El próximo miércoles 22 los Museos Vaticanos inauguran, a pocos metros de la Capilla Sixtina, la Sala Matisse, una exposición sobre la que algunos consideran "la "capilla sixtina del siglo XX": la que decoró Henri Matisse (18691954) para las dominicas de Vence, en la Provenza, entre 1948 y 1952, y que él mismo consideraba "la culminación de toda una vida de trabajo y el remate a un esfuerzo enorme, sincero y difícil".
Por primera vez se expondrán los bocetos y cartones utilizados por el pintor para la Capilla del Santo Rosario de ese convento, así como piezas que cerámica y ornamentos litúrgicos que completan la personalísima decoración del lugar. Según declarar Micol Forti, responsable de la colección de arte moderno del Vaticano, a L´Avvenire, las gestiones para la adquisición de todo este material comenzaron en 1974 y en ellas tuvo mucha parte el secretario de Pablo VI, Pasquale Macchi.
Pero además de su interés artístico como una pieza capital del arte sacro moderno, la capilla y sus elementos artísticos envuelven una hermosa historia de amistad, la que unió al pintor con la verdadera artífice del proyecto, Sor Jacques-Marie, fallecida en 2005 a los 84 años de edad.
Todo comenzó en 1942. Matisse, de 73 años, convalecía de un cáncer de intestino en un hospital de la Provenza donde se quedó prendado de la atención y la amabilidad de una joven aprendiz de enfermera, Monique Bourgeois, quien además de cuidarle le leía libros y paseaba y conversaba con él.
La amistad, tal vez también amor platónico del anciano artista hacia la muchacha ("si estaba enamorado de mí, nunca me di cuenta", confesó en 1992 Monique, ya Sor Jacques-Marie, a Paris-Match), fue creciendo, y Henri quiso premiar a quien le atendía inmortalizándola en un retrato.
Así que cuando le dieron el alta, le pidió que posara para él, a lo cual mademoiselle Bourgeois respondió aceptando, aunque a regañadientes. El cuadro, Monique en batín gris, lleva la fecha de ese año.
Poco tiempo después era Monique la convaleciente, esta vez de una tuberculosis que había contraído en una casa de retiro dominica. Y a pesar de que Matisse se lo desaconsejó, en 1943 pidió la admisión en la orden y la joven enfermera y modelo pasó a ser novicia, destinada en Vence.
La casa religiosa no tenía una capilla adecuada, así que Sor Jacques-Marie le echó audacia y le pidió al pintor, de fama mundial, que dirigiese la construcción de una y la decorase. En 1947 aceptó el desafío. A la superiora del convento no le hacía gracia, porque Matisse era conocido como pintor de desnudos, pero el caso es que en 1949 se puso la primera piedra y en 1951 fue consagrada la Capilla del Santo Rosario del convento provenzal de Vence, que desde ese momento adquirió fama mundial.
Matisse terminó los trabajos de decoración en 1952. Su amiga dominica le insistió en que a su muerte fuese enterrado allí, pero no lo consiguió, y sus restos reposan en Niza. Poco más de medio siglo después, la hermana Jacques-Marie sí recibió sepultura cerca de una obra que tanto le debía: añadida al retrato que protagonizó, era su segunda aportación, aunque pasiva e indirecta, a la historia de la pintura.