Hay un grupo de superhéroes que vive atormentado por la conciencia clara y sin relativismos de lo que es el bien y el mal. Superhéroes católicos: Daredevil, Batman, Hulk, Hellboy... Tipos duros e interesantes. Supercatólicos.
Durante los años que precedieron al nacimiento de su primer gran héroe (Capitán América), Martin Goddman, el creador de la editorial que más tarde se convertiría en el legendario sello Marvel, llamó a todos los creadores de cómics de América para que alumbraran en sus tableros de dibujo a miles de superhéroes y una miríada de némesis.
Muy pocos triunfaron (más de diez números de una colección ya es un triunfo). Uno entre un millón. La antorcha humana, de Carl Burgos, el acuático Príncipe Namor de Bill Everett y... pare de contar. Y eso que no parece tan complicado parir un superhéroe.
El propio Goodman dijo en cierta ocasión que un lunes llegó a la oficina de la editorial en Nueva York y vio que encima de la mesa tenía cien superhéroes que hacían de todo: volaban, eran invisibles, tenían supervelocidad, leían la mente de las personas, eran pétreos, marmóreos, videntes, invidentes, mutantes, hechiceros, alienígenas... Goodman los miró, vio las descripciones del dibujante y los perfiles a vuelapluma... y los descartó a todos.
Más allá de unos salvajes pectorales y unas arterias por las que podía correr ácido de batería sin problema, Goodman necesitaba tipos definidos que fueran interesantes no por sus habilidades (que también), sino por la personalidad del superhéroe y, sobre todo, la ética del personaje. Un superhéroe no nace. Se hace. Un ejemplo: cuando ese inmigrante ilegal conocido como Superman, el alucinante éxito de DC Comics, desoyó los sabios y congelados consejos de su padre y se lanzó a interferir en la vida de los habitantes de la Tierra, lo interesante no fue que lo hiciera, sino cómo un extraterrestre de Kripton había creado el alter ego de un tipo tan tímido como Clark Kent que hasta se cambia en cabinas de teléfono.
De los 40 a los 60, la edad dorada de la creación de superhéroes, muchos guionistas de tebeos comprendieron que esa ética (o su ausencia) era vital para que el interés del lector no decayera.
La religión empezó a ser coprotagonista de la vida de muchos superhéroes. Pero un anabaptista o un presbiteriano no son interesantes. Por eso, y sobre todos los demás, los superhéroes tuvieron dos credos: la religión judía y el catolicismo. El asunto judío tenía más que ver con la religión de los editores y de muchos guionistas (inmigrantes de Europa del Este como Joe Shuster, Jerry Siegel, Will Eisner, Jack Kirby, Joe Simon y el gran Stan Lee). Pero fueron aquellos mismos judíos (la caricatura del judío es la un ser que es capaz al mismo tiempo de ser débil y de controlar el mundo) los que crearon a muchos personajes católicos que dieron otra impronta al mundo del cómic. Con los católicos llegaron los tipos complejos y atormentados, en muchos casos desasosegados por los súperpoderes recibidos y para quienes la culpa (el pecado) es kriptonita en rama.
Las imprentas se llenaron con más de doscientos tipos fascinantes, duros, maniqueos y angustiados como Daredevil, Hulk, Hellboy, Ghost Rider y el más grande de los superhéroes sin superpoderes: Batman (esté último, una mezcla de católico y episcopaliano).
Spiderman y el Capitán América son protestantes y por eso hacen chistecitos mientras ven cómo sus enemigos se despeñan hasta la muerte. Superman es metodista y por eso busca refugio en la soledad helada del Polo Norte. Los católicos, por contra, hallan confort en el confesionario de la iglesia o en un reclinatorio en penumbra. Los católicos se acogen a sagrado sabiendo que el mundo que se desmorona ahí afuera, en ciudades góticas y terribles, jamás traspasa las puertas de una iglesia.
Ese refugio es la salvación de un hombre como Daredevil, el alter ego del abogado ciego Matt Murdock. Este diablo bueno (devil, un temerario) es una contradicción tan evidente que le atormenta lo indecible. La culpa le persigue no solo a él, sino a sus padres. Su madre abandona a su padre y se mete a monja poco después del accidente radiactivo que dejó ciego al pequeño Matt. Su padre, un boxeador alcohólico, duro y con principios, es asesinado por negarse a amañar un combate.
