Pere Cardona es un periodista apasionado por la II Guerra Mundial, que en 2012 creó la web Historias Segunda Guerra Mundial, hoy con unos 40.000 seguidores. Manuel P. Villatoro es uno de los periodistas de la versión digital de ABC siempre en busca de artículos sobre capítulos históricos asombrosos. Ambos han colaborado para escribir Lo que nunca te han contado del Día D, sobre el desembarco de Normandía, el acontecimiento que inició la recta final de la mayor guerra de la historia, hace 75 años.
Hablamos con ellos del papel de los capellanes militares en esa guerra, que eran personal militar (con uniforme, grados y escala de mando) pero no combatiente, hombres valientes que acudían al frente sin más armas que sus objetos litúrgicos y su oración. Este libro es prácticamente el único en español que recoge las historias de algunos de estos hombres de fe y coraje en ese conflicto.
"La función principal de los capellanes era dar auxilio espiritual, y también anímico, a los soldados, que se sentían muy reconfortados con ellos. El soldado sabía que tenía alguien con quien hablar", explica Pere Cardona.
"Los capellanes eran voluntarios: decidían apuntarse al ejército en tiempos de guerra. Recibían el mismo entrenamiento que los demás, y si no lo pasaban, no iban a la guerra. Los capellanes paracaidistas, por ejemplo, entrenaban para saltar con paracaídas, como los demás. Nunca iban armados, sólo llevaban la estola, la Biblia, el viático y a veces un pequeño botiquín. Antes del desembarco de Normandía, por ejemplo, todos los capellanes celebraron misa, confesaron y absolvieron a los soldados. Eso establecía entre ellos vínculos fuertes".
Pere Cardona y Manu Villatoro en la playa de Utah,
uno de los escenarios del desembarco de Normandía hace 75 años
Manu Villatoro explica que "a los sacerdotes de Estados Unidos, al enrolarse en la guerra mundial, se les exigía tener un título universitario y haber servido ya al menos 3 años como curas. Pasaban entre 6 y 8 semanas en una escuela especial para el cuerpo de capellanes en Virginia. Antes de entrar EEUU en la guerra, con el ataque de los japoneses a Pearl Harbor en diciembre de 1941, apenas había 100 capellanes de distintas confesiones en el Ejército y otros tantos en la Armada. Con la guerra, muchos clérigos acudieron voluntariamente a alistarse para apoyar a los soldados".
El capellán que se estrelló desde su torre de paracaídas
El entrenamiento de los capellanes aerotransportados era duro. "Sus memorias autopublicadas lo cuentan todo y es alucinante", se entusiasma Villatoro. "Se tenían que entrenar tirándose de torres de 10 y 76 metros. Uno en sus memorias explica que su paracaídas no funcionó y se pegó un tortazo contra el suelo. Todos pensaron que se había matado pero vieron que se levantó, sólo con una pierna rota, con su cruz aún en la cadenita al pecho. Y los soldados decían: "mira, un milagro, el cura ha sobrevivido, ¿quién si no?"
Pere Cardona y Manu Villatoro son unos apasionados de las historias personales y han disfrutado hablando con veteranos de la guerra. "Unamuno decía que la gran historia se construye con historias pequeñas. Todo el mundo sabe que en junio de 44 se produjo el desembarco, pero lo que nos gusta es hablar con los veteranos, saber sus sensaciones en la lancha, lo que sentían en el desembarco o una vez en la playa", dice Cardona.
Así, surgen historias muy humanas, incluyendo las de algunos sacerdotes, en un entorno tan inhumano como es el de la guerra.
"Me duele que no se reconozca más la labor de los capellanes", explica Villatoro. "Tras leer muchos testimonios, uno ve que su labor era a menudo trazar una línea defensiva entre la cordura y la locura. Se sentaban con los chicos y hacían casi de psicólogos. Los historiadores siempre escriben que los jóvenes soldados, al morir, solían llamar a su padre y a su madre. Llamaban a su padre y el que acudía y consolaba era el capellán. Y en momentos de locura imponían la razón. Los soldados aerotransportados a veces querían hacer ejecuciones de prisioneros y ellos lo frenaban. Sabemos de un capellán aerotransportado que impidió que fusilaran a 15 prisioneros. "Estos tíos están locos", dijo el capellán de esos soldados".
El capellán que pactó con los alemanes recoger heridos... y fue tiroteado
Cardona nos cuenta la historia del padre Ignatius Maternowski, un sacerdote que intentó humanizar la guerra a través de la recogida de heridos y que murió por disparos en ese esfuerzo.
