El 17 de octubre de hace 170 años murió el pianista y compositor polaco Frédéric Chopin (1810-1849), autor de una música de notas que para muchos son "sobrehumanas". En los años parisinos perdió la fe y su vida se vio atormentada por malas compañías, pero hubo un sacerdote amigo suyo que pudo acompañarle en sus últimos días. ¿Qué pasó en ellos? Lo cuenta el compositor y pianista Massimo Scapin en La Nuova Bussola Quotidiana:
La extraordinaria conversión de Chopin
Hace 170 años, el 17 de octubre de 1849, moría el pianista y compositor polaco que renovó el sonido del piano romántico: Frédéric Chopin (1810-1849). Su arte "sobrehumano", triste y apasionado, está muy bien resumido en las siguientes palabras, bellas y conmovedoras, que el venerable Papa Pío XII dirigió el 30 de septiembre de 1939 a un numeroso grupo de polacos residentes en Roma: "¿Acaso no hay en cada uno de vosotros un poco del alma de vuestro inmortal Chopin, cuya música cumplió el prodigio de sacar una alegría profunda y perenne de nuestras pobres lágrimas humanas? Si el arte de un hombre ha podido llegar a tanto, ¡dónde no llegará entonces la sabiduría y la bondad de Dios en el arte de aliviar nuestro íntimo sufrimiento!".
Más recientemente, el Papa Benedicto XVI elogió a Chopin, deseando que "la música de este famosísimo compositor polaco, que ha realizado una gran contribución a la cultura europea y del mundo, acerque a Dios a aquellos que lo escuchan y les ayude a descubrir la profundidad del espíritu del hombre".
Chopin, en un retrato de 1849 del fotógrafo Louis-Auguste Bisson. Foto: Wikipedia.
La vida interior de Chopin presenta tres fases: la infancia en Varsovia, en una devota familia católica; el alejamiento de la fe y de la práctica religiosa durante su carrera en París (su hogar principal a partir de 1831 y hasta el final de sus días); y el camino de retorno a Dios poco antes de morir.
Su padre Nicholas, profesor francés, y su madre Justyna, polaca, maestra de piano de su hijo y de la primogénita Ludwika, nunca dejaron de lado el honor y la responsabilidad de transmitir la fe a sus hijos. En una carta fechada marzo de 1842, Justyna le asegura a su hijo la cercanía en la oración suya y de su marido, incluso en los años parisinos, en el período más feliz y activo de la carrera musical de Chopin: "Tú, mi querido hijo, te has olvidado de que tus ancianos padres viven sólo para ti y piden a Dios salud y bendiciones para ti cada día, y no dejarán de darle las gracias por sus bendiciones".
Los padres de Chopin, Nicholas (1771-1844) y Justyna (1782-1861).
Pero en París su fe se debilita y su vida es cada vez más atormentada. Muchos de sus nuevos amigos son "hombres y mujeres sin principios, o más bien con malos principios" [James Huneker, Chopin. The Man and His Music, Nueva York: Charles Scribner's Sons, 1918, pág. 79]. Ni siquiera las mujeres le consuelan, sobre todo la escritora romántica George Sand, "una devoradora de hombres", que lo conoce en 1836 y lo abandona en 1847, después de una serie de diferencias de ideas y de carácter.
George Sand (1804-1876), en un retrato de Eugène Delacroix.
Su ya delicada salud, especialmente las cada vez más graves y frecuentes infecciones pulmonares, le debilitan mucho los últimos años de su vida. Uno tras uno, los representantes más ilustres de la emigración polaca se acercan al lecho del músico moribundo, como es el caso del reverendo Alexander Jelowicki, uno de los mejores amigos de Chopin. El mismo sacerdote narrará el retorno de Chopin a la fe [Huneker, págs. 78-84].
George Sand y Chopin pasaron unos meses en la cartuja de Valldemosa (Mallorca) entre 1838 y 1839, un lugar considerado idóneo por su clima para la recuperación del artista. Foto: Cartoixa de Valldemossa.
El padre Alexander Jelowicki aprovecha la nueva serenidad del compositor para hablarle de su amada madre Justyna, una buena cristiana. "Sí", le responde Chopin, "para no ofender a mi madre estaría dispuesto a recibir los sacramentos antes de morir. Pero no los entiendo como vos deseáis. Concibo la confesión como una efusión del corazón en manos de un amigo, pero no como un sacramento. Por lo tanto me confesaré con gusto con vos, porque os estimo, pero no porque lo encuentre necesario". Pero el sacerdote confía en la gracia, que le parece cercana.
El padre Jelowicki, a la izquierda de la escena, mientras Ludwika, una de las tres hermanas de Frédéric, le atiende en sus últimos momentos. Es el óleo Chopin en su lecho de muerte, de Teofil Kwiatkowski. Imagen: Wikipedia.
La tarde del 12 de octubre de 1849, el médico del músico, convencido de que Chopin no superaría la noche, llama al reverendo Jelowicki, que acude deprisa. El moribundo le aprieta la mano, pero le invita a irse; asegura quererle, pero no desea hablar con él.
Al día siguiente, fiesta de San Eduardo el Confesor según el martirologio tradicional, el padre Alexander celebra la misa de sufragio por su propio hermano, fusilado en Viena durante los sucesos de 1848, y reza por el alma de Chopin. Vuelve rápidamente a la cabecera del lecho del compositor y le recuerda que ese día es el santo de su pobre hermano, al que Chopin quería muchísimo. "¡Oh, no hablemos de eso!", grita el moribundo. "Querido amigo", continua el sacerdote, "en el día del santo de mi hermano tienes que hacerme un regalo". "¿Qué quieres?". "Tu alma". "Ah, entiendo. Aquí está, ¡cógela!".
El músico aprieta el crucifijo que le ofrece el padre Jelowicki, profesa la fe en Cristo que le enseñó su madre y recibe los sacramentos que le preparan al encuentro con el Dios vivo. Su agonía dura cuatro días, pero él, ya resignado, sonríe paciente. Escribe el sacerdote: "Bendijo a sus amigos y cuando, después de una última aparente crisis, se vio rodeado de gente que ese día y esa noche habían llenado su habitación, me dijo: '¿Por qué no rezan?'. Ante estas palabras todos cayeron de rodillas e incluso los protestantes se unieron a las letanías y las oraciones por los moribundos".
Algunas de las últimas palabras de Chopin son: "Sin ti, mi querido amigo, hubiese muerto como un cerdo" [Wierzynski, The Life and Death of Chopin, Nueva York, Simon and Schuster, 1949, pág 412]. Invoca los nombres de Jesús, María y José, se aferra a un crucifijo, lo presiona en el pecho y dice con gratitud: "Ahora estoy en las fuentes de la felicidad".
En el apartamento parisino del número 12 de la Place Vendôme, hoy sede de una joyería, a las 2 de la mañana del miércoles 17 de octubre de 1849, "el rebelde músico polaco" le entrega su alma a Dios con sólo 39 años. "Así moría Chopin", concluye el padre Jelowicki, "y en verdad su muerte fue el concierto más bello de toda su vida" [Huneker, págs. 83-84].
Traducción de Elena Faccia Serrano.