Gilles Baudry camina por su abadía, fundada en el s.V por san Winwaleo (San Guénnolé) y refundada en época románica tras la destrucción causada por los vikingos. También pasea por el bosque celta y hermoso que la rodea.
"La clausura es una abertura"
El claustro moderno, que le gusta, es una galería abierta. "En un monasterio, la clausura también es una abertura", explica el monje citando al poeta Philippe Jaccottet.
El monje habla sobre las virtudes de caminar y rezar con la escritora viajera Gaële de La Brosse, en un libro sobre caminantes y espiritualidad, Caminar con Sentido, recientemente editado por San Pablo en español.
En el bosque "camina en silencio todos los días, más bien por la mañana, cuando la luz naciente es la más pura, o por la noche, cuando transfigura todo lo que toca". Contempla el estuario del río Aulne, en el Finisterre bretón. "Un símbolo de la muerte", recuerda.
En el bosque hay robles de 300 años, que le ayudan, dice, a meditar sobre la Cruz.
Caminar, comenta, "permite que nos concentremos en la relajación, en la meditación sin tensión. Caminamos con nosotros mismos, siguiendo el mandato de Dios a Abrahán: 've hacia ti'."
Para acoger lo que viene de Dios, hay que recogerse
Desde adolescente Baudry ha reflexionado sobre la frase de Jesús: "El reino de Dios está dentro de vosotros". Y cree que caminar en silencio ayuda a escuchar a Dios. "Sólo podemos dar la bienvenida [a lo que Dios envíe] si estamos recogidos", advierte.
El monje, al caminar, reflexiona también sobre la Palabra de Dios, que es "lámpara para mis pasos, luz en mis senderos", como dice el salmo 118 [119].
También reza oraciones repetitivas que hace encajar con el ritmo de los pasos. Una es el rosario. Otra es la oración del "nombre de Jesús", la que aparece en el libro El Peregrino Ruso, que hace poco recomendaba el Papa Francisco. "Señor Jesucristo, hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador", se repite, una y otra vez, al ritmo del caminar y el respirar.
En ocasiones, el monje poeta, ante un paisaje hermoso, canta el Gloria o el Magníficat. A veces, un albatros pasa volando cuando reza así y lo interpreta como "una visita, el roce de un ala celestial.
Caminar es útil para el monje que reza y para el poeta que busca las palabras exactas. "Cuando no encuentro las palabras justas, salgo a caminar y llegan", dice. Al volver, se sienta a su mesa y escribe.
Caminar protege del estruendo del mundo
"Caminar establece una distancia saludable para no ser absorbido por el estruendo del mundo. Estos ruidos no desaparecen frente a las paredes del monasterio, pero este paso atrás nos invita a llevarlos en la intercesión y alabanza", explica.
Y añade, citando su poemario "Présent intérieur" (Presente interior): "El ardor de tu sed es el camino". A los lectores españoles les puede recordar lo que escribió el poeta Luis Rosales inspirándose en San Juan de la Cruz (y que se canta tanto en Taizé): "De noche, iremos, de noche / que para encontrar la Fuente / sólo la sed nos alumbra”.
Una entrevista con lecturas del monje poeta
Más historias de caminantes que reflexionan sobre espiritualidad en el libro Caminar con Sentido