¿Estaba la auténtica Inglaterra representada en las ceremonias de inauguración y clausura de los Juegos Olímpicos de Londres? El debate lleva semanas ocupando a diversos círculos de opinión británicos, y a él se ha sumado el escritor Joseph Pearce, autor de biografías de William Shakespeare, Oscar Wilde, G.K. Chesterton, Hilaire Belloc o Roy Campbell, entre otras.


Un artículo suyo en Saint Austin Review añade algunas reflexiones sobre lo que constituye la tradición clásica anglosajona, a raíz de una experiencia personal: "La pasada noche", cuenta, "viví el delicioso y edificante placer de volver a ver la adaptación cinematográfica de Sentido y sensibilidad", película dirigida en 1995 por Ang Lee e intepretada por Emma Thompson y Kate Winslet en los papeles femeninos estelares, a quienes dan la réplica Hugh Grant y Alan Rickman.

"Llevaba años sin ver la película, así que estaba lo bastante fresca como para suscitar las respuestas racionales y emocionales correctas. Mis ojos se llenaron incluso de lágrimas de alegría en el clímax eucatastrófico [giro final que impide una desenlace trágico que parecía inevitable] de la película. ¡Qué alegría para contemplar! ¡Qué gozo sin adulteración!", exclama Pearce.

Y subraya que tanto la interpretación de Emma Thompson como el guión, preparado por ella misma sobre la novela de Jane Austen, "son sencillamente sublimes"... "dejando aparte las propias opiniones políticas [progres] y el ateísmo" de la actriz.


Que es el meollo del artículo de Pearce: "Con toda su indudable brillantez, Emma Thompson en última instancia se estaba imbuyendo del glorioso genio de Jane Austen, una gigante de fe y cultura comparada con la cual quienes pululan por la moderna Inglaterra son meros pigmeos. Y ésta es la paradoja a la que sirve de metáfora la asociación de Thompson a Austen. Los modernos socialismo, ateísmo y fundamentalismo secular, a los que Thompson está vinculada, son parásitos. Crean poco o nada que tenga genio, y sólo pueden sobrevivir a expensas del capital cristiano que han heredado de los gigantes del pasado".

Y continúa: "La locura de la moderna Inglaterra es como la luna. Oscura y sin vida, sólo se embellece cuando refleja la luz del sol. Jane Austen, como sus compatriotas William Shakespeare y J.R.R. Tolkien, es una hija del sol que refleja su vida y su luz. Su genio femenino exorciza el burdo genio del feminismo. Su sabiduría intemporal trasciende  las modas y caprichos que encandilan a la moderna Inglaterra".

Como en el caso de Ian McKellen, ateo y militante gay, que junto a otras interpretaciones shakesperianas maestras hace de Gandalf en El Señor de los Anillos de Tolkien, "la encantadora ironía es que Emma Thompson debe sus mejores papeles, y por tanto sus mayores deudas, a la ortodoxia cristiana de Shakespeare y a la visión moral de Austen": "Despreciando al cristianismo que hizo nacer a la heroína de Austen y al heroico brujo de Tolkien, Thompson y McKellen propinan una despectiva patada a la escalera que les ha hecho ascender", afirma con una chestertoniana comparación.


Y esto nos devuelve a las ceremonias olímpicas. Comparando esos espectáculos con "la serenidad de Miss Dashwood [el personaje de Emma Thompson en Sentido y sensibilidad], vemos en un instante cuánto ha caído Inglaterra desde la grandeza a la banalidad en los dos siglos transcurridos desde que se publicó Sentido y sensibilidad. El abismo moral y cultural que separa la grandeza del pasado cristiano de Inglaterra de los marchitos restos de su enfermizo presente secularista es tan grande como la diferencia entre la música de un soneto de Shakespeare y el ruido vacío del moderno rap. Este descenso al abismo puede ser llamado de muchas formas, pero hay que tener la cabeza muy hueca para denominarlo progreso".