en un mundo que pretende vivir al margen de Dios.
-No es difícil prever que muchos procederán de América, África, Asia y Oceanía, que tienen bastante que enseñar a la vieja Europa que les transmitió la fe.
-Me he dejado a cientos, o a miles, y me gustaría ampliar el libro con algunos nombres más, pero siempre será una tarea imposible de abarcar, algo parecido a la promesa de Dios a Abrahán, cuando le invita a contar las estrellas del cielo o las arenas del mar para saber lo numerosa que va a ser su descendencia. Pienso, sobre todo, en los santos del continente americano, ahora que tenemos en un Papa de este origen.
-Y merecería la pena escribir sobre esos santos y hacerlos más conocidos fuera de sus países de procedencia. De hecho, he incluido en el libro al jesuita chileno San Alberto Hurtado, que me ha atraído especialmente y que me ha demostrado, como él mismo decía, que era “un chiflado por Cristo”.