Ante la canonización del beato cardenal John Henry Newman este 13 de octubre nos preguntamos por qué ahora, ¿llegó el milagro que lo ha hecho posible por azar o por providencia? ¿O es que quiere el Cielo que nos fijemos especialmente en Newman en esta época de la historia?
Recurriremos a la lectura de un excelente librito de varios autores sobre su figura (John Henry Newman, Ed. Fundación Maior, Madrid 2015), donde nos encontramos con estas palabras de Stratford Caldecott, reconocido escritor inglés especializado en Tolkien y gran conocedor de John Henry Newman; en ellas se nos dan pistas de cómo su vida y escritos pueden ser imprescindibles y proféticos hoy en día. «Veía en el horizonte el terrible impacto del liberalismo o de lo que podríamos llamar relativismo, así como el colapso de la sociedad cristiana en la que estamos viviendo”. Pero al mismo tiempo, “apuntaba un casi inevitable crecimiento de un oportuno movimiento contrario que habría de llevar a una nueva primavera de la fe (Second Spring) –la misma frase utilizada por el Papa Juan Pablo II en sus escritos relativos a la nueva evangelización–» (p. 15).
"Newman encontró el catolicismo romano profundizando en las riquezas de los Santos Padres y de la santidad cristiana, que había aprendido a conocer en la tradición de su comunidad anglicana, de modo que pudo ser un converso sin hacerse un reaccionario. El gentleman de Oxford, sin dejar de serlo, llegó a ser un gran maestro de la fe católica con su apertura intelectual y su equilibrio humano, con su buen humor y su capacidad de decisión" (p. 9).
Estas son algunas de las características que definieron su carácter y nos pueden ayudar a enfrentar los retos del mundo actual.
Una figura inclasificable, inspiradora de confianza y una santidad extraordinaria
Ahora transcribimos una larga cita que aparece en el mismo librito antes mencionado. En esta ocasión los párrafos se deben a Ricardo Aldana, quien, por cierto, aporta al final dos citas del gran teólogo H. U. von Balthasar: la primera, implícita, perteneciente a su libro sobre santa Teresa de Lisieux. Historia de una misión y la segunda al primer volumen de su gran obra Gloria. Una estética teológica.
«La figura de Newman a más de un siglo de su muerte sigue creciendo ante nuestra conciencia. Se destaca como figura especial, distinta, inclasificable, y a la vez cercana, inspiradora de paz, de seguridad y confianza. El rostro angulado de sus retratos, ya desde los de su juventud, que ha acumulado dolor y alegría gracias a la enorme valentía que la fe cristiana inspiraba a su corazón para permanecer libre en el camino de la verdad, nos impone esa sensación saludable de reverencia que remite al misterio al que él quiso honrar toda su vida, desde la decisión tomada a los dieciséis años, de pertenecer siempre y en todo a Jesucristo.
En John Henry Newman encontramos los rasgos que anuncian no sólo una gran personalidad, capaz de unir en sí los elementos que en otro serían contradictorios y probablemente fingidos, sino una verdad más grande de la que vive esa gran personalidad. Newman es tímido y recatado, y a la vez posee una valentía capaz de desafiar cuatro siglos de historia del cristianismo en Inglaterra, historia conocida y amada de todo corazón; es frágil de salud, pero posee la energía para un trabajo descomunal. Es radicalmente inglés, pero no negocia nada de la verdad universal por ganarse el favor de su patria; es un estudioso extraordinariamente dotado, pero se recrea enseñando a cantar a los niños acompañado de su violín; es un amante de la tradición antigua cristiana y precristiana, pero no es un conservadurista; es un crítico radical del liberalismo moderno que somete la revelación de Dios en Cristo a la razón humana, pero no cae en el juego de una apologética, igualmente racionalista, de lo antiguo contra lo nuevo, sino que señala a lo establecido en Cristo y a la libertad siempre actual de Dios. Es un sacerdote celoso de la autonomía de los laicos, es un poeta genial, una pluma señera en la lengua inglesa, un teólogo agudo, que nunca piensa ni habla pensando en los especialistas, sino en los más sencillos. No puede nunca adaptarse a un entorno mediocre, ni como anglicano ni como católico, pero no desprecia a nadie; aunque se queda solo muchas veces, sin la comprensión de familia y amigos, sin la comprensión de otros convertidos, nunca es un outsider, siempre está en el corazón de la comunión. Vive, sobre todo en algunos años de su vida, una angustia continua, sin perder la paz del corazón. Como dice Chesterton, cuando cosas tan contradictorias se juntan, uno tiene que pensar que allí reside una verdad grande.
