El vaticanista Andrea Tornielli entrevistó a Vittorio Messori en su libro Por qué creo, en torno a los orígenes de su fe y su conversión, y han vuelto a utilizar la fórmula para comentar, en torno a una buena mesa, las impresiones que el año 2011 ha dejado en el escritor y periodista italiano, autor en 1984 del Informe sobre la fe con el entonces cardenal Joseph Ratzinger.
En La Bussola Quotidiana se recogen las preguntas que le plantea Tornielli en torno a cuestiones de la actualidad mundial e italiana, pero también en torno a las relaciones entre la Iglesia y los poderes públicos, y en torno a la transmisión de la fe.
"Hay un discurso, en mi opinión importante", pregunta Tornielli, "que Benedicto XVI pronunció en septiembre en Friburgo. Un discurso poco recordado, más bien arhivado apresuradamente, en el cual el Papa habló de la necesidad para la Iglesia de despojarse del poder mundano y de no contar con las estructuras. ¿Qué te parece?".
"La ley secreta del catolicismo", dice Messori, "es el et-et [y-y]: la Iglesia debe despojarse del poder mundano y no contar con él, esto es certísimo, pero es también una institución, y la institución es el envoltorio de la fe".
Este principio ha tenido su plasmación en la Historia, como muestran los ejemplos que cita Messori: "Sin el apoyo de los barcos y de la infantería españoles, el norte de Italia se habría convertido en protestante, y la del sur, en un sultanato islámico. El Papa sabe también que sin Constantino y sin Justininano no sólo la Iglesia no habría podido salir de la clandestinidad, sino que se habría convertido en mitad arriana y mitad monofisita. El Papa sabe también que Pío IX -que acudió a los Borbones para huir de Garibaldi y de Mazzini-, sin las tropas de Francia, en 1849 se habría exiliado para siempre, y de hecho ya planeaba instalarse en la isla de Malta, bajo protección inglesa".
Pero Messori no acude sólo a ejemplos decimonónicos, también algunos más cercanos, y españoles, en concreto: "En 1936, los rojos -socialistas, comunistas y anarquistas- asesinaron inmediatamente a más de la mitad del clero en las zonas de España que controlaban. Los demás se salvaron sólo porque huyeron o se escondieron. En la diócesis de Barbastro, los sacerdotes fueron martirizados en una proporción del ochenta por ciento. Lo mismo habría sucedido en la otra mitad de España sin la lucha, sin duda despiadada, a menudo feroz, del general Francisco Franco, alguien que alternaba las misas con los fusilamientos, pero que sin embargo permitió que lo que quedaba de la Iglesia sobreviviese".
Yendo al problema de fondo, opina Messori que "la preocupación de Benedicto XVI es más bien el siguiente: el problema no es la reforma de las estructuras, no se trata de volver a discutir ministerios o retocar la institución. ¡El problema es la perla escondida en la concha, esto es, la fe! Creo que la preocupación del Papa es la misma que expuso tantas veces como cardenal: estamos tan absorbidos por la reforma de la Iglesia como institución, discutimos tanto de ello, que olvidamos que el envoltorio no tendría ningún sentido sin la fe, y por desgracia es la fe la que corre el riesgo de no ser transmitida. La reforma no se hace cambiando las instituciones romanas. Hay que reencontrar la fe, y no por casualidad el Papa ha proclamado 2012 como Año de la Fe. Le estoy muy agradecido por ello y en ese sentido leo sus palabras".
Volviendo a defender el papel del poder temporal para la Iglesia, Messori nos invita a precavernos "de la demagogia sesentayochista, siempre contra ´la Iglesia constantiniana´, porque a los ejemplos que he citado podríamos añadir otros. Y la lección es única: sin el apoyo, incluso armado, de las potencias del mundo, la Iglesia no sería la misma, se habría reducido a un pequeño pedazo y el Papa, con toda probabilidad, sería un monseñor en Malta".