La impresionante manifestación mariana que fue la aparición de la Virgen de Guadalupe, y su influencia en la evangelización de América y en el sostenimiento durante siglos de la fe católica, dejaron en un segundo plano otro gran acontecimiento: la aparición de la Virgen en Ocotlán, casualmente (o no) a otro Juan Diego. Es el origen de una gran devoción en México, pero mucho menos conocida en el exterior, a pesar de que cinco Papas certificaron su autenticidad.
Lo cuenta Mary Hansen en One Peter Five, en artículo traducido por el portal mariano Cari Filii:
Nuestra Señora de Ocotlán: una devoción de nuestros días poco conocida
(...) Hace unos cinco siglos, los tlaxcaltecas de México estaban preocupados. Y tenían mucho más de qué preocuparse que nosotros hoy. Una epidemia de viruela les arrasó como un maremoto dejando a pocos supervivientes. El noventa por ciento de la población murió a causa de la enfermedad.
¡Los tlaxcaltecas, precisamente! Por su lealtad ocupaban un lugar privilegiado en la recién conquistada nación mexicana: fueron los primeros amigos de los españoles, los primeros cristianos de la nueva tierra y en su territorio se estableció, en 1525, el primer arzobispado del país.
Los españoles se sentían tan superados por los poderosos aztecas, que los historiadores creen que la conquista española de 1521 fue "una victoria totalmente increíble", que habría sido imposible sin la alianza con sus nuevos amigos, los tlaxcaltecas. Los aztecas nunca habían podido someter a este pequeño, pero feroz, pueblo guerrero.
En 1526 se construyó en Tlaxcala el primer convento del país. Este convento franciscano desempeña un papel importante en la historia de Nuestra Señora de Ocotlán. Fue dirigido por el legendario fray Toribio de Benavente [conocido como Motolinia] ("el pobre"), uno de los doce frailes franciscanos que desembarcaron en el país en 1524 para iniciar la evangelización de México. Se les conocía como "los doce apóstoles", frailes de carácter y santidad ejemplares. Fray Motolinia llegaría a ser "el mayor evangelizador de la historia de México".
Tras la aparición de Guadalupe en 1531, muchos indios se convirtieron al cristianismo. Uno de ellos fue Juan Diego Bernardino (que no tiene ninguna relación de parentesco con el vidente de Guadalupe), que trabajaba para los frailes del monasterio. Debido a su santidad innata y a su ardiente devoción a la Santísima Virgen, también sirvió como sacristán en el convento.
Un radiante y soleado 27 de febrero del año 1541, Juan salió a buscar agua para sus parientes enfermos, muchos de los cuales estaban a punto de morir. Al entrar en el bosque, se sorprendió al ver a una hermosa señora de pie frente a él. Ella le saludó con una alegre sonrisa y le dijo: "Que Dios te acompañe, hijo mío. ¿A dónde vas?". Él contestó: "Voy a buscar agua para llevársela a los enfermos de mi pueblo, que se están muriendo sin esperanza de curación". La señora le dijo: "¡Ven conmigo! Te daré un agua diferente que curará la enfermedad de tu pueblo. No solo sanarán tus parientes y amigos, sino todos los que de ella beban".
Juan siguió a la señora hasta la cima de una colina, donde brotaba un manantial. Se quedó sorprendido porque nunca lo había visto, y eso que había pasado muchas veces por ese lugar. Ella continuó: "Mi corazón siempre desea ayudar a los que sufren, no soporta ver tanto dolor y angustia entre la gente sin curarla. Bebe toda el agua que desees. Bebiendo una sola gota los enfermos, no solo se curarán, sino que también recibirán una salud perfecta".
Juan se dio cuenta -increíblemente- de que estaba hablando con la Virgen, la Madre de Dios. Rápidamente llenó su jarra con el agua milagrosa y corrió a su pueblo con la sorprendente noticia. Se dio cuenta de una nueva sensación: parecía que se le había quitado un gran peso de encima y que corría con un paso ligero y un corazón aún más ligero. Hasta la pesada jarra de agua parecía no tener peso. Juan estaba extasiado: todos los que bebieron del agua se curaron.
La Virgen también le había dado a Juan un mensaje para los frailes franciscanos del monasterio: "Di a los monjes que en este lugar encontrarán una imagen mía, que no solo representa mi perfección, sino que a través de ella haré brotar mi misericordia y mis bendiciones. Quiero que la imagen se coloque en la capilla de San Lorenzo".
Los franciscanos decidieron investigar por sí mismos los sorprendentes acontecimientos. Acompañaron a Juan al bosque para localizar la fuente milagrosa. ¡Qué espectáculo encontraron! ¡El bosque estaba en llamas! También se dieron cuenta de un extraño fenómeno: desafiando toda explicación científica solo un árbol, el más alto, ardía. Como era muy tarde, decidieron volver a la mañana siguiente para reanudar la investigación.
Los frailes, acompañados por medio pueblo, volvieron por la mañana, cuando el fuego ya se había extinguido. Pero ¿cómo iban a encontrar la imagen de la Virgen en un bosque tan extenso? Tarea imposible. Pero una misteriosa serie de señales les guió hasta un árbol en particular, el más alto que había ardido. Los frailes cogieron un hacha para abrir el tronco.
Un cronista de la época documenta lo que sucedió a continuación: "Una nueva maravilla apareció ante sus ojos: dentro del tronco del árbol caído era visible la imagen de la Santa Madre de Dios".
Todos cayeron de rodillas, asombrados y maravillados. La magnífica estatua, de un metro y medio de altura, fue llevada en solemne procesión a la iglesia donde sigue estando hoy en día, sobre el altar mayor de la Basílica de Nuestra Señora de Ocotlán, en la ciudad de Tlaxcala. Muchos historiadores siguen considerando esta iglesia como una de las más bellas del país. Los arquitectos la citan como una "obra maestra del estilo barroco mexicano tardío conocido como churrigueresco". El nombre de Nuestra Señora de Ocotlán viene de "ocote del ande" y significa "el roble que ardió".
Cinco Papas han dado su aprobación a esta aparición: Clemente XII (1735), Benedicto XIV (1746), Pío VI (1799), Pío X (1906) y Pío XII (1941). La estatua de Nuestra Señora de Ocotlán fue coronada pontificalmente en 1906.
Aunque la Virgen de Ocotlán es una aparición mariana tan importante, conocida y venerada en México, es prácticamente desconocida en el resto del mundo. Parece estar completamente eclipsada por la aparición de Nuestra Señora de Guadalupe. Sin embargo, los paralelismos entre ambas son sorprendentes:
- Ocurrió diez años después de la aparición en Guadalupe. ¡Los aniversarios de diez años son siempre significativos! Guadalupe ocurrió en 1531, Ocotlán en 1541.
- Ambos videntes se llamaban Juan Diego. El apellido del tío del vidente de Guadalupe era Bernardino. El segundo Juan Diego también se apellidaba Bernardino.
- Ambos eran indios conversos y devotos de Nuestro Señor, de la Virgen y de su fe católica.
- En ambas apariciones la Virgen dio mensajes maternales de preocupación: "¿No estoy aquí yo que soy tu madre? ¿Qué necesitas?", dijo en Guadalupe. En Ocotlán, la Virgen cumplió y amplió las promesas que hizo en Guadalupe: "Mi corazón no soporta ver tanto dolor y angustia entre la gente sin curarla", dijo en Tlaxcala. Y curó a los enfermos.
- Ambas apariciones mostraron imágenes maravillosas y milagrosas de la Virgen, no hechas por manos humanas. En Guadalupe, la imagen era una pintura; en Tlaxcala, una estatua.
Las religiosas de la Basílica me aseguraron que las curaciones y todo tipo de bendiciones son continuas y que han sido testigos de un número incontable de ellas. Ahora que la pandemia está causando estragos en el mundo, ¡quizás sea el momento de dar a conocer a la Virgen de Ocotlán fuera de México!
Traducido por Elena Faccia Serrano.
Publicad originalmente en el portal mariano Cari Filii.
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