Carlos Alberto Ibay

es de origen filipino, aunque vive en Estados Unidos. Cada domingo desde 2008  los fieles de la parroquia de San Miguel en Annandale (Virginia) asisten a la misa en la que el joven, de 33 años, pone música sentado al órgano. 

Y entonces toda la comunidad vibra junta y a veces vienen luego a darle las gracias con lágrimas en los ojos: "La bondad de Dios parece fluir desde mi música hasta sus almas", dice el mismo Carlos. Pero no es sólo opinión suya: "Él impulsa a la gente a responder, no apabulla a los fieles", dice su párroco, Jerry Pokorsky. "Cuando le ves tocar y cantar... sientes la gracia de Dios atravesarle", especifica Sharon Shafer, directora del coro parroquial.

Porque no sólo hace ambas cosas muy bien, sino que además Carlos es ciego. Al nacer, prematuro de siete meses, pesó apenas seiscientos gramos, y se pasó los tres siguientes en la incubadora. Allí un exceso de oxígeno le produjo una retinitis pigmentosa que le dejó ciego.

Cuando tenía tres años le regalaron un tren de juguete que mientras daba vueltas tocaba la típica canción infantil Twinkle, twinkle, little star. Tanto la escuchó, que un día Carlos se acercó al pequeño órgano Hammond que había en casa y, casi a la primera, reprodujo espontáneamente esa música. Sus padres no lo dudaron y adquirieron para él un piano Steinway. Empezaba a fructificar su talento.

Hoy ese talento ha dado la vuelta al mundo, porque Ibay, además de ser un excelente pianista, tiene una voz de tenor que le permite interpretar y tocar a la vez a un nivel excepcional piezas clásicas como el aria Nessun dorma de la ópera Turandot de Giacomo Puccini, lo cual, unido a su invidencia, le convierte en un artista casi único en el mundo.



Carlos ha ofrecido casi un centenar de conciertos en 21 estados de Estados Unidos y más de cincuenta en otros siete países: España, Rusia, Brasil, Italia, Israel, Filipinas y Australia. Y es profesor en el Conservatorio Eastman de Rochester (Nueva York).

Sus clases de piano empezaron en serio a los 6 años, y las de canto a los 15. "Es absolutamente capaz de acompañarse a sí mismo. Hay muy pocas personas en el planeta que pueden tocar y cantar tan bien como Carlos", confirma Harry Dunstan, director artístico del American Center for Puccini Studies y su profesor de canto.

"Yo querría ver la Creación de Dios, contemplar su bondad", explica Carlos Ibay a Catholic News Service: "Creo que Dios me privó de la vista para que no viese las cosas malas. Cada vez que toco y canto, aunque sea practicando, lo ofrezco por la gloria de Dios". Y a esa facilidad para la música añade la de los idiomas, pues habla con total dominio siete lenguas además del inglés: español, francés, alemán, italiano, portugués, japonés y ruso.

"Él encarna todos los aspectos positivos posibles de la fe católica", añade Dunstan: "Es uno de los mejores embajadores de la fe católica que puedas encontrar. Su personalidad es irreprensible. Instintivamente, la gente le quiere".

Tras sus cinco horas de entrenamiento diario, suele hacer en el gimnasio un buen rato de bicicleta y cinta, acompañado por una botella de agua... y su rosario. "Sigo adelante porque Dios me ayuda a seguir adelante. Todos los ángeles y santos tiran de mí, y por eso sé que voy a estar bien", explica.

Su testimonio sirve además para los jóvenes. Forma parte del grupo juvenil de la parroquia del Espíritu Santo, donde lanza un mensaje a sus compañeros: "No abandonéis vuestros sueños. Tenéis toda la vida por delante. Dios quiere que aceptéis el regalo del Espíritu Santo abriéndoos la mente. Lo conseguiréis".

Y entonces les toca y canta una de las canciones que más fama le han dado, su versión de The prayer, el célebre dueto de Céline Dion y Andrea Bocelli: