El mundo vive épocas de cambios continuos y acelerados. Lo que hoy es un dogma inamovible... mañana, o esta misma tarde, es algo pasado de moda. Se cambia de un trabajo a otro sin pestañear y las parejas pasan como los trenes por el andén. Zygmunt Bauman lo llamó "la modernidad líquida". Que alguno, últimamente, ha tenido a bien elevar a estado "gaseoso".
Pero, en este frenético ritmo de vida a veces es bueno, incluso imprescindible, detenerse un rato y escuchar la sabiduría de ciertos personajes, aunque sean, por qué no, de la literatura. Si hay alguien que sabe de moverse de un planeta a otro en muy poco tiempo ese no es otro que el principito. Eso sí, cargado siempre con un saco de verdades profundas que pueden ayudar a combatir la pérdida de rumbo, el sinsentido y la falta de compromiso.
Álvaro Abellán-García es profesor de Comunicación y Humanidades en la Universidad Francisco de Vitoria (UFV), autor de Yo siempre vi un sombrero. Encuentros con el Principito (Editorial UFV, 2022), y ofrece a los lectores de ReL, en el 80 aniversario de su publicación, lo que podría estar pensando le petit prince de esta sociedad... ¡ah!, y no se olvida de dar algunos útiles y sabios consejos.
1-Escucha a la voz que clama en el desierto:
El desierto es, primero, un lugar físico, marcado por la ausencia. Allí "hay" silencio, carencia de vida y soledad. Esas mismas "ausencias" las encontramos en nuestro mundo, aun rodeados de cosas y personas, mercados y mensajes. Todo habla, pero no dice nada. Todo se mueve tan rápido que nos cuesta reconocer el pulso de la vida natural. Dos juntos es "soledad al cuadrado", recuerda Sabina. El desierto es, también, un estado del alma. Sequedad, falta de orientación, hambre de encuentro. Es un lugar de prueba.
La ventaja del desierto físico es que ayuda a hacer silencio interior. Allí, en el silencio, se prepara la palabra esencial. La que algún día podremos escuchar. La que algún día sabremos pronunciar. Cada uno ha de escuchar la suya. Tal vez sea algo así como "¡Dibújame un cordero!". Un cordero invisible, es decir, esencial, que da continuidad a la vocación del piloto, estrenada con ese elefante comido por una boa.
El principito nos invita a salir del ruido y entrar al silencio, a permanecer allí, aunque incómodos. A esperar la voz. Quizá débil al principio, pero tronará, y una llama prenderá el corazón.
2-Apuesta por tu vocación:
Las decisiones, en nuestro tiempo, están dominadas por el cálculo de resultados. Elegimos conforme al éxito más probable o la opción más segura —¡ay, el miedo!—, y nunca conforme al valor que hace valiosa la vida. El principito descubrió el amor al conocer a su rosa. La abandonó, porque era demasiado joven para saber amarla.
El piloto descubrió su vocación de pintor al leer un libro sobre la selva virgen. La abandonó, porque las personas mayores le dijeron que se ocupara de cosas útiles. Ambos tenían un gran corazón, pero estaba roto, porque dieron la espalda a su vocación.
Elegir la vocación nos sitúa en un camino inseguro, incierto, arriesgado. Para alcanzarla, el principito deberá enfrentarse a la picadura de la serpiente; y el piloto, deberá consolar al principito, olvidando la urgente reparación del motor de su avión. Ambos desechan la opción de sobrevivir a cualquier precio. Optan por orientarse al logro de su vocación, aunque eso signifique, a menudo, tener que soportar muchas orugas, hasta ver volar las mariposas.
3-Ocúpate de lo invisible:
Estamos rodeados de cosas. Las gestionamos. Y entonces aparecen más cosas que gestionar. Vivimos en modo Tetris: nerviosos por lo que se nos viene encima, calculando el modo de encajarlo: que ocupe poco espacio y tiempo. Pero, en modo Tetris, el espacio siempre se acorta y el tiempo siempre se acelera. Solucionamos problemas, pero los problemas crecen.
El principito aprendió del zorro el arte de ver lo esencial, que es invisible a los ojos y sólo se ve bien con el corazón. El piloto aprendió lo mismo de un principito ya maduro. Rilke decía de los hombres que "somos abejas de lo invisible". Pero, ¿qué es esto de "lo invisible"?
Lo invisible escapa al cálculo: no se puede medir, pesar, manejar, controlar. Nos interpela y, si respondemos, nos supera, nos envuelve, nos impulsa, nos gobierna. Nos aguarda detrás de las cosas y nos libera de convertirnos en cosas. Lo invisible es la amistad, el amor, las promesas cumplidas, los vínculos que nos unen a las fuentes de la vida, la sabiduría.
