María del Carmen Martín Rubio, doctora en Historia de América por la Universidad Complutense de Madrid, especializada en la conquista del continente, lo tiene claro: la política, y no la historia, es la única causa de la campaña contra San Junípero Serra, misionero franciscano y fundador de California con sus misiones hace casi 250 años.
Así lo declara, junto con otros historiadores consultados por el diario ABC, respecto a los actos de desapego extremo al santo fundador que se suceden en ambientes norteamericanos, acusándolo de maltratar a los indígenas.
Martín Rubio pudo comprobar durante un reciente viaje a la Alta California que se siguen sembrando algunos de los cultivos introducidos por el fraile desde sus tierras mallorquinas. «En San Carlos Borromeo, donde se encuentra la misión tal cual era en tiempos de su fundación y se halla enterrado, Fray Junípero es totalmente admirado, y también lo es en los pueblecitos», explica Martín Rubio, que achaca la campaña a una «manipulación política» y no basada en la realidad.
Junípero es el primer santo hispano canonizado en territorio norteamericano.
Los anglosajones buscan camuflar su responsabilidad
María Elvira Roca Barea, autora del imprescindible libro «Imperiofobia y leyenda negra», cree que la cultura anglosajona busca ocultar o distraer sobre el genocidio que cometió contra los indios californianos cargando la culpa contra las misiones hispanas que precedieron la colonización anglosajona.
«Junípero solo es el chivo expiatorio; el ataque es contra el mundo hispano en su totalidad, cuyas relaciones con los indígenas eran más fluidas, respetuosas y benignas de las que tuvieron los que vinieron después», apunta esta filóloga. Ella explica que la ideología indigenista cuenta en la actualidad con manga ancha en las universidades de EE.UU. porque «a los auténticos responsables de la desaparición de la población nativa les interesa eximir su responsabilidad».
El resultado es una polémica alejada de la realidad que perjudica, sobre todo, a los hispanos, que suponen quince millones de almas en California, según estimaciones de 2015. «Los hispanos no se dan por aludidos y eso forma parte de la erosión cultural constante que los deja en una posición de aculturación y de debilidad», afirma la que fuera profesora en la Universidad de Harvard. Lejos suena ya 2003, cuando, a petición de intelectuales mexicanos, las Misiones Franciscanas de Sierra Gorda fueron declaradas Patrimonio Mundial de la Unesco.
Desde 2015, campaña de desprestigio contra el santo español
La veda, afirma el artículo de ABC, se abrió en 2015. Durante su canonización por el Papa Francisco, fueron ya muchas las voces que desde el indigenismo radical calificaron al misionero mallorquín de genocida y afirmaron que las misiones eran en sí campos de concentración. Su estatua en la ciudad de Los Ángeles amaneció poco después de esa fecha con pintura roja y las palabras «Santo del genocidio».
Dos años después, fue su efigie en la Antigua Misión de Santa Bárbara la que apareció decapitada y pintada de color sangre. La Junta Directiva de la Universidad de Stanford anunció la semana pasada que eliminará al santo de las calles y edificios del campus, porque ver su nombre causa «trauma y daño emocional» a muchos estudiantes.
"Es como si hoy un soriano se pusiera a culpar a los romanos de todos sus males cada vez que pasa delante de un monumento clásico. Es decir, como si la historia se hubiera detenido para siempre cuando Escipión destruyó Numancia", afirma el historiador y jesuita Fernando García de Cortázar, que vive con indignación el revisionismo que sufre el santo español.
Los historiadores suelen señalar que en circunstancias duras y peligrosas, Junípero Serra dedicó toda su vida en California a la protección y evangelización de los indios. Se preocupó por su bienestar, porque cultivaran la tierra y se convirtieran en personas integradas en la nueva sociedad.
«Fue un hombre de su tiempo, un religioso que fundó misiones que representaron islas de cultura y piedad en la California del siglo XVIII y que más tarde se convirtieron en grandes ciudades. Sin duda, culparle a él y a los franciscanos de crueldad es una auténtica barbaridad», señala García de Cortázar.
Estatua de San Junípero en la Misión de Santa Bárbara
Misiones para urbanizar
Con una salud quebradiza y una edad avanzada, Junípero Serra fundó misiones donde indios de cultura nómada y seminómada tenían que dar el paso a la vida sedentaria y urbana. Eran recolectores y cazadores que debían convertirse en agricultores.
«Fundar misiones era una tarea en la que se buscaban fines múltiples: evangelizar, poblar, organizar... Para que vivieran “de manera civilizada”, se buscaba que los propios habitantes colaborasen en la construcción de las poblaciones en las que iban a vivir», asegura María Saavedra, autora del libro «La forja del Nuevo Mundo».
Los críticos indigenistas hablan de las misiones como de «campos de exterminio» donde los indios vivían obligados y en malas condiciones. Los historiadores constatan que hubo algunos abusos y castigos físicos, pero que la población nativa de California se mantuvo en niveles estables durante la presencia española y luego mexicana.
El mallorquín incluso se llegó a ganar la enemistad del gobernador y de muchos de sus compatriotas, más ávidos de codicia, por su excesivo celo a la hora de proteger a los indígenas. Después de un ataque indio a la misión de San Diego, en 1776, consta que el religioso pidió al primer comandante general de las Provincias Internas, Teodoro de Croix, que no se ejerciera la violencia contra los culpables.
«Algunos conquistadores intentaron aprovecharse de los indios más desarrollados, pero en el caso de estos indios no pudieron acabar con ninguna cultura porque ni siquiera conocían la agricultura y no se entendían entre ellos. Eran tribus nómadas y recolectoras», expone Enriqueta Vila, perteneciente a la Real Academia de la Historia. «Las misiones lo que hacían era preservar a los indígenas que se fueron extinguiendo con su secularización. El genocidio llegó por el oro», comenta Vila.
A 5 dólares USA la cabellera de indio californiano
Fue con la fiebre del oro cuando la llegada de miles de mineros estadounidenses desde el este dio lugar a lo que algunos han calificado de «hecatombe» demográfica.
El libro de James A. Sandos "Converting California" recuerda que cuando se descubrió oro en California en 1848, vivían en la región unos 150.000 indios nativos. Doce años después, quedaban 30.000. La mayoría de estos 30.000 supervivientes a la oleada de mineros y colonos anglos eran los que habitaban las antiguas misiones. Los indios paganos, salvajes, fueron casi todos exterminados por bandas creadas específicamente para ello.
El libro “Murder State: California’s Native American Genocide 1846-1873,” de Brendan C. Lindsay, recuerda que en esta etapa, la cabellera de indio californiano se pagaba a 5 dólares, y el gobierno californiano destinó un millón de dólares a pagar recompensas por matar indios. Jamás nada remotamente parecido se hizo en los 70 años de California hispana.