Sostenía el filósofo Arthur Schopenhauer, dentro de su extremo y amargo pesimismo, que la música es, entre todas las artes, a las que atribuía el verdadero y supremo conocimiento de las cosas en sí, que la música supera a todas las demás en ese conocimiento y es la única capaz de hacernos completamente felices. Si no es así, es por lo menos cierto que el mundo que construyen e idealizan los músicos en un género como el musical norteamericano, venido a menos hoy en día, quizá porque la época no se presta para tanto optimismo, es el de una felicidad a flor de piel: toda contradicción, todo conflicto o dolor moral se disuelve y es vencido por la música, al igual que los encantamientos de Orfeo con su lira a la naturaleza y la humanidad.
Se trata de la utopía del canto como el lenguaje universal de la solidaridad y la armonía en las relaciones humanas, la que también se puede encontrar en la zarzuela, en el llamado Singspiel alemán, en la ópera bufa e incluso en algunas óperas serias como el Otelo de Rossini en la que los esposos, Otelo y Desdémona, contra todo pronóstico y fidelidad a Shakespeare, se reconcilian finalmente, no habiendo lugar para ningún crimen ni celos apasionados sin límites.
Fueron estos géneros los que precedieron a dicho musical norteamericano, el cual conserva algunas de sus características: diálogo hablado y cantado en alternancia, fundamentalmente, combinándolos en ocasiones con espectaculares puestas en escena, de tonos y estilos arraigados en los teatros de Broadway, de los que procedieron varios de los mejores animadores de este género hollywoodense.
Uno de los más grandes directores de musicales
Uno de ellos fue Vincente Minnelli (1903-1986) quien, asociado con el productor y compositor Arthur Freed (1894-1973), figura ejecutiva de la Metro-Goldwyn-Mayer, y relacionado con figuras de la canción popular de su país como los hermanos Gershwin, Ira y George, supo imprimirle a sus películas un vuelo artístico de grandes proporciones. Escenógrafo y decorador, Minnelli empezó a triunfar en el teatro desde el día en que, como dibujante y diseñador de escena y vestuario se presentó, con el empuje de la iniciativa que ha distinguido siempre a los individuos de talento para el espectáculo en su país -el fenómeno se ha dado también en otros campos-, con sus dibujos para proyectos escénicos en la Ópera de Chicago, su ciudad natal, en la que fue contratado inmediatamente. Hijo del director de un grupo teatral itinerante, llegaría ser con el tiempo director de escena en el prestigioso Radio City Music Hall de Nueva York, director de musicales en Broadway y finalmente uno de los maestros del cine más dotado de los Estados Unidos, uno de los señeros clásicos cuya obra amamos los cinéfilos.
Este promocional, con motivo del 120º aniversario de Vincente Minnelli, muestra imágenes de algunas de sus grandes películas, musicales o no.
Minnelli supo integrar plenamente en su trabajo los distintos factores que demanda el éxito del musical: talento escénico lleno de fineza y elegancia -algunos quieren rebajar equivocadamente sus méritos a los de un kitsch banal-, extraordinaria sensibilidad para el arte de los sonidos, comprensión total de lo que es la danza, un componente esencial del musical -tuvo la fortuna de poder crear espectáculos coreográficos conjuntamente con Fred Astaire y Gene Kelly, dos de los bailarines más admirados de la comedia musical- y, sobre todo, un dominio integral de su oficio como cineasta, empezando por su aptitud para servirse de la cámara y para la dirección de actores. Esto último le permitió además desligarse por momentos de su principal pasión, dirigiendo además comedias no musicales y varios dramas de excelente calidad.
La joya navideña de Minnelli
La rueda de la fortuna [Meet me in Saint Louis, 1944] es tal vez su obra maestra, aunque el conjunto de su filmografía merece la mayor estimación. Es la historia de una familia de esa ciudad de Missouri a comienzos del siglo XX, durante la belle époque, en la que reina una unidad de primer orden; tanto los padres como los cinco hermanos se entienden a la perfección.
Su vida social es intensa. Empiezan las primeras experiencias amorosas de las dos hermanas mayores: Esther (Judy Garland, futura esposa de Minnelli) es la protagonista, mientras que la más pequeña, Tootsie (Margaret O´Brien), es la atracción principal del hogar. El abuelo y la criada completan este coro de criaturas decididamente simpáticas, bonachonas y a veces traviesas.
Alonzo, el padre (Leon Ames), abogado litigante y socio de una próspera empresa, recibe la propuesta de desplazarse a Nueva York para encargarse de la dirección de dicha empresa en la Gran Manzana. Nada menos acorde con la voluntad de su esposa, Anna (Mary Astor) y de sus hijos; su decisión desata entonces la reticente inconformidad del resto de la familia, aunque poco a poco ésta acepta su destino, pues dependen de la autoridad de Alonzo.
'Have yourself a Merry Little Christmas', una de las más bellas canciones navideñas de la historia del cine, que canta Judy Garland en 'Meet in St Louis'.
La Navidad inspira una sabia decisión
La noche de Navidad se celebra un baile que es todo un acontecimiento social en Saint Louis. Al regresar a casa, Esther debe afrontar la tristeza de Tootsie, quien, en alarde de desesperación, presa del llanto y la frustración, decapita y destruye los muñecos de nieve que ha moldeado junto con sus hermanos: hay que desprenderse de todas las cosas más queridas para la familia en su ciudad natal, es lo más indicado. Alonzo presencia la escena, recapacita y, súbitamente cambia de parecer: sin más consideraciones ni discusiones, la familia debe permanecer en Saint Louis; el dinero que ofrece la gran ciudad de la estatua de la libertad no es lo más importante en la vida. Cuentan más la familia y su entorno habitual.
