Coincidiendo con el estreno cinematográfico más importante de estas Navidades basado en la novela, el experto en literatura británica Joseph Pearce ha publicado una breve guía para aprovechar mejor la historia infantil de Tolkien, el gran clásico de las letras inglesas que más tarde culminaría con ‘El señor de los anillos’
Entre la a menudo triste niebla del olvido todavía se vislumbran las figuras mágicas de elfos y dragones, trasgos y enanos, habitantes todos de mundos lejanísimos, cuando la inocencia infantil aún era posible.
Las formas nebulosas se tornaron excesivamente reales con la visitación cinematográfica que Peter Jackson hizo de El señor de los anillos, todo un éxito en la pantalla que resucitaba la cima de la literatura fantástica: el universo paralelo que John Ronald Reuel Tolkien llamó la Tierra Media.
La adaptación al cine de una novela que había vendido más de 150 millones de copias resultaba inevitable, pero antes fueron necesarias décadas de innovación tecnológica para atreverse a recrear todo el monstruario que aparece en los libros. Ahora le ha tocado a El hobbit tener su versión en celuloide, y el profesor Joseph Pearce aprovecha la ocasión para publicar El viaje de Bilbo (Ed. Palabra), una breve guía para comprender mejor al autor de una obra “profundamente religiosa y católica”, como la definió el propio Tolkien.
Ateísmo militante
Puede que Pearce abuse algo en su empeño de establecer alegorías entre el mundo nuestro y el del pequeño hobbit, pero no se le puede negar un conocimiento profundo del universo tolkeniano, al que no accede desde la fría exégesis del erudito, sino con el entusiasmo contagioso del admirador, excusa suficiente para perdonar cualquier exceso que podamos advertir en el libro.
Por otro lado, Pearce nos presenta El hobbit como una historia esencialmente cristiana, y en eso no hay exageración alguna. Primero porque así lo declaraba el mismo Tolkien, y segundo porque resulta evidente al rastrear las andanzas de Bilbo Bolsón, plagadas de referencias que serían inexplicables o absurdas desde una visión pagana.
Subraya Pearce el papel protagonista de la Providencia, de la gracia, de un orden establecido que trasciende las existencias de los personajes. Y se ríe de los críticos que –desde el ateísmo militante– descalifican la obra por la inverosimilitud de tanta presencia de la “suerte” en el argumento.
“Lo sorprendente –dice Pearce– es que su propia filosofía materialista se basa en la creencia de que en realidad todo es producto de la suerte” algo mil millones de veces menos probable que el hallazgo que hace Bilbo del anillo.
Simpatías jacobitas
Tampoco pasa desapercibida la condición de peregrino del protagonista, una criatura pacífica, comodona y amable, que se ve lanzada al camino en el sentido más profundo del término. Un camino que modela y transforma los personajes hasta hacerlos casi irreconocibles a los ojos de los que les ven regresar.
Es el mismo esquema que se repetiría en El señor de los anillos, y eso ofrece a Pearce innumerables ocasiones para trasladar las aventuras fantásticas de los hobbits a las transiciones de las almas, muy probablemente pensando también en su propio peregrinaje, pues el mismo Pearce es un novelesco caso de conversión, de violento ultra a católico profesor de universidad.
Pero El viaje de Bilbo no sólo ofrece claves para una lectura religiosa de la obra de Tolkien. También resulta útil su acertada visión del contexto histórico, aportando datos –por ejemplo, que el autor participó en algunas de las batallas más sangrientas de la Primera Guerra Mundial, su escepticismo frente a la tecnología, sus simpatías jacobitas...– que ayudan a disfrutar aún más de la novela, o simplemente a descubrir por qué la habíamos disfrutado tanto.
En definitiva, los aficionados al universo tolkeniano tienen ahora un título imprescindible para demostrar que la Tierra Media y sus figuras mágicas de elfos y dragones, trasgos y enanos no son patrimonio de lo friki sino que, como toda buena literatura, es una historia que pregunta y responde sobre nuestros más profundos interrogantes.
Versión ‘gore’
Después de una producción plagada de contratiempos, llega por fin a las pantallas la última de las adaptaciones de Peter Jackson sobre la obra de Tolkien.
Joseph Pearce celebra que el hombre que se ha atrevido a filmar la Tierra Media esté lejísimos del sentimentalismo de Disney, porque una visión edulcorada de la historia podría –según él– suponer una ruptura de la dimensión moral de la novela.
Sin embargo, sorprende que la versión cinematográfica de un libro infantil se convierta en una película difícilmente visible para los más pequeños, porque la violencia y el bestiario de la cinta adquieren tintes de pesadilla, propios de la escuela ‘gore’ de la que proviene el propio Jackson.
Y esto de que la fantástica historia de Bilbo Bolsón –ideal para leer a un niño antes de dormir– se transforme en la pantalla en algo no apto para espíritus sensibles también tiene mucho de fractura moral. Claro que no de la novela, sino del siglo.