Desde esta semana está en la calle un libro que puede cambiar nuestra vida, porque puede hacer que veamos a Dios de otra forma. O, directamente, que le veamos por primera vez.
Y todo, a través del testimonio de 101 personas a quienes Gonzalo Altozano, director de Alba, entrevistó durante años en la última página del rompedor semanario de Intereconomía. Se han recogido en un volumen, No es bueno que Dios esté solo, prologado por Julio Ariza y editado por Ciudadela, y es de esos textos que uno empieza a leer creyendo que sabe algo de algo, y lo cierra convencido de no saber nada de nada, pero con la gratitud de haber conocido a los mejores maestros.
Porque Altozano sabe conducir la conversación para llegar a ese punto de no retorno en el que el interrogado deja al descubierto para el lector su corazón y su intimidad. Y es cuando vemos habitar en ella a Dios, aunque sea interpretándole cada cual en forma ajustada a la presencia que ha tenido en su vida.
Precisemos: aquí nadie se fabrica un Dios a su medida. Aquí Dios es quien es, esto es, Jesucristo, y muchos de los entrevistados nos hablan de Él, como otros nos hablan de la Virgen María o de tal o cual santo de su devoción. Porque aquí de lo que se habla es de conversión, de redención, de salvación.
La nómina de los entrevistados célebres es amplia: Miguel de la Quadra Salcedo, Alfredo Urdaci, Cristina López Schlichting, Juan Manuel de Prada, Álvaro de Marichalar, Alfredo Amestoy, Javier Clemente, César Pérez de Tudela, José Javier Esparza, Fabio McNamara, Teresa Rivero, José María García, Mercedes Salisachs, Adolfo Suárez Illana, Eduardo Verástegui, Amando de Miguel, Petón, Santi Rodríguez... por citar sólo algunos.
Pero no son menos interesantes algunos personajes que no tienen vida pública, y que han encontrado a Dios en medio del dolor y de la pérdida, o ha sido la fe en Él que ya tenía quien ha dado sentido a su dolor y a su pérdida.
Como Carlota Ruiz de Dulanto, en silla de ruedas desde su juventud por un accidente, madre de tres hijos porque su novio no se arredró ante esa circunstancia, a quien los médicos auguraron lo peor en su tercer embarazo (y se equivocaron), y que pocos años después tuvo que contarles a las pequeñas que su padre había muerto.
Raúl Oreste, ex presidiario, a quien la cárcel embruteció hasta aturdirse él mismo comprobando su insensibilidad el día que dejó inconsciente a otro preso, y entonces sintió el reproche de "el Nazareno" y enderezó su rumbo.
Soledad Pérez de Ayala, enferma de cáncer, que falleció cuando el libro entraba en máquinas: aunque llevaba años haciendo ejercicios espirituales ignacianos, sólo comprendió el Principio y Fundamento un día, sobre una cama en la sesión de quimioterapia. Impresiona su confianza en la voluntad de Dios, a quien confiaba a sus hijos, el mayor de nueve años.
Y tantos otros...
Quien se acerque a este libro sabe lo que se va a encontrar: 101 casos de personas que cuentan lo que ha hecho y hace Dios en su vida (incluso los dos únicos que no creen en Él).
"Unos cientos de vibrantes páginas que consiguen engancharnos a una reflexión sobre la vida y la muerte, sobre los más profundos porqués. Palabras y consideraciones que nos elevan por encima de lo efímero, de lo vano, que nos obligan a pensar". Del Prólogo de Julio Ariza |
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Sabe también que se le podrá un nudo en la garganta con alguna de estas historias y que tras leer otras cerrará el libro para meditar unos minutos en silencio.
Lo que todavía no sabe, y no sabrá hasta concluir su lectura, es cuánto bien puede hacernos a cada uno de nosotros leer lo que piensan de Dios nuestros iguales y cuánto enseñan quienes no aspiran a ser maestros.
Pero lo son, gracias ¿por qué no decirlo? al director de la orquesta, quien con su consejo provocador (No es bueno que Dios esté solo) nos recuerda que también Él -no metafísicamente, pero sí metafóricamente- nos necesita.