Las dos hermanas mayores están ya comprometidas y la familia, como la multitud de sus coterráneos, asiste gozosa a la Exposición Universal de la ciudad, que crece y se desarrolla a buen ritmo, exposición de la cual se ha hablado desde un principio como eje de atención característico para la población.
La historia es sencilla, como siempre en las comedias musicales. Pero, ¡qué manera de contarla y ambientarla! ¡Qué refinados resultan la escenografía, la dirección artística, y los movimientos de cámara! Un recurso manido en otras películas, el de unas viñetas en forma de fotografías de álbum familiar, que se van animando a medida que se presentan los diferentes capítulos del relato, se torna en manera inspirada de despertar la nostalgia y el encanto del tiempo perdido.
La cámara, en suntuosos travellings, retrocede mostrando a Tootsie avanzando, antes y después de su travesura en una noche de brujas candorosa e inocente, que nada tiene en común con lo que sabemos es muy oscuro de la fiesta hoy. La familia, abatida ante la decisión del padre de marcharse, ha suspendido el disfrute de un apetitoso pastel; los hijos, el abuelo y la criada se han retirado de la sala comedor acongojados; la madre opta por volver a tocar el piano después de muchos años; su marido se le une y los dos cantan con sus fibras interiores removidas hasta lo más íntimo; al compás del canto, hijos, criada y abuelo regresan y, alrededor de la pareja, reanudan su placer culinario con el pastel. Una demostración del poder de la música de sanar y mitigar confrontaciones que se convierte en una escena muy difícil de olvidar.
Un plano-secuencia de antología
Volviendo a la cámara, Vincente Minnelli le concede un protagonismo igual al de sus personajes. Fantástica es su desplazamiento por una ventana del salón de baile el día de la fiesta de Navidad. Allí mismo el director de ascendencia italiana crea el que es uno de los más encumbrados planos-secuencias de la historia del cine. El novio de la chica, John (Tom Drake), aparentemente no ha podido asistir al evento porque, ocupado en un juego de baloncesto, ha llegado tarde a la sastrería y la ha encontrado cerrada, debiendo haber reclamado a tiempo un smoking en alquiler. El abuelo, que se ha ofrecido como compañía masculina de Esther en el baile, y ella, se ven danzando ininterrumpidamente en el plano-secuencia de la cámara que los sigue; son ocultados por un momento por el árbol de Navidad instalado en el salón de baile; la cámara se desplaza hacia la izquierda y, en vez del abuelo, sale Tom de detrás del árbol bailando con Esther. No hay corte, no hay montaje, la cámara y los tres actores, junto con las demás parejas danzantes, son los autores del espectáculo. La cámara de Minnelli es introspectiva, actuante, inquieta; danza con sus personajes, los engrandece, los magnifica en su sencillez. Se trata del arte del cine en el pináculo de la inventiva.
Una película netamente cristiana
Por una sola vez el sentir cristiano de la película se evidencia cuando al padre de familia hace la oración que inicia una comida en la mesa familiar. No se necesita más para percatarse de que el espíritu de Meet me in Saint Louis es absolutamente cristiano: por sus obras los conoceréis (cf. Mt 7, 16).
¿Cómo podría ser de otra forma en este himno cinematográfico a la unidad familiar y al reconocimiento patriótico -elogio de la patria chica- de que los orígenes geográficos y culturales de una familia no son intercambiables ni de ningún modo secundarios? ¿Cómo podría ser de otra forma en este filme entrañable en que los afectos y los lazos familiares están muy por encima de los afanes materiales? ¿Cómo podría ser de otra forma cuando Minnelli le atribuye a la Navidad el sentido que siempre ha tenido para los cristianos de fortalecer y reafirmar los vínculos familiares, muy por encima del consumismo y la cerveza helada del cálculo egoísta?
La actriz y cantante Liza Minnelli (n. 1946), hija de Vincente Minnelli (1903-1986) y Judy Garland (1922-1969), que se divorciarían cuando ella tenía cinco años, cuenta que 'Meet in St Louis' es su película favorita, por ser una obra común de sus padres, por cómo fotografió Vincente a Judy y por ser una película sobre la familia y la patria.
Minnelli fue educado como católico, aunque declaraba que, a partir de su cada vez más entregada devoción hacia su oficio, la religión había dejado de ocupar un papel decisorio en su vida. Sin embargo, aquí sale a relucir de nuevo el espíritu de sus ancestros, de su infancia y adolescencia, espíritu reflejado asimismo en la medalla del crucifijo que no deja de portar alrededor de su cuello, incluso en sus apariciones públicas, su hija Liza, actriz, cantante y bailarina muy popular.
Minnelli se enamoró de Judy Garland durante el rodaje de la película. Ella venía de ser niña prodigio del cine en El mago de Oz. Pero es al lado de su futuro marido como iniciaría su prometedora carrera histriónica, infortunadamente frustrada más tarde por el alcohol y la drogadicción. Los industriales de Hollywood la explotaron al máximo. Fue denigrada y maltratada como pocas actrices de su época. Lástima grande en una mujer de presencia carismática y voz tan cautivadora, que la llevó también a seguir una trayectoria como cantante, fuera del cine, también prematuramente acabada, desde luego.