A la hora de tomar decisiones morales, hay casos, los llamados "de conciencia dudosa", en los que se vacila sobre la licitud o ilicitud de una acción, sin que el sujeto se determine a emitir un dictamen. ¿Qué hacer ante esa situación?
Para ayudar a salir de ese impasse, a partir del siglo XVI empezaron a surgir en el ámbito de la teología moral católica los llamados "sistemas de moralidad", pensados por los moralistas para orientar la conciencia de los fieles de forma que la duda especulativa sobre la bondad o maldad de una acción se tradujese en una certeza de orden práctico. Los nombres de esos sistemas son conocidos para quienes hayan estudiado la teología moral un poco en profundidad: tuciorismo, probabiliorismo, compensacionismo, probabilismo, etc.
¿Por qué antes no hacían falta "sistemas"?
"El hecho de que estos sistemas fueran enteramente desconocidos de la antigüedad clásica los hace sospechosos o, al menos, pone ya fuera de toda duda que no son absolutamente necesarios", afirma el padre Antonio Royo Marín, O.P., en su conocidísima Teología Moral para seglares (reimpresa en la BAC ininterrumpidamente desde hace más de medio siglo hasta hoy): "La Iglesia católica rigió la conciencia de los hombres durante dieciséis siglos sin ninguno de estos sistemas. Y no sería difícil precisar si su invención y empleo favoreció las buenas costumbres o contribuyó más bien a rebajar el nivel de las mismas y la sublime elevación y grandeza de la teología moral tal como la concibieron los grandes teólogos medievales, con Santo Tomás a la cabeza".
Royo Marín citaba en apoyo de su aserto los trabajos del padre Thomas Deman, O.P. (1899-1954), y por primera vez se publica en español uno de ellos: La prudencia (Gaudete).
Se equivoca quien considere que estamos ante una disquisición erudita para especialistas en teología moral. Los sistemas de moralidad -tanto los admitidos por la Iglesia como los rechazados por ella- parten de la base de que, ante una situación en la que el sujeto no ve bien qué principio moral es de aplicación, es legítimo decantarse por una acción u otra en función de su probabilidad (mayor o menor, según los sistemas) tal como la percibe el sujeto, o incluso tal como la perciben otros distintos al sujeto. En consecuencia, el sujeto está legitimado a actuar con una certeza práctica desligada de la verdad moral sobre su acto concreto.
Una obra de erudición al principio, cuyas profundas consecuencias se advierten al comprender la magnitud del desafío que asumió el autor y su trascendencia para la teología moral y para el católico de a pie.
"Hemos pasado de buscar lo verdadero en las acciones a concebir la moralidad del acto al margen de la verdad de la elección concreta. La moral queda así reducida a una habilidad para tranquilizar la conciencia", subraya el editor y prologuista del libro, José Antonio Ullate Fabo. Para quien esta forma de entender la decisión moral pasa "del predominio del valor objetivo de las acciones al paroxismo de la subjetividad".
Sucesor de Santiago Ramírez
¿Qué decía al respecto, cuando aún no se habían inventado estos "sistemas", Santo Tomás de Aquino? Thomas Deman era el teólogo óptimo para abordar esta cuestión. Formó parte de una generación de dominicos de extraordinario fuste, y tras varios años de enseñanza y publicaciones, en 1945 sustituyó en su cátedra de Friburgo al considerado por algunos el mayor teólogo tomista del siglo XX, el burgalés Santiago Ramírez, O.P. (1891-1967). Deman respondió al reto de esa herencia con una sucesión de contribuciones intelectuales decisivas, entre las que destacan su artículo "Probabilismo" en el Dictionnaire de théologie catholique y sus anotaciones al tratado sobre la prudencia de la Suma Teológica aquinatense, que constituyen esta obra ahora publicada en España.
Son, pues, las primeras páginas de Deman que pueden leerse en castellano, y quien se introduzca en ellas descubrirá el sentido de la reclamación del autor: "Que la prudencia sustituya a la conciencia a título de noción directora de orden práctico".
El quid de la cuestión
¿Por qué reclama esto? Porque debemos actuar, más que a impulsos de lo debido, a impulsos de lo bueno, que es lo que genera el deber. Lo debido no debe surgir de un cálculo de probabilidades ante el cual la conciencia se decanta por una opción sin determinar si es, en su caso concreto, la única buena. Es indispensable, por consiguiente, conocer eso bueno. Cuando ello resulte dudoso -recordemos que es siempre de este caso del que hablamos, no del caso en que la norma moral es clara y de aplicación evidente-, nada exime al sujeto de, considerados todos los elementos, buscar la verdad auténtica del caso y actuar conforme a ella. Sólo así alcanzará una certeza moral absoluta, aunque esa decisión haya podido ser materialmente errónea.
Para establecer que ésta era la posición de Santo Tomás de Aquino, Deman procedió a un trabajo -este sí, erudito- de análisis de las fuentes tomistas (Aristóteles, las Sagradas Escrituras, la patrística) siguiendo la pista de las ideas de conciencia y de prudencia. Dejan claro los capítulos a ello consagrados que la prudencia es una virtud orientada a la acción, pero es una virtud intelectual, esto es, que sólo se satisface con el objeto de la inteligencia: la verdad de las cosas.
Un esfuerzo intelectual con traducción espiritual
La editorial Gaudete nos brinda así un ejemplo de la doble y titánica tarea que Thomas Deman se echó a la espalda: por un lado -a nivel de la Escuela-, romper con una tradición de cinco siglos que había acostumbrado a los moralistas a pensar en términos de dictámenes mecanicistas de la conciencia en los casos dudosos; por otro lado -a nivel del católico de a pie-, convencer a los fieles de que siempre y en todo caso han de obrar conforme a la verdad objetiva de su caso, sin el recurso fácil a descansar el juicio en lo más conveniente con tal de que tenga cierta apariencia de ser lo correcto en virtud de la opinión de otros.
En definitiva, Deman le dio la vuelta a una tradición que -lo pretendiese o no- conducía al laxismo y al subjetivismo de la conciencia, en beneficio de la pureza tomista de la recta formación en la prudencia.