Damien Poisblaud, 57 años, vandeano, no es monje, pero es uno de los grandes estudiosos y maestros del canto gregoriano en Francia. Estudió filosofía y se ha especializado en arte y pensamiento medievales, y desde hace quince años dirige el coro Les Chantres de Thoronet, vinculado a la abadía cisterciense de Thoronet, en la diócesis de Fréjus-Toulon, una de las más activas del país desde que llegó a ella como obispo Dominique Rey Por encargo directo del prelado, desde 2008 canta en dicho monasterio, cada domingo, la misa gregoriana.
Veni, Sancti Spiritus en la abadía de Thoronet: Damien es el segundo por la derecha.
Poisblaud empezó a cantar gregoriano como única forma de entenderlo como objeto de estudio: "No podía acercarme de verdad al gregoriano sin el gesto vocal apropiado. Poco a poco fui comprendiendo cómo se hacían los adornos, cómo pensar en la precisión de los intervalos, los modos y la conducción vocal que permite al texto desplegar su ritmo prosódico", explica en una entrevista de Giovanni F. Ryffel en Le Regard Libre.
El maestro señala una peculiaridad de la técnica del canto gregoriano respecto a otros estilos: "Resuena de manera esférica". Para probarlo, realiza con sus discípulos una chocante prueba: "Cuando doy cursos de gregoriano, a veces le pido a mis alumnos que cierren los ojos, luego me doy la vuelta y ninguno de ellos es capaz de notar en qué momento me he girado. El sonido es completamente multidireccional, mientras que, cuando canto una voz lírica, todo el sonido sale hacia delante".
"El canto es, en primer lugar, resonancia", explica Poisblaud en este vídeo: "Resonancia del cuerpo, es decir, no simplemente de la cavidad bucal, o de la cabeza, sino, evidentemente, de la caja torácica y de toda la estructora ósea del cantante".
Si hubiese que definir el canto gregoriano desde un punto de vista formal, habría que decir que es "el canto litúrgico de la Iglesia latina", aunque pueden integrarse en él "sin dificultad" el canto romano antiguo, el beneventano o el mozárabe. Nació, explica Poisblaud, "como una iluminación" del Papa San Gregorio Magno (590-604), quien pensando qué cantar en la misa del primer domingo de Adviento recibió la inspiración del Espíritu Santo para entonar el Ad te levavi Domine.
Pero era ya "una tradición que en realidad estaba ya ahí". Como en el caso de los iconos bizantinos, "ninguna obra de gregoriano está firmada", señala Damien: "No es una escuela ni un taller, es una práctica".
Algo hubo, sin embargo, de especial en él: "San Gregorio declaró que este tipo de canto es el más cercano a lo que la Iglesia exige para su oración. Y, en efecto, no puede explicarse por qué el beneventano se quedó en Benevento, el milanés en Milán y el romano antiguo en Roma, y sin embargo el gregoriano se difundió por toda Europa, dejando millares de manuscritos".
"Hoy nos resulta extraño, eso es evidente", admite Poisblaud, pero hay mucho de ignorancia en considerarlo "poco interesante y repetitivo": "Si escuchas bizantino, dirás que todo se parece; pero aprende canto bizantino y verás piezas muy distintas. Escuchas cantos rusos, y todo parece tener el mismo aire, pero aprende sus piezas y verás las diferencias. Desde los cantos de los pigmeos a los cantos asiáticos, todo parece asemejarse hasta que entras en ello y ves su riqueza, y eso pasa con las demás tradiciones. Sin duda hay temas, fórmulas, hábitos vocales, pero es necesario que sea así".
Además, el gregoriano es "extremadamente cercano" a los textos bíblicos: "Eso ofrece la posibilidad de una exégesis que sea a la vez musical, mística y teológica, y permite, incluso a quien se limita a escuchar, entrar en alabanza y oración".