Cuando Juan Pablo II llamó repetidas veces a España «tierra de María», se refería, por supuesto, a toda España, Cataluña incluida. La devoción mariana española se expresa sobre todo en dos fiestas que otros países católicos asumieron más tarde o con menos intensidad: la Asunción, en agosto, y la Inmaculada Concepción, cuya vigilia celebran en la noche de este viernes todas las diócesis españolas. Cataluña no sólo no tiene un «hecho diferencial» en su devoción a la Inmaculada, sino que fue siempre uno de los principales puntos de difusión de este fervor. La Inmaculada, patrona de España desde 1761 (también lo es de Nicaragua, Panamá, Paraguay y hasta de Estados Unidos) fue asumida como propia varios siglos antes por Cataluña y los reinos de la Corona de Aragón.
El gran padre de las letras catalanas, el beato franciscano Ramon Llull (12321315), fue el gran promotor de la devoción a la Inmaculada Concepción en la España del siglo XIII. En 1304, el rey Jaime II ordenó la celebración de su fiesta en los reinos de la Corona catalanoaragonesa. Pero es que por estas fechas, en 1310, el arzobispo de Santiago de Compostela, Rodrigo del Padrón, estaba ya intentando difundir la fiesta como preceptiva en toda España. Era una devoción hispánica, que en Cataluña, Aragón y Valencia era, si cabe, más intensa.
En 1390, los cofrades y consellers de la ciudad de Barcelona establecieron, por voto secreto, libre y unánime, que el día de la Inmaculada sería festivo en la Ciudad Condal, y que se celebraría «axi com lo dicmenge» y anunciada «ab trompes e tabals» (como el domingo y anunciada con trompetas y tambores).
Tres años después, el Rey aragonés Juan I establece que sea considerada la más solemne de las fiestas de María. El entusiasmo catalán por la Inmaculada hace que durante tres años consecutivos (de 1415 a 1417) los cofrades barceloneses escriban al muy atareado emperador Segismundo pidiendo que propague la fiesta por sus dominios alemanes, húngaros, suizos, eslavos y del norte de Italia.
Son también los catalanes y aragoneses los que consiguen que el Concilio de Basilea en 1431 establezca la Inmaculada como fiesta universal... pero eran tiempos tumultuosos y el Concilio resultó ser herético (no por este tema). En 1456, el Consejo de Ciento de Barcelona y el rey, Juan II, reunidos en las Cortes catalanas, hicieron solemne profesión de fe de la Inmaculada. El rey, al promulgar las Constituciones de Cataluña, decretó pena de destierro para quien hablase contra la Inmaculada Concepción de la Virgen María. En los siglos siguientes, la devoción inmaculista se extendió y afianzó por toda España.
Finalmente, en 1760, las Cortes españolas y Carlos III pidieron al Papa que nombrase a la Inmaculada como patrona de España y de todos sus reinos, también americanos, cargo que ostenta desde 1761.