Hace ciento diez años nacía Eugène Ionesco, uno de los dramaturgos más importantes del siglo XX y exponente del "teatro de la Ausencia". Un agnóstico con la mirada dirigida a la eternidad. Cuando ya era un anciano escribió para el compositor Probst el libreto de Maximilien Kolbe, una ópera sobre el santo sacerdote polaco que dio su vida para salvar a un padre de familia. Ionesco pensaba que no lo conseguiría, pero el resultado fue sorprendente. Lo cuenta Massimo Scapin en La Nuova Bussola Quotidiana:
Ionesco, el agnóstico que entrevió la Luz
Hace ciento diez años, el 26 de noviembre de 1909, nacía uno de los más importantes dramaturgos del siglo XX, exponente del "teatro de la Ausencia" (definición que él prefería a la más difundida "teatro de lo absurdo"): Eugène Ionesco (1909-1994).
Eugêne Ionesco fue el creador del llamado Teatro del Absurdo o de la Ausencia, siendo El Rinoceronte (1959) su obra más característica.
Hijo de padre rumano y madre francesa, vio la luz en la ciudad de Slatina, a 150 kilómetros al este de Bucarest, pero vivió en París la mayor parte de su vida hasta su muerte, que concluyó su "búsqueda intermitente" -este es el título del último volumen de su diario- el 28 de marzo de 1994, a los 84 años de edad, con un funeral celebrado según la tradición litúrgica ortodoxa en la que había sido bautizado.
Agnóstico, sí, pero con la mirada siempre dirigida hacia el infinito y la eternidad, como testimonian estas palabras que pronunció con su humour durante una entrevista en 1982: "Cada vez que suena el teléfono me precipito a cogerlo, con la esperanza, cada vez decepcionada, de que pueda ser Dios el que me llama. O al menos uno de sus ángeles secretarios" (S. de Leusse-Le Guillou, Eugène Ionesco, de l'écriture à la peinture, pág. 106). O como se lee en la última línea de su Diario íntimo: "Rezar el No Sé a Quién. Espero que a Jesucristo" (La búsqueda intermitente).
Pero el trabajo que mejor representa el giro religioso que tuvo lugar en los últimos años de su vida, y que fue su "canto del cisne", es Maximilien Kolbe, un libreto en francés para la ópera lírica en tres partes de Dominique Probst, compositor francés nacido en 1954, y representada por última vez en Rímini en 1988, durante el Meeting para la Amistad entre los pueblos, ante un público de más de 5.000 personas (Eugène Ionesco, Maximilien Kolbe, Libretto d'opera in tre parti su musica di D. Probst, Guaraldi, Rimini, 1992).
Ionesco, en el Meeting de Rímini de Comunión y Liberación, en 1988.
En poco más de una hora de música, Probst mezcla voluntariamente, según la situación dramática, el lenguaje modal-tonal-atonal y serial. La partitura está compuesta para cuatro personajes: Maximiliano Kolbe, barítono; el comandante del campo, bajo; el prisionero Pouchovsky, barítono y el padre de familia, tenor. Además hay un coro masculino, un coro infantil y una orchestra de cámara (flauta, órgano, tromba, contrafagot, vibráfono, percusiones, órgano y piano).
Ionesco sentía una fascinación especial por Maximiliano Kolbe, sacerdote polaco franciscano conventual, fundador de la Milicia de María Inmaculada, que murió mártir en el campo de exterminio de Auschwitz el 14 de agosto de 1941 al ofrecer voluntariamente su vida en lugar de un compañero del campo, padre de familia. Fue canonizado por Juan Pablo II en 1982.
La escritura de este libreto, desde un primer intento infructuoso en 1981, fue atormentada:
"Para Dominique Probst fue difícil convencer a Ionesco de escribir la segunda parte del drama, quintaesencia de todo su trabajo dramático y de su búsqueda espiritual. Ionesco, anciano y cansado, dudaba de sí mismo y de su capacidad de hacerse intérprete de las palabras de un sacerdote católico, teniendo en cuenta también que no hubo ningún testigo que pudiera contar lo que sucedió en los quince días de aislamiento y agonía, salvo que, en los primeros momentos, se oía cantar y rezar al padre Kolbe" (Marguerite y Jean Blain, "Maximilien Kolbe": l'opéra des pauvres hommes in Lire, jouer Ionesco: solitaires intempestifs, pág. 302).
Primera parte: la evasión. "Corred trás él y encontradlo, vivo o muerto", ordena el comandante del campo a algunos guardias para que salgan, con los perros, a buscar a Walter, que ha huido. "Os mataremos a los diez. Os encerraremos en el búnker y si no encontramos al evadido moriréis de hambre y sed", sigue amenazando. Hallan el cadáver de Walter, pero el castigo no se anula. "¡No, yo no! ¿Qué les sucederá a mi esposa y a mis hijos? ¡No, yo no!", se desespera uno de los prisioneros. El padre Maximiliano sale de la fila y dice: "Soy un sacerdote católico, quiero ocupar el puesto de este prisionero. Él tiene esposa e hijos, yo estoy solo".
Segunda parte: el búnker de la muerte. "¿Qué es esta pesadilla, este mundo infernal en el que hemos caído?", grita de rabia Pouchowski, el prisionero número nueve, y le pide al fraile: "¡Oh, padre, ilumina nuestras mentes, danos consuelo hasta el final". Y el padre Kolbe, en un monólogo, responde: "No estamos hechos para comprender... No puedo daros ninguna explicación, porque yo también soy un pobre hombre. Pero rezad a Jesucristo... Aún no tenéis la respuesta, pero tendréis la esperanza; más que la esperanza, tenéis la certeza de la reconciliación... Os bendigo ahora, os bendeciré hasta el último respiro, instante tras instante, hasta el Instante infinito. Os aseguro, creedme, habéis llegado a las puertas del Paraíso y aún no lo sabéis. Estáis en el umbral de la felicidad que no acabará nunca... No quedan palabras. Su inmensidad ha descendido sobre vosotros. Rezad a Jesucristo. El Señor y la Virgen están detrás de esa puerta y os esperan. Abrid la puerta. Qué irrumpa la luz".
Tercera parte: el búnker de la muerte, quince días después. "El maldito sacerdote" sigue vivo y reza entre los nueve compañeros muertos: «Requiem æternam dona eis, Domine, et lux perpetua luceat eis...". El comandante del campo ordena al médico: "¡Inyéctale inmediatamente el fenol! Déjalo morir. Quita los cadáveres del búnker, ¡hay que hacer sitio a otro sinvergüenza!". Maximiliano muere entre los brazos del padre de familia y el coro de niños canta en polaco las ocho Bienaventuranzas (cfr. Mt 5, 3-10).
El autor del monólogo que concluye la segunda parte -un texto paradigmático- ya no es el Ionesco de La cantante calva, el poeta de la Ausencia de 38 años antes, sino un peregrino, sobre cuyo rostro cansado aparece una sonrisa: sus ojos, que "detrás de la puerta" han entrevisto la Luz, se iluminan de esperanza.
Traducción de Elena Faccia Serrano.