Si el centenario del hundimiento del Titanic (15 de abril de 1912) sirvió para rescatar multitud de historias interesantes, como la del heroico comportamiento de tres sacerdotes católicos, algo parecido empieza a pasar al acercarse el del Lusitania (7 de mayo de 1915). El trasatlántico británico fue torpedeado sin previo aviso por el submarino alemán U-20 cerca de la costa irlandesa, zona de guerra, ante la certeza de que transportaba munición. El hecho, que causó 1195 muertos (entre ellos 128 estadounidenses), contribuyó a inclinar la voluntad del presidente Woodrow Wilson para que Estados Unidos entrase en la Primera Guerra Mundial, algo que no sucedió hasta 1917.
Uno de los viajeros era el padre Basil Maturin (18471915), nacido en Dublín, primo segundo de Oscar Wilde y educado en la religión anglicana. Su padre, William Maturin, era un pastor muy vinculado al movimiento de Oxford, así que transmitió a su hijo la cercanía al catolicismo característica de esa tendencia, a la que también perteneció el Beato John Henry Newman (18011890) antes de su conversión.
Basil fue ordenado sacerdote de la Iglesia de Inglaterra en 1871, y tuvo varios destinos en el Reino Unido y en Estados Unidos. A partir de 1888 empezó a considerar su conversión al catolicismo. Le enviaron entonces a Roma, donde precisamente concluyó su discernimiento. En 1897 entró en la Iglesia y al año siguiente fue ordenado sacerdote católico.
En los años siguientes, además de sus distintas tareas sacerdotales desarrolló una intensa labor intelectual. Escribió diversos libros: Las leyes de la vida espiritual, Conocimiento y disciplina de uno mismo, Estudios prácticos sobre las parábolas de Nuestro Señor, Los frutos de la vida de oración o El precio de la unidad. Y en 1913 fue nombrado capellán católico de la Universidad de Oxford.
Justo ese año acudió por primera vez a predicar retiros cuaresmales a Estados Unidos, y consta su entrada en la célebre Isla de Ellis en el buque Carmania, como en 1915 en el Lusitania. Justo pudo hacer este último viaje porque las aulas de Oxford se habían quedado semivacías al ser movilizados sus alumnos.
Donald McClarey ha contado en The American Catholic cómo fueron los últimos momentos de vida de Basil Maturin. Justo antes de que el barco recibiese el primer torpedo (hubo dos), estaba comiendo con otro sacerdote católico que viajaba en el Lusitania.
En cuanto empezó a hundirse, la reacción del padre Maturin fue de valentía humana y caridad sacerdotal. Los testigos le describen pálido ante las circunstancias que se avecinaban, pero tranquilo y seguro de su deber. No intentó subirse a los botes salvavidas, sino que se quedó en cubierta dando la absolución a todos los que se la pidieron. Salvó la vida a un niño que estaba perdido, a quien llevó al último bote encargando a quienes lo ocupaban que buscasen a su madre. Cuando su cuerpo fue encontrado, no tenía puesto el chaleco salvavidas, que había entregado a otro pasajero.
Su fama de extraordinario predicador, que le había llevado a cruzar el Atlántico tres veces, fue sublimada así con la muerte sencilla de un cura de almas entregado a su más alta misión: perdonar los pecados y abrir las puertas del cielo a los demás.