El historiador superventas Tom Holland explica que durante décadas fue muy despreciativo hacia el cristianismo, pero a medida que se especializaba en estudiar a los romanos antiguos, sus rivales persas, y luego la Edad Media, con los paganos nórdicos o eslavos, fue entendiendo que el cristianismo, y no otra cosa, es lo que ha humanizado a nuestra civilización. Su último libro, Dominio, trata de ese tema, y de la influencia cristiana en toda la civilización occidental incluso en la modernidad y postmodernidad.
Luis Alemany dialogó con Holland hace unos días en una interesante entrevista para El Mundo.
Alemany pregunta, por ejemplo, si Jesús hubiera muerto a los 10 años, ¿habría aparecido otra figura mística que transmitiese al mundo un mensaje semejante de amor al prójimo desde las afueras del Imperio?
Holland, que es un historiador especializado en analizar y describir grandes procesos, tendencias de siglos con momentos clave de cambio, cree que no. Sin Jesús, no habría habido cristianismo, que fue algo extraño y novedoso, ni nada parecido.
"No creo que Jesús fuera sustituible, porque el ingrediente clave en su éxito fue el más extraño y aberrante: la crucifixión del Mesías, el Hijo de Dios. Los propios cristianos lo comprendieron perfectamente. Entendían las connotaciones de la crucifixión mejor que nadie. 'El misterio de la cruz, que nos convoca a Dios, es algo despreciado y deshonroso'. Así lo escribió Justino Mártir, el principal apologeta cristiano de su generación, un siglo y medio después de la muerte de Jesús. Sabía lo chocante que eso era, y a menos que nosotros también lo comprendamos así, no podremos alcanzar a entender cuán extraño y novedoso fue el cristianismo", explica Holland.
El sexo cristiano humanizó al mundo
Holland, que durante décadas se sumergió en la mentalidad de los romanos antiguos y los admiraba, hoy intenta conseguir que la gente moderna entienda hasta qué punto era una sociedad cruel, donde el débil no valía nada. Es necesario entender esto para entender por qué el cristianismo era tan novedoso (y sigue siéndolo). Un ejemplo claro es el sexo, fuente de poder y placer.
"En las ciudades romanas, en Corinto y en la propia Roma, el sexo era sobre todo un ejercicio de poder", explica el historiador. "Para los hombres romanos, los cuerpos que usaban sexualmente, ya fuera mediante la vagina, el ano o la boca, eran como las ciudades capturadas para las legiones. Ser penetrado, ya se tratase de hombre o de mujer, era ser marcado como inferior: ser marcado como femenino, bárbaro o servil. Mientras que el cuerpo de un romano nacido libre era sacrosanto, los cuerpos de los demás estaban disponibles. 'Se acepta que todo amo tiene derecho a usar a su esclavo como desee'. En Roma, los hombres no vacilaban en utilizar a los esclavos y las prostitutas para aliviar sus necesidades sexuales, igual que utilizaban la pared de una calle o un camino como retrete. En latín, la misma palabra melo significa eyacular y orinar".
Pero con el cristianismo y las enseñanzas de San Pablo esto cambió.
"Pablo aportó una perspectiva radicalmente distinta: '¿No sabéis que vuestros cuerpos son los miembros del propio Cristo?', les preguntaba a los corintios. ¿Cómo podía un hombre, sabiendo que sus miembros estaban consagrados al Señor, pensar en unirlos a los de una prostituta, mezclando su sudor con el de ella y convertirse en una carne con ella? Al proclamar el cuerpo 'un templo del Espíritu Santo', Pablo no solo tachaba de sacrílega la actitud despreocupada de los hombres de Corinto o de Roma hacia el sexo. También les daba un atisbo de esperanza a los que los servían: a las mujeres en las tabernas, a los chicos que se pintaban en los burdeles, y a los esclavos que sus amos utilizaban sin culpa alguna. Sufrir como Cristo, ser golpeado y degradado, y maltratado era compartir parte de su gloria. Que Dios los adoptara les prometía la redención de sus cuerpos, tal y como Pablo prometía a sus oyentes romanos: 'Y si el Espíritu de Aquél que levantó a Jesús de entre los muertos vive en vosotros, Él, que levantó a Cristo de los muertos también dará vida a vuestros cuerpos mortales a través de su Espíritu, que vive en vosotros».
Un cóctel con éxito
Las armas culturales del cristianismo fueron, efectivamente, la bondad y el consuelo.
"Como un cóctel que tiene éxito, el cristianismo supo combinar varios ingredientes ya existentes para crear algo nuevo", explica Holland, un entusiasta del mundo antiguo. "Universalizó el atractivo del Dios de Israel, una deidad que amaba a sus creaciones, y que había creado al hombre y a la mujer a su semejanza y lo fusionó con el énfasis de la filosofía griega sobre la conciencia, añadiéndole un toque de dualismo persa. Supo proyectarlo en un envoltorio atrayente para el futuro imperio global de Roma. El ingrediente original que ofrecía (como supo ver Pablo) fue la paradoja de un Dios crucificado: un Dios que amaba tanto al mundo que había sufrido la muerte más agónica y humillante. Ese era el consuelo que ofrecía el cristianismo: que el esclavo podía triunfar sobre el maestro, la víctima sobre su torturador. Era una carga de profundidad envuelta en los supuestos de la Antigüedad".
La Antigüedad, construida sobre la ley del más fuerte y poderoso y el desprecio del débil y pequeño, construida sobre el miedo a la tortura y la represión violenta, no podía sobrevivir a esto.
El futuro: tradición más creatividad del Espíritu
¿Y cuál será el futuro del cristianismo en este siglo XXI? Holland cree que seguirá creciendo e influyendo, combinando la fidelidad a la tradición con la creatividad de quien se deja llevar por el Espíritu Santo.
"El cristianismo siempre ha sido una religión que mira hacia atrás, hacia el momento primigenio de su origen, y a la gran herencia de la liturgia, del conocimiento y de la doctrina que la ha definido durante los siglos. Y también hacia adelante, a un futuro guiado por el Espíritu Santo, pues el viento, como dijo el propio Cristo, 'sopla allá donde le place'. El catolicismo tiende a poner el énfasis en la herencia de la tradición; el protestantismo en las ascuas del fuego de Pentecostés. Ambas tiene mucho que ofrecer a los creyentes; ambas son, en ese sentido, complementarias", considera el historiador inglés.
"Por extraño que pueda parecer en Europa, vivimos [a nivel mundial] en una de las grandes eras del crecimiento y la evolución cristianas", continúa Holland. "Esto se pone de manifiesto en el gran auge de conversiones que ha vivido África y Asia durante el siglo pasado; en la convicción de millones y millones de que el aliento del Espíritu, como una llama viva, aún recorre el mundo; y en Europa y en América del Norte, en las creencias de muchos millones más de personas que jamás pensarían en describirse como cristianos", añade.