Una reciente biografía de Donald Spoto sobre Alfred Hitchcock (1899-1980) le presenta rechazando la religión en el lecho de muerte. "No es verdad. Yo estaba allí", ha sido la rápida respuesta de Mark Henninger, sacerdote profesor de Filosofía en la Universidad de Georgetown y entonces joven jesuita que atendió espiritualmente en sus últimos días al católico y londinense director de cine en su mansión de Bel Air.
Así lo ha explicado en un artículo publicado en el Wall Street Journal, donde confiesa que desde pequeño era un aficionado a la legendaria serie Alfred Hitchcock presenta y a sus "curiosas presentaciones" de los capítulos, "tan distintas a cualquier otra cosa de la televisión".
Se comprende entonces el choque que supuso para él entrar en la casa a principios de 1980 y encontrarse a su ídolo "en una esquina del cuarto de estar, dormitando con un pijama negro azabache".
Una oportunidad para no desaprovechar
Había ido allí a celebrar misa, invitado por otro miembro de la Compañía de Jesús, Tom Sullivan, que conocía bien al cineasta y le confesaba. El padre Henninger se quedó estupefacto ante la inesperada propuesta: "Pero, por supuesto, dije que sí", afirma traduciendo la emoción que le embargaba ante el golpe de suerte de conocer al maestro.
El padre Sullivan le despertó delicadamente, y Hitchcock besó su mano.
-Éste es Mike Henninger, un joven sacerdote de Cleveland -presentó.
-¿De Cleveland? ¡Qué vergüenza! -rugió el anciano, con su tradicional humor sarcástico.
Tras charlar un rato, pasaron al estudio de Hitchcock, donde les esperaba Alma, su mujer. Celebraron la misa en silencio: "Hitchcock había estado un tiempo alejado de la Iglesia, así que contestaba a la misa en latín", recuerda Henninger.
Montgomery Clift como sacerdote en 'Yo confieso' (1952), extraordinario homenaje de Hitchcock al secreto de confesión.
Y hubo algo más: "Tras recibir la comunión, lloró en silencio, y vi las lágrimas caer por sus rechonchas mejillas".
Ambos sacerdotes visitaron al genio muchas veces después, siempre los sábados por la tarde. Pero en una ocasión el padre Tom no pudo ir, y eso convirtió el encuentro con el padre Mark en muy especial para él: "Me corto un poco ante la gente famosa, así que me resultó difícil charlar con Alfred Hitchcock, pero lo hicimos amablemente hasta que él dijo: ´Vamos a misa´".
El sacerdote le ofreció el brazo y caminaban despacio por su edad. Henninger se sintió en la obligación de decir algo y rompió el silencio preguntándole si había visto alguna buena película recientemente. La respuesta de Hitchcock demuestra que se concentraba para la celebración, porque dijo enfáticamente, tal vez pensando en el auge en aquella época de la ciencia-ficción: "No. Cuando yo hacía películas, eran sobre personas, no sobre robots. Los robots son aburridos. Venga, vamos a misa".
Poco después murió y se celebró el funeral en la iglesia del Buen Pastor de Beverly Hills.
El verdadero rostro de la humanidad y la religión
Henninger lamenta que los prejuicios antirreligiosos de nuestra época hayan ocultado en las últimas biogragías y biopics su faceta de católico. "¿Por qué exactamente pidió Hitchcock a Tom Sullivan que le visitase? Para nosotros no estaba claro, y quizás tampoco estaba totalmente claro para él. Pero algo se lo musitó en el corazón, y las visitas respondían a un deseo humano profundo, a una necesidad humana real. ¿Quién no tiene esas necesidades y deseos?".
Añade el jesuita que hay quien considera "un signo de debilidad" cuando las personas se acercan a la religión al ver próxima la muerte: "Pero nada centra tanto la mente como la muerte. Una antigua tradición de los primeros tiempos habla del memento mori [recuerda la muerte]. ¿Por qué? Creo que al afrontar la muerte uno considera seriamente, con mayor o menor claridad, verdades olvidadas durante años que finalmente merecen nuestra atención".
"En esa perspectiva, valorar la propia vida, compartir las heridas sufridas y causadas, y buscar la reconciliación con un Dios dispuesto y acostumbrado a perdonar, me parece profundamente humano. La extraordinaria reacción de Hitchcock al recibir la comunión fue el rostro de la humanidad real y de la religión real, lejos de los titulares y las biografías de hoy", concluye en alusión al libro que motivó su artículo.