Desde primeros de noviembre se encuentra a la venta en las librerías el volumen titulado “Menos mal que Cristo existe” (Editorial Lindau, Turín), escrito en colaboración con Gerolamo Fazzini, el cual me ha provocado con sus preguntas. La tesis está en el subtítulo: “Evangelio, desarrollo y felicidad del hombre”, como he argumentado desde al menos 50 años. En los años sesenta y después en los siguientes, visitando las misiones en países pobres, oía con frecuencia repetir a los misioneros, a los hermanos y hermanas: “Aquí nos gustaría el Evangelio” y me explicaban el por qué. El Beato Clemente Vismara escribía: “Aquí hay que rehacer a todo el hombre”.

Al volver después a Italia, descubría que la tesis dominante era la contraria. La responsabilidad de la miseria imperante entre los desheredados de la tierra era atribuida casi en su totalidad al occidente cristiano: colonización, multinacionales, robo de las materias primas, deuda exterior, etc. Y escribía, desde comienzo de los años sesenta, que la raíz del hambre y de la miseria está sobre todo dentro de cada pueblo: falta de instrucción, de libertad y sobre todo de Evangelio. En resumen: la primera ayuda que podemos dar a los pueblos pobres es el Evangelio, los misioneros somos los primeros promotores del desarrollo, porque ante todo y sobre todo anunciamos a Jesucristo, como ha escrito Benedicto XVI en su encíclica “Caridad en la Verdad”. Después se hacen también todas las obras de caridad y de promoción humana, pero si falta el Evangelio falta la raíz del desarrollo auténtico, que cambia el corazón del hombre y de la sociedad en la que vive.

“Menos mal que Cristo existe” demuestra así la verdad histórica y actual de esta lectura no ideológica , sino experiencial: solamente el desarrollo según el Evangelio es auténticamente humano. En “Nuestro tiempo”, semanario católico de Turín, encuentro el artículo de D. Mario Prastaro, sacerdote diocesano turinés “fidei donum” misionero en Kenya, el cual demuestra con su experiencia la verdad de esta tesis “. (“La Buena Nueva a los últimos”, N. T. del 6 de Noviembre de 2011).

Don Mario escribe: “Cuando me encontraba de vacaciones en Italia, me preguntaban con frecuencia qué cosas buenas hacíamos por nuestros Samburu … y se esperaban una larga lista de obras caritativas: construcciones, pozos, escuelas, atención a niños mal alimentados, proyectos sanitarios … Me parece que no aprecian la verdadera esencia de la misión, que es ante todo anunciar el Evangelio, y que en el fondo expresan una idea de desarrollo que no es correcta. He aquí lo que hoy me parece de una clara evidencia: el verdadero camino para el desarrollo es el Evangelio, lo que verdaderamente transformará el mundo volviéndolo mejor será únicamente y sobre todo el Evangelio, porque la fuerza del desarrollo es la fe en Jesús. Yo esto lo he visto con mis propios ojos”.

Y luego Don Mario continúa: “Si es cierto que el mundo es lo que es a causa del pecado, y si es cierto que el pecado ha causado la ruina al mundo desde sus orígenes, entonces eso quiere decir que el mundo podrá ser distinto en la medida en que cada una de las personas inicie un camino diverso de aquel iniciado por Adán y Eva”. En otras palabras, los misioneros estamos llamados a injertar el verdadero cambio en la vida de los pobres … que no es principalmente de carácter material, porque solamente un corazón y una mente nueva, también en situaciones desesperadas, pueden producir una vida nueva y diferente, Sólo el Evangelio puede injertar verdaderos y duraderos procesos de desarrollo”.

Y cuenta su experiencia: “Frecuentemente se han presentado en nuestra zona agencias de desarrollo proponiendo su proyecto de desarrollo y, para convencer a la gente, hacían referencia a un tenor de vida más alto y cómodo y a las ventajas materiales que cada uno habría tenido. Estas agencias de desarrollo han llevado a cabo su proyecto movilizando e implicando a la comunidad, han hecho llegar a las bases sus abundantes fondos con honestidad y transparencia … Un mes después de su marcha, la comunidad estaba prácticamente en el mismo punto de partida … El error no era de carácter técnico, sino que era una debilidad de fondo la que anulaba el proceso correcto y que estaba en las motivaciones de fondo que habían impulsado a la comunidad a aceptar la realización del proyecto. La debilidad de fondo está en pensar que cuanto me ha sido propuesto comporta para mi una ventaja aquí y ahora, que me permite gozar de un bienestar temporal. Pero, en realidad, tal motivación no me ha hecho cambiar mi forma de ver la vida, mi escala de valores, el sentido que doy a las cosas que hago, el modo en que me relaciono con los otros y afronto las inevitables dificultades; me ha ofrecido simplemente una técnica para tener una ventaja material aquí y ahora … El Evangelio, porque llama a la conversión, está en condiciones de injertar procesos de desarrollo de una naturaleza totalmente distinta, porque pone sobre todo en tela de juicio mi modo de relacionarme con Dios, con los otros y con la creación. Me invita a no vivir centrado en mi yo, sino a mirar a los otros con los ojos y el corazón del amor …

“El amor es la esencia última del mensaje del Evangelio y es la esencia misma de Dios … En el momento mismo en el cual el Evangelio es anunciado y acogido, la persona se abre al amor: esto es, en ese preciso momento se inicia un proceso irreversible y fortísimo de desarrollo. La persona es distinta, ha encontrado en sí misma una nueva motivación y una fuerza que antes estaba oculta no se sabe dónde y ahora está en condiciones de ponerse en movimiento con la misma tenacidad y paciencia del agricultor que siempre conduce a una cosecha abundante. Es más, en el momento en que hago la experiencia de ser amado, y sólo Dios me ama verdadera y perfectamente, reencuentro mi dignidad y la dignidad de toda persona que está próxima a mí. Devolver la dignidad a las personas es uno de los grandes frutos de la evangelización y de la acción misionera. Y cuando le es devuelta a una persona su dignidad, incluso en su extrema pobreza comienza a vivir de un modo distinto y, por tanto, vuelve a poner en movimiento un proceso de desarrollo …”

Don Mario continúa en este relato de su experiencia. El deseo es que los muchos misioneros y misioneras italianos que anuncian la Buena Nueva del Evangelio en cualquier parte del mundo sigan su ejemplo y testimonio diario en Italia de su experiencia de evangelizadores. También por “echar una mano” a la “nueva evangelización” de nuestro pueblo italiano: para salir de la multiforme crisis en la que se debate nuestro país (económica, política, desempleo, falta de esperanza e ideales, familias rotas, colegios que informan, pero no educan, etc.), la primera receta es que debemos todos retornar a Jesucristo y a una vida conforme a su Evangelio.