Maternowski murió en Normandía intentando organizar la atención a heridos
"Maternowski era un joven capitán sacerdote de 32 años y de hecho fue el único capellán que murió en las operaciones del Desembarco de Normandía. Nació en 1912, ingresó en los franciscanos conventuales y fue ordenado en 1938. En julio de 42 se alistó voluntario. Sirvió en la 82ª división aerotransportada, compuesta sobre todo por paracaidistas. Se llevaba muy bien con los soldados: si les oía hablar mal del secreto de confesión, por ejemplo, les retaba a un combate de boxeo ante todos. Veían que era uno de ellos", explica el autor.
"Maternowski saltó en Sainte Mère-Église y cayó en una aldea de Gueutteville. Nada más aterrizar se encontró un planeador estrellado varios soldados heridos dentro. En estos planeadores cabían 20 o más soldados. Un sanitario le ayudó a trasladar heridos a la cafetería del pueblo. Pero llegaban más heridos y el lugar se quedaba pequeño. Se le ocurrió trasladarse tras las líneas enemigas a proponer a los alemanes un pequeño hospital de campaña que atendiera a soldados de ambos bandos y poder tratar así mejor a los heridos. Efectivamente, cruzó las líneas enemigas, habló con un oficial alemán y dieron una vuelta por la zona juntos, para ver cuánta gente atenderían. El sacerdote acompañó al oficial alemán hasta sus líneas para que los aliados no le dispararan. Pero cuando el padre Maternowski volvía, un francotirador alemán le disparó por la espalda y lo mató, aunque llevaba el brazalete de sanitario. ¿Quizá no vieron el brazalete? No se sabe".
"El cuerpo pasó 3 días en ese sitio, abandonado, porque los combates eran tan duros que no podían recuperarlo. Finalmente la 90ª de Infanteria se hizo con él y lo enterraron en la playa de Utah. En 1948 el cuerpo fue repatriado y enterrado en el cementerio de los franciscanos de South Hadley. El Gobienro le concedió un Corazón Púrpura, un altísimo honor".
Joe Lacy, el gordito cuarentón que salvó a muchos el Día D
Joe Lacy era un sacerdote bajito, gordito, de gafas gruesas y más de 40 años, nada que ver con los fortachones rangers a los que acompañaba. "Un irlandés pequeño y gordo", lo describió un ranger. "Usted es viejo y gordo y no podrá seguirnos el ritmo", le dijo un oficial. "No te preocupes que haré mi trabajo", respondió Lacy, decidido. El 6 de junio estaba en las primeras lanchas de desembarco en la playa de Omaha, bajo un fuego infernal. Esas oleadas en Omaha fueron las que sufrieron más bajas: la mitad de los rangers de ese ataque murieron o fueron heridos ese día.
Las explosiones, el terror y el mareo tenían paralizados a muchos soldados. Alguien tenía que moverlos y empujarlos, y ese era Lacy en su lancha. Los sacó y empujó y fue el último en dejar la lancha, justo antes de que un proyectil la reventara. En la playa había soldados inmóviles de puro miedo, o heridos. Él los recogía, los sacaba del agua y los llevaba a algún saliente o malecón donde no les alcanzaran las balas. "Los que tenían miedo, al ver como ese sacerdote bajito y gordito corría entre las explosiones con desprecio a su propia vida, cobraban coraje para moverse", explica Cardona. Así salvó muchas vidas. Lacy se quedó tras el día D como capellán en Francia, y sobrevivió a la guerra.
Capellanes de 4 confesiones, unidos en un barco que se hundía
Cardona señala otra historia de capellanes que sucedió un año y medio antes del Día D, el 3 de febrero de 1943, en las frías aguas del Atlántico. El barco de transporte de tropas Dorchester fue torpedeado por un submarino alemán provocando su hundimiento. A bordo estaban unas 900 personas.
"La gente corría, histérica, entre el humo y el ruido, presa del pánico. Pero los cuatro capellanes los calmaron y establecieron orden. Guiaron a los soldados a las cubiertas superiores y pusieron orden en la evacuación hacia los botes salvavidas. Entregaron sus chalecos salvavidas a 4 soldados y se quedaron en el barco, sabiendo que sería su muerte.
