¿Quién no ha soñado alguna vez, en el fragor de alguna discusión sobre los milagros con un escéptico, con que en ese momento Dios sellase sus labios y le abriese los ojos con un hecho maravilloso indubitablemente sobrenatural?
En ese sueño late más el deseo de erigirse como vencedor de la contienda dialéctica, que el respeto a la Providencia divina. Es lo que le pasa al sacerdote protagonista de una de las obras más divertidas y profundas de Bruce Marshall (1899-1987): El milagro del padre Malaquías, publicada en 1931.
Peor el remedio que la enfermedad
En ella sitúa a ese buen benedictino, Malachy [Malaquías] Murdoch, debatiendo con un clérigo anglicano racionalista, Humphrey Hamilton, escéptico ante los milagros, sobre una casa de mala nota que esta llevando la perversión a la ciudad industrial escocesa donde tiene lugar la acción. En el calor del debate, el monje osa predecir que en una fecha que -aún más osado- anticipa, Dios trasladará El jardín del Edén (que así se llama el local de music-hall) a un desierto.
El caso es que, cuando el padre Malaquías más se lamentaba de su absurda promesa, llega la fecha prevista y su profecía se cumple. El antro se desvanece y reaparece en una isla vacía al este de Escocia. ¡Milagro absoluto y victoria completa sobre su contrincante! Pero en realidad los problemas del monje no han hecho más que empezar.
Porque pronto la nueva ubicación, Bass Rock, se llena de curiosos y nuevos clientes. El milagro, en el fondo, no ha convencido a nadie. La Iglesia se muestra prudente, e intenta averiguar exactamente qué ha pasado. Mientras tanto, miles de peregrinos empiezan a viajar al lugar. El jardín del Edén comienza a ser visitado por un nuevo públido y su entorno se convierte en ocasión de negocio a base de vender recuerdos e incluso agua bendita. La aglomeración de fieles suscitará posteriormente a la aparición a su alrededor de casinos y garitos no menos preocupantes que El jardín del Edén.
Cuando más creía que Dios estaba de su parte al realizar el prodigio que él había pedido, el padre Malaquías se da cuenta de su error al olvidar las palabras de Jesucristo (Lc 16, 31): "Si no escuchan a Moisés y los profetas, tampoco se convencerán aunque un muerto resucite". "No puedo culpar a nadie más que a mí mismo", lamenta entonces: "Fui lo bastante presuntuoso para creer que yo iba a conseguir mediante unos fuegos artificiales lo que veinte siglos de santas vidas católicas no han conseguido remediar".
Acostumbrado además a la vida monacal, se ve asaltado por los periodistas, que quieren saber la opinión del ´hombre del momento´ que ha obrado un milagro. Desesperado, y aprendida la lección, pide a Dios que dé marcha atrás, y de nuevo lo obtiene. La fe que mueve montañas mueve también salas de espectáculo, pero el atrevimiento con el Creador se paga.
Un católico en Escocia
Con tan sencilla y útil moraleja y grandes dosis de humor, la historia del padre Malaquías fue el primer gran éxito de su autor, Bruce Marshall, un contable que sólo entonces pudo dedicarse a tiempo completo a su pasión como escritor. Se había convertido al catolicismo en 1917, en un periodo convulso para él: participó en la Gran Guerra como fusilero y tuvieron que amputarle una pierna por las heridas recibidas en combate. Eso no le impidió, ya cuando era una celebridad, alistarse de nuevo durante la Segunda Guerra Mundial en tareas de inteligencia. Salvo esos periodos, vivió en París ya hasta su muerte, aunque con un continuo contacto con la Gran Bretaña, donde publicaba de preferencia.
Marshall convirtió en personajes de ficción a tipos humanos muy interesantes entre los que destacan los sacerdotes, como en El mundo, la carne y el padre Smith (1945) o El obispo (1935). Y, por supuesto, El milagro del padre Malaquías, de la cual Bernhard Wicki filmó en 1961 una versión cinematográfica alemana que cosechó varios premios. En sus páginas, los curas son seres de carne y hueso enfrentados a un mundo que ataca -aunque no quiera- su vocación, y se encuentra con la respuesta sencilla de unos sacerdotes fieles a sus compromisos y normalmente con una alegría que demuestra muy buena forma. Otros títulos son de espionaje e intriga, un mundo que conocía bien.
Horst Bollman interpreta al padre Malaquías en la versión cinematográfica. El buen benedictino pagará su osadía ante la Providencia viendo cómo en torno a la nueva ubicación del cabaret vuelve multiplicado todo lo que quería evitar, y hasta ve su imagen como reclamo de merchandising.
Tras el Concilio Vaticano II, Marshall se mostró muy crítico con la evolución emprendida por la Iglesia, y en particular con la reforma litúrgica, pues como muchos otros antiguos anglicanos detectaba las similitudes entre las misas que habían abandonado y las que se celebraban ahora conforme al rito de 1969. (Exactamente lo mismo le pasó a Evelyn Waugh, el autor de Retorno a Brideshead).
Bruce fue nombrado en 1973 en el presidente en Escocia de la asociación internacional Una Voce, defensora y preservadora de la liturgia tradicional.
Sus novelas han sido traducidas a todos los idiomas cultos y todavía se reeditan. No tiene el genio de G.K. Chesterton, pero es quizá el escritor a quien más se parece de entre la espectacular nómina que ofreció la literatura católica inglesa en el siglo XX con nombres como el citado Waugh o JRR Tolkien.