Se le llamó el «Crucifijo de Miguel Ángel» y todo el mundo se ocupó de él. En el 2008 fue comprado por el Estado, que pagó 3.250.000 euros, frente a los 18 millones de euros inicialmente pedidos por el propietario. Ahora se descubre que el autor del crucifijo no fue Miguel Ángel, arquitecto, pintor, escultor y poeta, gran figura del Renacimiento italiano. Y el Tribunal de cuentas dice que como máximo vale 700.000 euros, una gran diferencia con lo pagado por el Estado, por lo que ha decidido procesar y pedir daños a los responsables del Ministerio de Bienes Culturales que compraron el crucifijo.
La increíble historia, con gran eco internacional, comenzó en el 2004, cuando el anticuario Giancarlo Gallino, de Turín, expuso en el museo Horne de Florencia un crucifijo de madera de tilo atribuido a Miguel Ángel. Se trata de una escultura de 41,3 centímetros de altura, atribuible a los años 14941495, cuando el artista florentino tenía 20 años y fecha en que trabajaba con el mismo tipo de material.
La atribución de la obra a Miguel Ángel constituyó un acontecimiento en Italia. Se llevó casi en «procesión» para mostrarlo al país. La presentación se hizo triunfalmente en «pompa magna»: en primer lugar, a Benedicto XVI, que lo calificó de «obra maestra». Después fue expuesto en la Cámara de Diputados, y más de 1.200 personas lo visitaban cada día, entre ellos el Presidente de la República, Giorgio Napolitano, quien exclamó: «Es una obra de suprema belleza». Fue llevado en exposición incluso a Tokio.
El anticuario pretendía venderlo al Estado por 18 millones de euros. Cuando el Estado la compró por poco más de un sexto del precio inicial, para destinarla al museo florentino del Bargello, comenzaron a surgir dudas, porque una obra de Miguel Ángel hubiera costado muchísimo más que lo pagado por el Ministerio de Bienes Culturales. En efecto, se considera que si el crucifijo hubiera sido del mismo autor que el David, el precio habría estado entre 80100 millones de euros. Un diseño de Miguel Angel alcanzó hace años en una subasta de Londres 50 millones de euros.
Cuando la obra se atribuyó a Miguel Ángel pocos pensaron en un engaño. Entonces se escribió con entusiasmo que la «talla sorprendió por el realismo del cuerpo de Jesús que, según un grupo de profesores de medicina anatómica de la Universidad de Florencia, estaba inspirado en el cadáver de unos dos días de un hombre de unos 30 años».
En 1492, según los historiadores, Miguel Ángel pasó un tiempo en el convento del Espíritu Santo de Florencia y obtuvo el permiso para estudiar los cadáveres procedentes del hospital de los monjes y perfeccionar sus estudios sobre la anatomía humana, que después aplicaría magistralmente en sus obras.
Otra característica de la pieza —se escribió también en el 2004 para intentar demostrar la autenticidad— es que Miguel Ángel realizó diferentes pruebas para tallar la cabeza del Cristo, hasta que consiguió colocarla en la posición que más concordaba con el realismo de un cuerpo muerto clavado en una cruz.
La polémica explotó especialmente cuando el diario «New York Times» dio voz a numerosos interrogantes, especialmente el de la autenticidad. La magistratura terminó por abrir una investigación penal y contable. Nadie fue capaz de ofrecer seguridad sobre la autoría del crucifijo. Los estudiosos se dividieron. Una ilustre histórica del arte, Mina Gregori, ha declarado que «la obra es del siglo XV, pero no tiene las características para poderla atribuir a Miguel Ángel». Antonio Paolucci, director de los Museos vaticanos, estima que «se trata de una gran obra que recuerda al Maestro Buonarroti». Otros estudiosos aseguraron que «la obra no tiene la calidad ni el estilo de Miguel Ángel». La realidad es que no existe ninguna documentación sobre la obra.
La escultura de madera, que buena parte de estudiosos, reconoce que es de calidad, pero no de Miguel Angel, no vale el precio exorbitado pagado por el Ministerio. El responsable de la compra fue el entonces director general de Bienes Culturales, Roberto Cecchi, quien en la actualidad, en el gobierno técnico de Mario Monti, es subsecretario en el citado ministerio.
La realidad es que en la operación de compra hubo muchas omisiones, sombras y misterios, porque no se realizó una seria investigación: Roberto Cecchi no logró ni siquiera que le dijeran de dónde venía realmente el crucifijo. Después se supo que provenía de Estados Unidos, donde había sido comprado por 10.000 euros. Hoy algunos medios subrayan, citando algunos estudiosos, que se trataría de una escultura de un Cristo producida en serie con el valor de pocos miles de euros.
Ahora el «crucificado» es Roberto Cecchi, como principal responsable de la compra de un «Miguel Ángel portátil» para mostrarlo en exposiciones comerciales. El Tribunal de cuentas lo cita en juicio, así como otros cuatro altos cargos del ministerio de Bienes Culturales, y les pide «cuentas», exigiéndoles daños y perjuicios.