Es el elefante comido por la boa, el cordero dentro de la caja, la fidelidad a una flor que esconde el frágil cuerpo del principito, el fuego interior que obliga al piloto a contarnos su historia, el deseo que se enardece esperando la hora precisa marcada por un reloj, la presencia del amigo en el trigo y de la amada en las estrellas.
Lo invisible es el tesoro que, enterrado en los cimientos de una casa, la encanta; la belleza que se esconde en el desierto, el canto de la roldana que anuncia la llegada del agua fresca, el fuego del hogar protegido del invierno.
4-Abraza a tus amigos en los momentos difíciles:
Hoy el sufrimiento, el dolor, el fracaso, la angustia, el mal… no están de moda. No queremos ver las tumbas. Quedan mal en Instagram. Escondemos nuestras lágrimas. Cuando el amigo llora, lo respetamos en fría distancia, no importunamos su dolor con nuestra presencia. Guardamos los abrazos para el éxito. Aun así, no podemos olvidar que los mejores, los auténticos abrazos, son de tanatorio.
El principito, preocupado porque un cordero inocente pueda, sin embargo, comerse a su amada flor, eleva su preocupación doméstica a drama cósmico: "la guerra entre los corderos y las flores". Es el misterio del mal, un asunto más metafísico que moral, más radical que la identificación de culpables. "¿No es eso importante?", le dice, con lágrimas en los ojos, al piloto.
Algunos males tienen solución. Solucionemos. Somos muy buenos en eso. "Dibujaré un bozal para tu cordero…". Otros males, no la tienen. ¿Qué hacer entontes? El hombre, antes de ser un solucionador de problemas, es una palabra, una promesa, un compromiso, una respuesta. Abracemos. Busquemos al amigo en su hora difícil. Busquemos el abrazo en nuestra hora difícil.
5-Fortalece los vínculos que te dan la vida:
El mundo actual va muy rápido. Se consume a sí mismo en ritmo acelerado. Hacemos las cosas conforme a una obsolescencia programada: duran poco. La propaganda nos obliga a una obsolescencia percibida: la moda. No sólo nuestro vínculo con las cosas es más débil y corto, también ocurre así con las personas. Cambiamos de ciudad, de trabajo y de hobbies, de familia y de hogar. Sin vínculos fuertes con realidades estables y profundas, quedamos desorientados, desvinculados, a la deriva.
El principito, abandonando a su rosa, visitó hasta seis planetas cercanos al suyo, con la esperanza de instruirse y hacer amigos. No tuvo éxito. Cada planeta estaba habitado por un solo hombre. En el mundo de cada uno de estos personajes, conforme a la lógica de sus pensamientos y acciones, no cabía nadie más.
El hombre de negocios, el rey, el farolero, el geógrafo y el vanidoso eran, más o menos, como el bebedor, quien bebe para olvidar que tiene vergüenza de beber. Un círculo vicioso. El séptimo planeta que visita será la tierra. Está habitada por miles de hombres de negocios, reyes, faroleros… personas encerradas en su mundo, donde no cabe nadie más.
En el desierto de la tierra había un zorro. Él enseñó al principito la importancia de domesticar y ser domesticado. Es decir, de hacerse a la "domus" o casa del otro; y de hacer al otro de la propia casa. Para domesticarnos unos a otros son necesarios los ritos: espacios, tiempos y acciones que, por habituales, hacen de ese lugar, esa hora y ese encuentro algo distinto, único, significativo, denso. Insistir en lo invisible, ahí está la permanente novedad.
6-Camina lentamente y en compañía hacia las fuentes:
Un error extendido en nuestro tiempo es reaccionar a su liquidez buscando la solidez de las piedras. Nos encerramos, entonces, en los cuarteles de invierno. Nos aislamos del mundo. En la espera de tiempos mejores, dejamos de vivir nuestro tiempo, el tiempo que nos ha sido dado vivir, el tiempo que nos es donado y que es este, no otro.
El principito había rechazado ya unas "píldoras para la sed" que ahorran tiempo y esfuerzo, creyendo más sensato "caminar lentamente hacia una fuente". Habían pasado siete días desde la caída del piloto en el desierto. No tenían agua. En mitad de una noche oscura y fría, el principito y el piloto caminan juntos hacia un destino improbable: un pozo, una fuente de agua viva escondida en el corazón del desierto.
Puedes ver aquí una conferencia del profesor Abellán sobre El Principito.
Fruto del esfuerzo de su aventura compartida, al amanecer del octavo día —el día invisible que abraza el tiempo histórico—, divisan un pozo "de aldea", de civilización fraterna, comunidad de personas. "Esta agua", dirá el principito, "es buena para el corazón".