José Francisco Serrano Oceja es un veterano periodista, especializado también en temas eclesiales, y además es profesor en la Universidad CEU San Pablo. En su trayectoria profesional fue discípulo de Miguel Ángel Velasco, histórico director de Alfa y Omega y también corresponsal en Roma. Y confiesa que de él aprendió el oficio.
Recientemente, Miguel Ángel Velasco ha publicado la novela El manuscrito de Antioquía (Libros Libres) y confiesa haber quedado fascinado con esta historia, contada desde una perspectiva periodística y que tiene a Lucas como el cronista que va relatando en entrevistas y reportajes el Evangelio.
En este reportaje publicado en Religión Confidencial, Serrano Oceja desgrana por qué ha quedado impresionado con la lectura de esta novela:
Y Miguel Ángel Velasco se convirtió en Evangelista
Las rotativas paradas. De eso es de lo que saben los periodistas. De rotativas que se paran en seco porque ha saltado un noticia que merece el trono de la portada. Un naufragio en Corinto, un pescador que se llama Papapoulos, y una corresponsal, siempre una corresponsal, que además es especialista en algo, y es guapa, y es rápida, Marion, se llama.
Pero la clave no está solo en el periodismo. O sí. La clave está en los manuscritos encontrados en unas ánforas, manuscritos con una historia fascinante, con la historia más fascinante, tantas veces contada como veces oída en pura sorpresa y novedad continua.
La historia de Jesús de Nazaret
Y esa historia, ayer y hoy, es la que, al fin y al cabo, hubiéramos querido contar todos los periodistas. Ríete del Watergate. Miguel Ángel Velasco, el maestro de generaciones de periodistas, el corresponsal en Roma, el ganador de una docena de premios literarios y periodísticos, el director del Alfa y Omega…, ha escrito a lo largo de su vida profesional cientos, miles de historias.
Pero lo que, de verdad, quería narrar es la historia de las historias, la historia de Jesús de Nazaret. Es curioso, porque algunos otros de los grandes periodistas, de los grandes literatos, de los grandes teólogos –estoy pensando ahora, por ejemplo en Papini, en Mauriac, en José Luis Martín Descalzo o en Joseph Ratzinger- lo que siempre quisieron fue escribir esa misma historia. Quizá hay que pensar que la grandeza de un literato, de un periodista, de un teólogo, quizá también se mida, y se palpe, cuando se mete a fondo, se contrasta, con esa historia, la más bella y verdadera historia, la del Dios hecho hombre.
Por eso se podría decir que el maestro Miguel Ángel se ha estado entrenando durante toda su dilatada carrera profesional para llegar hasta este momento. Un momento en el que da voz, palabra, incuso gesto, a cientos de personajes que tuvieron que ver con lo que ocurrió hace ya muchos siglos.
Cleofás, Emaús, Cornelio
A media que se suman las crónicas de aquel improvisado periodista que fue Lucas, el Lucas Miguel Ángel, que no sé como llamarlo, a media que se van sumando hechos, episodios, lo que hemos oído y leído tantísimas veces, suena a nuevo. Porque en la vida, en las palabras de los testigos, de los hombres y mujeres de fe, el Evangelio narrado siempre suena a nuevo.
Suena a nuevo si nos habla Cleofás, el discípulo de Emaús; suena a nuevo si nos habla el centurión Cornelio; suena a nuevo si nos habla Lázaro, el amigo del alma; suena nuevo si nos hablan Marta, María, o Pedro o Pablo. Y no digamos cómo suena a nuevo el Evangelio si nos habla María, la Madre del Señor.
Tengo que confesar que este evangelio de Miguel Ángel se lee de un tirón. Engancha desde las primeras páginas. También por cómo está contextualizado –me he preguntado incluso cuándo Miguel Ángel ha viajado a Tierra Santa para escudriñar los escenarios in situ-. Atrapa por su manejo del estilo, incluso de las jergas particulares, como la marinera. Tal y como te agarra en las primeras páginas, te lleva hasta las últimas. Quizá porque quien de verdad te haya subyugado sea el protagonista de esta historia. Quizá porque el libro, aunque es el más puro Miguel Ángel, incluso en las frases que le definen, se convierta al final en un diálogo entre el periodista y el lector, una constante pregunta: ¿Y tú, qué piensas, qué dices, qué vives, qué sientes?”.
La nave de la Iglesia
Y digo sentir porque como todo buen espejo, -entiendo que Miguel Ángel ha hecho la ignaciana meditación de meterse en las escenas, de colarse en las casas, de acompañar a Jesús por los caminos, en no pocas ocasiones-, hace que el lector no solo entienda sino que sienta lo mismo que sienten los protagonistas.
Podría referirme a páginas concretas, a escenas concretas. Incluso hablar de la combinación de técnicas narrativas. Por ejemplo, la inserción de las dos fascinantes encuestas que, como todo buen periodista que se dedica al reportaje, ha metido de rondón para decir algunas cosas.
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Tengo que confesar que el efecto primero, al término de la lectura de este libro, ha sido irme a los Evangelios, y buscar párrafos, contrastar citas, profundizar en escenas, en detalles que Miguel Ángel me ha descubierto. Y después, recuperar en la biblioteca el Jesús de Ratzinger para intentar pone en mesa compartida los dos “Jesuses”.
Por cierto, que el libro no termina aquí. O eso espero. Nuestro autor se ha quedado para él alguna conversación con Pedro sobre esa barca que es la Iglesia, sobre aquel “Non praevalebunt”. “Es fácil pensar en la nave de la Iglesia, últimamente sacudida por muchas, muchas olas, acaso demasiadas…” leemos la final del libro.
Hay un dato que me ha llamado la atención, las dos veces que el maestro Miguel Ángel se refiere a la muerte de san José. Y los preciosos párrafos en los que María, la Madre de Jesús, le dedica a san José.
Echo en falta más san José, más san José en la familia, más san José en la vida de María, más san José en la vida de Jesús, más san José en la vida de Miguel Ángel Velasco. Quizá sea por el silencio de san José en el Evangelio... Quizá sea porque hay que seguir esperando a que Miguel Ángel Velasco, el maestro, nos sorprenda con otro libro algún día.