Que Gino Covili (1918-2005) pintase un cuadro de Cristo crucificado, y posteriormente toda una serie consagrada a San Francisco de Asís, parece un misterio a la luz de su biografía como miembro de la resistencia y militante del Partido Comunista. Quizá haya que buscar el origen remoto de esa línea de trabajo en su propia ubicación en la izquierda italiana de su tiempo, cuyo "mundo intelectual", señala Antonio Socci, "parece ignorarlo, tal vez porque no es un intelectual orgánico".
Socci recuerda que su pintura "no nace del estudio, de la academia, sino de la escuela de la vida". Y, aunque participó de la vida cultural italiana, entregada de pies y manos al narcisismo comunista durante décadas, permaneció fuera de sus "salones" y "siguió siendo un hombre del pueblo, no de la élite".
Nació en los Apeninos modeneses en una familia modesta de Emilia-Romaña y creció sin su padre, emigrado a Francia para encontrar trabajo como violinista. Se integró en el ejército y combatió en la Segunda Guerra Mundial para integrarse luego en la resistencia comunista, que tuvo en aquella región su epicentro.
Al concluir la contienda encontró un empleo como peón albañil, lo que le permitió casarse con su esposa Albertina y formar una familia. En 1950 obtuvo un puesto como bedel en un colegio de su pueblo, Pavullo nel Frignano, y esa estabilidad y la menor exigencia física del trabajo le permitieron consagrarse a la pintura, su pasión.
Hasta 1964 no lograría hacer su primera exposición, en Bolonia, a la que siguió otra en 1969 en Milán. Su carrera estaba lanzada y sus retratos contundentes de la vida campesina comenzaron a ser cada vez más valorados y elogiados, pudiendo dedicarse profesionalmente solo a la pintura. Su notoriedad social y cultural no dejó de crecer.
Gino Covili, con Luchino Visconti (izquierda) y Ugo Tognazzi (derecha).
"Covili tiene como tema fundamental su mundo rural, campesino y popular, la cual representa en aquella postguerra durante la cual la civilización campesina, después de doce mil años, iba a ser barrida por la industrialización", toda "una mutación antropológica y espiritual", explica Socci: "Es la belleza primigenia de la vida del pueblo la que él pinta", una "belleza que está sobre todo en el movimiento de aquellas figuras aracicas que parecen emerger con poder de la misma tierra".
El segador(1972), arriba, y La última gavilla (1974), abajo, dos de las obras más célebres de Covili.
"Es el mundo comunitario y campesino que ha llegado a su 'última gavilla' y se resiste a su propia disolución, es la resistencia del hombre que resiste a la fatiga y a la naturaleza, y en ocasiones pierde", en palabras de Ciro Tarantino.
En todo ello late, afirma Socci, el "trasfondo cristiano" propio de la cultura en la que esa resistencia tenía lugar. Y que Covili no era ajeno a ese trasfondo lo prueba el hecho contado por su propio hijo Vladimiro en una entrevista en Città d'Arte-Emilia Romagna en la que le preguntan por el ciclo sobre San Francisco de los años 1992-1993, sorprendente en alguien que toda su vida fue, o pareció ser, un ateo convencido. El ciclo sería expuesto, por iniciativa del padre Giulio Mancini, en la iglesia de San Damián en Asís.
"Normalmente no quiero hablar directamente de este episodio, porque sobre eso soy muy discreto", dice Vladimiro: "Pero me pregunta por ello, así que hablaré... Ese ciclo nació como un ex voto por mí".
En febrero de 1992, Vladimiro fue víctima de un accidente de tráfico al chocar contra un camión en una carretera al sur de Módena. Se salió de la calzada y el golpe fue tan grande que estuvo en coma durante un mes.
Imagen: Città d'Arte-Emilia Romagna.
Nada más saber lo que había pasado, Gino corrió al hospital a verle... y luego no volvió: "Se encerró en su estudio y pintó un cuadro, el Cristo doliente en la Cruz. Hacía más de cuarenta años que no rezaba, pero en aquel caso volvió a hacerlo con el único lenguaje que sentía como propio: la pintura".
"Cuando desperté del coma", continúa Vladimiro, "mi mujer me contó que Gino estaba leyendo sobre San Francisco y haciendo dibujos de él, y pensé: '¿Se ha vuelto loco?' Y no fui el único en sorprenderse, pero Gino se justificaba con los amigos diciendo: 'Perdona, pero ¿qué tenía que hacer? ¿Rezarle a Marx? He rezado por mi hijo".
Cuando Vladimiro volvió a casa, Gino le regaló el cuadro de Cristo, pero antes lo firmó por detrás: "Me has escuchado, Cristo. Gracias".