Los rasgos de la vida de Newman nos remiten, en fin, a un misterio más hondo que es necesario reconocer […]. Son los rasgos de una santidad extraordinaria. Podemos recurrir a la idea de Hans Urs von Balthasar de que hay santos que la Iglesia ofrece a Dios, porque en ella se santifican mediante el amor y el servicio, pero hay santos que Dios da a su Iglesia, y que son los que abren caminos cerrados por los que muchos pueden caminar. ¿No es éste el caso de Newman? ¿No ha recorrido él un camino lleno de sufrimiento y nobleza hacia la unidad católica que restaura la unidad para bien de muchos? “La siempre nueva e imprevista irrupción vertical de nuevos carismas en la historia de la Iglesia... los grandes carismas de misión... repentinamente visitan y fecundan a la Iglesia, las grandes conversiones (de Agustín a Newman)”» (pp. 17-18).
Este gran carisma se muestra en muchos rasgos característicos que nos pueden ayudar en esta época especialmente.
Rasgos característicos del Beato Cardenal Newman
El carisma de la misión del cardenal Newman en la Iglesia y en la sociedad viene a decirnos a nuestro mundo de hoy la importancia de dar sentido a una existencia en manos de Dios. Ese carisma se manifiesta en muchos de los rasgos característicos de su vida.
Eecurriendo, una vez más, al librito John Henry Newman (Ed. Fundación Maior, Madrid 2015), citado en la entrega anterior a propósito de su próxima canonización, traemos unas frases de Stratford Caldecott: «Una de las grandes aportaciones de Newman se centra en la vital importancia que otorga a la conciencia natural de la persona como voz de Dios dentro de nosotros». Y aclara que, según Newman, «Conciencia e Iglesia no pueden a fin de cuentas estar en desacuerdo y si parecen estarlo, nuestra tarea será la de profundizar en los motivos para ello y solucionarlo» (p. 14). Y es que Newman fue un gran hombre de Iglesia, incluso siendo igualmente osado y capaz de desafiar las situaciones establecidas, al estilo de Mary Ward y Francisco Javier, como también los grandes teólogos que mantuvieron su lucha hasta la ancianidad, como Anselmo o Gregorio de Nisa.
Precisamente su inspiración estaba en los Padres de la Iglesia, en su modo de buscar a Dios en todo. Escribe Ian Ker, biógrafo del cardenal Newman: «Él ama su trabajo porque es el trabajo de Dios. Hay cosas que él hace con gusto, otras que le resultan pesadas; pero también las ama con su amor atento, porque él quiere que la obra pertenezca totalmente a Dios».
El modo humano de asentir a la verdad encontrada
Newman mantuvo su pugna (como anglicano y después como católico) con el «liberalismo teológico que ya no escucha amorosa y obedientemente a Dios, sino que juzga sobre la pertinencia de su revelación». Su posición es clara: lejos de significar progreso alguno, esa postura significa envejecimiento y decrepitud. Por eso Hans Urs von Balthasar ve también a Newman junto a aquellos que se han levantado contra diversos «ablandamientos de la fe»: Ireneo contra los gnósticos, Atanasio contra los arrianos, Ignacio frente al renacimiento y la Reforma.
Beatificación del cardenal Newman presidida por Benedicto XVI en Birmingham en 2010
Pero también es preciosa la imagen del Newman profeta, que introducía con su propia vida una novedad difícilmente asimilable para muchos en su tiempo: ese no contentarse con dejar las cosas como estaban, ese oponerse al estrechamiento de la teología y de la doctrina, que supusieron un sufrimiento personal prolongado, pero que nunca condujo a Newman a la amargura ni al resentimiento.
El arriba mencionado Stratford Caldecott apunta lo siguiente: «La conversión de Newman y su incorporación a la Iglesia católica tuvieron una gran significación. […] Hombre de letras y de gran maestría tanto en prosa como en verso, era filósofo y teólogo, y conocía a fondo las obras de la patrística. […] Era asimismo un educador que impulsó la enseñanza de las Humanidades y un modelo de universidad católica. Anticipó y dio vida a la renovación iniciada a principios del siglo xx, que logró que la teología católica fuera puesta al día mediante una vuelta a los Padres de la Iglesia y a la Sagrada Escritura. Al resaltar la importancia que él le dio al papel de los laicos, sin dejar de mencionar por lo demás su preocupación por integrar la visión de la ciencia y del pensamiento moderno en su pensamiento filosófico, ha sido llamado “padre del Concilio Vaticano II”» (p. 13).
Por último, quizá podríamos decir que la gran cuestión que ocupó a Newman toda su vida fue el modo humano de asentir a la verdad encontrada: «la adhesión a la verdad es libre, no puede imponerse sino por el diálogo entre el corazón de Dios y el corazón del hombre». (Cor ad cor loquitur)
Anotamos finalmente que tanto Pablo VI como Benedicto XVI expresaron públicamente su convicción de que Newman era ya, podríamos decir que in pectore, un doctor de la Iglesia, que abrió a través de su pensamiento y de su propio testimonio de vida, algunos de los grandes caminos que la comunidad católica ha transitado en el último siglo.
* Irene Martín es secretaria de la Fundación Maior