"¿Qué personaje de la historia ha conseguido dejar impronta en chicos de 16 años que tenían 9 cuando murió?". La pregunta se la plantea Carlos Alberto Marmelada, que acaba de publicar una biografía novelada de Juan Pablo II, Hasta el último aliento (Sekotia): "Y eso", añade, "que a los jóvenes no les decía lo que querían oír, era exigente, les planteaba la ética cristiana de exigencia moral y que choca con el permisivismo y la ética postmoderna".
La obra parte de una situación de ficción: una investigación sobre la vida del Papa, recién fallecido -la trama arranca con Roma y el Vaticano conmocionados asistiendo a sus últimas horas de vida-, encargada por su sucesor. Y todos los personajes, situaciones y datos son reales, salvo el mínimo indispensable para explorar cómo van descubriéndose hechos y momentos en la existencia terrena de Karol Wojtyla, desde veinte años antes de que nazca hasta la fecha de su beatificación.
"Una vida apasionante", resume Marmelada para ReL, "que arranca en 1920 con las tropas soviéticas a las puertas de Varsovia", para continuar en 1939 "cuando él tiene 19 y Alemania invade su país, pero no en una ocupación normal, sino de exterminio, y ve cómo van desapareciendo sus amigos".
Karol Wojtyla tenía "una experiencia de lo que es el mal que a nosotros nos cuesta imaginar", porque tras los nazis vinieron los rusos: "En cuanto entraron, detuvieron, torturaron y fusilaron a todos los que habían luchado contra Hitler, porque no eran comunistas".
Esa experiencia del mal le llevó a "defender por encima de todo la dignidad de la persona humana", y eso se extiende al aborto: "Vio el poco valor de la vida humana de las ideologías que se instalan en el poder político, pero también de otras que se instalan en el poder de la opinión pública".
Para Marmelada, el principal aliciente de Hasta el último aliento es que "permite entender el contexto histórico en el que se fue formando la santidad de Juan Pablo II".
Nos recuerda, por ejemplo, cómo era su labor como obispo: "No era un obispo al uso. No se limitaba a visitar las parroquias, sino que se quedaba y pasaba días en ellas, aunque estuviesen a un kilómetro de su residencia. Consideraba que su deber no era despachar con el párroco, sino involucrarse a fondo. Cuando fue elegido Papa, hizo lo mismo pero a nivel mundial. Por eso fue el Papa viajero, aplicó a nivel mundial lo que él había hecho ya en Cracovia".
Según el autor de Hasta el último aliento, esta forma de actuar le otorgó una enorme popularidad, "un prestigio enorme", y con ella una cierta inmunidad ante la persecución comunista. Como no se atrevieron a detenerlo, le pusieron espías para encontrarle alguna flaqueza y explotarla: "Pero los agentes que espiaron a Karol Wojtyla acabaron padeciendo el síndrome de Estocolmo" y simpatizando con él.
Era una persona extraordinariamente generosa y desprendida, dice Carlos Alberto. "Nada que le regalasen le duraba nada en su poder", afirma, como una situación que le ocurrió como sacerdote: "Llegaba tarde a decir misa, y los fieles, extrañados tras una larga espera, fueron a buscarle. Cuando abrió la puerta, se encontraron con que no tenía zapatos. Horas antes se había encontrado a un antiguo compañero que caminaba con unos periódicos atados a los pies, y le había dado los suyos. Y con la nieve no había forma de caminar descalzo".
Esa cercanía a quienes menos tienen, que podía experimentar en sus viajes como Papa justo porque buscaba estar varios días y conocer la realidad de primera mano, dio lugar a escenas como la de Brasil: "Una mujer se acercó a él y le dijo que no tenía con qué dar de comer a sus hijos. Karol Wojtyla se quitó su anillo pastoral y se lo dio. ´Por esto te darán mucho´, le dijo. Su secretario, Stanislaw Dzwisz, tuvo que prestarle el suyo para que no se notase la falta".
La última lección de Juan Pablo II fue su misma agonía de meses: "Algunos en su entorno no comprendían que no le importaba que le filmasen, por ejemplo, con un pañuelo para limpiarse la baba. Pero es que él, que no pretendía presumir de eso, tampoco quería ocultarlo. Quería lanzar un mensaje a quienes piensan que una vida sólo vale mientras es útil. Y eso que la vida fue útil hasta el último momento, por esa gran catequesis de la dignidad de la vida humana".
Carlos Alberto Marmelada ha estado "exactamente un año y tres meses" escribiendo Hasta el último aliento, aunque llevaba estudiando al personaje desde lustros atrás. Cuenta hechos no desconocidos, pero sí poco resaltados, como la vez que Karol estuvo a milímetros de morir cuando tenía 14 años, o el atentado que se preparó en Fátima contra él ("y no me refiero al intento de apuñalamiento").
Cuando murió, "Roma, una ciudad que posee una alegría natural, presentaba el panorama de una desoladora tristeza en las calles, junto a una palpable alegría sobrenatural". La que espera transmitir el escritor con una novela que concluye con el misión cumplida con que cierran su trabajo ante Benedicto XVI los investigadores ficticios que dan sentido a la obra. La vida de "un santo de hoy para el hombre de hoy", sentencia.