Cuadro de Alton Tobey de los años 40 que recrea el final de los 4 capellanes del Dorchester
Eran Clark V. Poling, que era ministro protestante; Alex Good, rabino; George Fox, capellán metodista; y Juan Washington, el capellán católico. Murieron abrazados, rezando juntos en cubierta. Grady Clark, uno de los 230 supervivientes, declaró: "Mientras nadaba alejándome del barco, miré hacia atrás. Lo último que vi fue a los cuatro capellanes que estaban allí rezando por la salvación de los hombres. Habían hecho todo lo que podían. No los vi más. No tenían ninguna posibilidad sin chalecos salvavidas". El agua, a 1 grado centígrado, mató por hipotermia a muchos de los naufragados. En diciembre de 1944 se les concedió póstumamente el Corazón Púrpura y la Cruz de Servicios Distinguidos.
Documental de 37 minutos en inglés sobre los 4 capellanes
La historia real de "Salvar al soldado Ryan"
Pere Cardona lamenta que aunque hay muchas películas sobre la Segunda Guerra Mundial apenas recogen el papel de los capellanes. Manu Villatoro señala que aunque la película de "Salvar al soldado Ryan" (1998) se toma licencias sobre la historia real en la que se basa, su primera media hora recoge muy bien el desembarco de Normandía: "transmite esa desesperación, el desconcierto, no saber dónde ir, chocar con otros, incluso vemos a un sacerdote dando la extremaunción; también en El Día Más Largo (1962) lo recogía".
Los 5 minutos iniciales de desembarco en Salvar al Soldado Ryan
Salvar al soldado Ryan se basa en la historia real del soldado Frederic (Fritz) Niland, de 24 años, que tras el desembarco de Normandía pasó varios días perdido tras las líneas enemigas. Luego encontró a su unidad, y le dijeron que uno de sus hermanos, que participó en el desembarco, había muerto. El padre Francis L. Sampson, que era capellán allí, con 32 años, escribió 2 páginas sobre esta historia en sus memorias.
Villatoro explica la historia. "Sampson comenta que encontró un soldado muy abatido, porque le habían informado que uno de sus hermanos estaba muerto. Lo acompañó al lugar donde recogían los cadáveres y vio que el chico se ponía a sollozar. '¿Éste era el hermano que buscabas?', pregunta. 'No era el que buscaba, este es mi otro hermano', dice él. Había muerto en un bombardero que fue derribado poco antes del Día D".
A la izquierda, Fritz Niland, en un campo de entrenamiento en 1943; fue el "verdadero soldado Ryan"; el presidente ordenó que volviera a casa
"Le asombró mucho a Sampson que Frederic intentaba evitar las lágrimas. Sampson dijo que intentaría elevar una misiva para que se lo llevaran a casa, ya que parecía que de 4 hermanos, dos estaban muertos y otro, Edward, desaparecido en Birmania. Sampson recoge que Frederic llamaba a su madre "Butch", un nombre masculino, porque decía que era una mujer fuerte y ruda". Efectivamente, un mandato expreso del presidente de los Estados Unidos hizo volver a casa a Frederic. Allí, su madre ponía un plato de comida cada día en la mesa, esperando al hijo desaparecido. Al acabar la guerra apareció al final Edward: había sido prisionero durante años en un campo japonés. De los 4 hijos, dos sobrevivieron.
El padre Sampson, capellán de paracaidistas,
contó muchas historias de guerra en sus memorias
El padre Sampson: casi lo fusilan y fue prisionero 6 meses
El padre Sampson escribió bastante sobre la guerra en sus memorias y también lo menciona con detalle Cornelius Ryan en su libro clásico sobre el desembarco, El día más largo, escrito en 1959.
El Día D Sampson saltó en paracaídas como un aerotransportado más. Lo primero que hizo al tocar tierra fue buscar su kit de misa, que había perdido durante el salto bajo fuego enemigo, en la oscuridad entre disparos. En una granja se dedicó a atender heridos, pero aparecieron dos soldados alemanes y se lo llevaron a punta de fusil a una carretera, al parecer para fusilarle. Él rezaba intensamente... y apareció un tercer soldado alemán que impidió el crimen. Después, este alemán le enseñó una medalla: era católico. Recuerda que en esos momentos, cuando intentaba rezar el acto de contrición, le salía la oración de bendecir la mesa. "Surrealista", escribió.
Un tiempo después, volvió a saltar tras las filas enemigas, en Holanda y le detuvieron los alemanes, que lo mandaron 6 meses a un campo de prisioneros, donde pudo acompañar a muchos soldados desanimados. En 1967, fue nombrado jefe de los capellanes militares en Corea, y también estuvo con los paracaidistas en Vietnam aunque ya estaba jubilado.
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