Ya como abogado, Murdock trata de vengar a su padre, pero de inmediato comprende que la Justicia no es posible salvo que se convierta en el juez y ejecutor de su propia ley y recurra a sus portentosos superpoderes (sus sentidos ampliados). El universo de Daredevil incluye venganza, sangre, muerte, traiciones y contradicciones. Uno de sus guionistas, Frank Miller, llegó a decir de Daredevil que “sabía que era católico porque solo un católico puede asumir la contradicción de ser abogado y justiciero”.
Los guionistas fueron un kilómetro más lejos y al contrario que otros superhéroes que reciben el espaldarazo de la admiración cuando revelan su identidad secreta a una persona ‘normal’ (Superman a Lois Lane, Spiderman a Mary Jane), Murdock recibió reconvención y penitencia. Claro que Daredevil no se destapa para ligar, sino que revela su doblez a un sacerdote en secreto de confesión, lo que vino a ser lo mismo que arrepentirse de cometer el pecado de ser un superhéroe. Cualquiera podría pensar que confesarse de haber eliminado a unos pérfidos malvados conlleva la absolución automática, y así sería si Daredevil fuera presbiteriano, pero un cura católico jamás pone las cosas tan fáciles. El sacerdote le reprocha a Daredevil que, habiendo otras maneras, haya escogido esa forma ilícita de luchar a favor del bien. O sea; que le dice lo que un católico ya sabe. El quinto: no matarás.
También lo sabe Hellboy, un demonio católico romano que fue abandonado en una iglesia y que fue encontrado por el profesor Trevor Bruttenholm. El pequeño diablo lleva un rosario que le ofrece el recuerdo constante de que parte de su naturaleza es humana y de que la Redención está hecha para él. Es su fe, su condición de hombre católico, lo que le lleva a combatir a las fuerzas del mal de la dimensión demoníaca de la que él mismo (¿fue expulsado?) salió.
Lo interesante de Hellboy, como del propio Hulk, es que ninguno de los dos tuvo la oportunidad de elegir. Son dos superhéroes a su pesar, dos tipos que jamás se han acercado a una modista para que les arregle la capa. La diferencia fundamental entre los dos es que mientras Hellboy continúa aferrado al rosario que le equilibra, Bruce Banner no tiene control alguno sobre su monstruoso alter ego. Es por eso que a la bestia verde no le afectan los sentimientos religiosos de Banner, y por eso Banner no busca consuelo alguno en la fe. Incluso después de su ‘muerte’, una carta del doctor Banner confirma que, aunque él sí cree en la vida eterna, su credo es algo privado. En este sentido, un demonio que se afeita los cuernos como Hellboy llega a tener una experiencia vital mucho menos dolorosa que un hombre que se crece si se enfada o se estresa.
El más estresado de todos es Batman y curiosamente es, de todos los superhéroes, incluidos los que no tienen superpoderes como él, el que más menciona a Dios a lo largo de su obra (a pesar de que no es practicante).
Varios estudiosos de la figura del murciélago creen que es un tipo agnóstico, pero su vida está marcada por el signo de la cruz (sus padres, a los que él vio morir asesinados, están enterrados bajo dos cruces y él mismo será sepultado bajo otra después de su muerte) y también por la oración. Es esa conciencia católica, con mezcla del episcopalianismo de su padre, la que le lleva a mortificarse de manera constante por sus acciones. Batman sabe lo que tiene que hacer, pero siempre está pensando si no habrá otro camino más a la derecha. En ese sentido, Albert, el mayordomo, es la figura que se contrapone al cura de Daredevil. El sacerdote le insiste a Murdock en lo que debería hacer y Albert le insiste a Wayne en lo que hay que hacer.
La identidad secreta de los católicos en un universo (Marvel) de blancos anglosajones y de villanos mutantes y descreídos es la mejor expresión del deseo constante de hacer el bien que debe presidir la vida privada de un católico; pero también subyace la aspiración cristiana de que esa vida pública sea reconocida. Y en parte así ha sido desde el momento en el que Marvel puso en marcha, en 1993, la colección “La Cruzada Infinita” en la que los treinta y tres superhéroes con una fe más sólida son embarcados en una aventura para luchar contra el mal en el universo. En aquel número, solo un superhéroe disfrutó con la abducción. ¿Quién? Daredevil. Un católico, claro.