Este domingo volvió a la pantalla de televisión, tras el paréntesis veraniego, Lágrimas en la lluvia, el programa de Juan Manuel de Prada en Intereconomía TV. Su 83ª edición se consagró al papel de la Iglesia, y en particular de Pío XII, durante la Segunda Guerra Mundial: tanto en el aspecto diplomático de la relación entre los beligerantes, como en lo concerniente al supuesto silencio del Papa ante el Holocausto.
Conformaron la tertulia: Pablo Hispán, profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad CEU-San Pablo y autor de La política en el régimen de Franco entre 1957 y 1969, y cuya presente labor investigadora se centra en el papel de los católicos durante la Segunda Guerra Mundial; Felipe Quero, general de División del Ejército de Tierra y autor, entre otros libros, de Segunda Guerra Mundial. Consideraciones militares, y de una Historia Militar de la Segunda Guerra Mundial pendiente de publicación; Emilio Sáenz-Francés, profesor de Historia y Relaciones Internacionales de la Universidad Pontificia Comillas y autor de Entre la antorcha y la Esvástica. Franco en la Encrucijada de la Segunda Guerra Mundial; y Andrés Martínez Esteban, sacerdote, profesor de Historia de la Iglesia en la Facultad de Teología de la Universidad de San Dámaso y autor, entre otros artículos, de un estudio sobre Hitler, la Santa Sede y los hebreos.
Antes del coloquio se emitió la película Maximilian Kolbe, dirigida por el polaco Krzysztof Zanussi en 1991, e interpretada en el papel del santo por Edward Zentara. El film cuenta la historia del fraile franciscano polaco que murió en el campo de concentración de Auschwitz tras ofrecerse para sustituir a un judío padre de familia que iba a ser ejecutado como represalia por una fuga. El padre Kolbe fue beatificado por Pablo VI en 1971 y canonizado en 1982 por Juan Pablo II, quien lo declaró “mártir de la caridad”.
Testimonios coincidentes
En su presentación del tema, Prada recordó que la Santa Sede había condenado el nazismo ya en 1937 con la encíclica Mit Brennender Sorge de Pío XI, redactada en buena medida por su secretario de Estado, el cardenal Eugenio Pacelli, futuro Pío XII. Éste, cuando estalló el conflicto, dirigió una carta al cardenal arzobispo de Munich, Michael von Faulhaber, anunciándole que la actitud que la Iglesia mantendría ante los países en guerra no sería de una neutralidad que pudiera interpretarse como indiferencia pasiva, sino de imparcialidad, para juzgar las cosas según la verdad y la justicia.
"En este afán por enjuiciar con verdad y justicia lo que estaba sucediendo debe inscribirse el célebre mensaje papal de la Navidad de 1942", afirmó Prada: un mensaje en el que Pío XII, tras denunciar que el mundo se había “lanzado de cabeza a la oscuridad”, proclamó que “la Iglesia se estaría engañando a sí misma, habría cesado de ser una madre, si fuera sorda a los gritos de los niños que sufren” y a los “cientos de miles de víctimas que, sin culpa alguna por su parte, y solamente a causa de su nacionalidad y raza, han sido condenados a muerte o a la extinción paulatina”, en clara alusión a los judíos.
El conductor de Lágrimas en la lluvia recordó Prueba de a los más de diez mil trescientos sacerdotes que fueron perseguidos por el Tercer Reich, encarcelados o deportados a diversos campos de concentración, como los mil que hallarían la muerte en Dachau. Según el cómputo del historiador judío Pinchas Lapide, la labor de la Santa Sede bajo la dirección de Pío XII salvó la vida a más de ochocientas mil personas.
Cuando en 1958 murió el Papa Pacelli, Golda Meir, madre del Estado de Israel, escribirió: "Durante los diez años del terror nazi, cuando el pueblo sufrió los horrores del martirio, el Papa elevó su voz para condenar a los perseguidores y para compadecerse de las víctimas". Y el entonces Presidente del Congreso Judío Mundial, Nahum Goldmann, afirmó: "Con especial gratitud recordamos todo lo que Pío XII hizo por los judíos perseguidos durante uno de los períodos más oscuros de toda su historia".
Los supuestos silencios cómplices del Papa son un recurso de la propaganda comunista de los años sesenta. La prudencia de la Santa Sede tenía una explicación que, según recogió María Cárcaba en su aportación al primer bloque, fue reconocida por el mismo Robert Kempner, delegado de Estados Unidos en el Consejo para el Tribunal de Nuremberg: “Cualquier intento de propaganda de la Iglesia católica contra el Tercer Reich de Hitler no sólo habría sido un suicidio provocado, sino que habría acelerado aún más la ejecución de judíos y de sacerdotes”.
Rendición incondicional
Durante el curso del debate se abundó en estos argumentos y se señalaron algunos hechos históricos que permiten dimensionar el papel de la Iglesia en una encrucijada muy compleja.
El general Quero detalló, por ejemplo, que la neutralidad del Vaticano le impedía expedir durante el conflicto certificados de "culpabilidad" moral de los Estados.
Sáenz-Francés recordó que los mensajes de Radio Vaticano habían sido manipulados por el gobierno británico en forma que podía comprometer esa neutralidad, lo que obligó al Papa a delicados equilibrios.
Hispán explicó la buena relación de Pío XII con Franklin Delano Roosevelt, motivada en parte por el apoyo de numerosos católicos al presidente norteamericano, y el momento amargo que vivió el Pontífice tras la declaración de Casablanca de 1943, en la que los aliados exigieron una "rendición incondicional" de Alemania que -temía el Pontífice- prolongaría la guerra. Sabía que la imposibilidad de una paz negociada impulsaría a Hitler a una resistencia a ultranza, y al mismo tiempo lamentaba las consecuencias para el pueblo alemán, al que apreciaba enormemente tras su paso durante años por la nunciatura en ese país.
Martínez Esteban, como ejemplo del compromiso humanitario del Papa con los judíos perseguidos, evocó la excepcional decisión que tomó de permitir a algunos conventos femeninos abrir su clausura para que pudiesen acoger a familias enteras de refugiados, y no sólo a mujeres.
La prueba del 9
Por su parte, en una de sus intervenciones, Prada recordó el hecho que por sí solo, señaló, demuestra el absurdo de las acusaciones contra Pío XII, auténticas "infamias": al finalizar la contienda, el rabino de Roma, Israel Anton Zoller, testigo de excepción de los esfuerzos del Papa por salvar a los judíos en mil formas, se convirtió al catolicismo y adoptó el nombre Eugenio Pío en homenaje al Papa.