«La palabra Apocalipsis proviene del verbo griego kalypto, que significa velar, ocultar, al que se añade la preposición apó, equivalente a nuestro prefijo des. Apocalipsis significaría, pues, “des-envelamiento”; o dicho más con mayor propiedad: “Revelación”»: así lo explicó María Cárcaba en la presentación de uno de los bloques de Lágrimas en la lluvia, el programa de cine y debate que dirige en Intereconomía TV el escritor Juan Manuel de Prada.

Este viernes se emitió la película El séptimo sello (1956), de Ingmar Bergman, para ilustrar un debate pocas veces visto en televisión: el que atañe al último libro de la Biblia y las profecías contenidas en él sobre el Anticristo, los últimos tiempos, el fin del mundo y la segunda venida de Jesucristo, anunciada por Él mismo en los Evangelios.

La finalidad del programa la dejó clara Prada desde su presentación inicial, a saber, sacar de la tergiversación o del olvido esas realidades de la fe: «El Apocalipsis de San Juan, que es el Evangelio de las realidades últimas, ha sido confinado a la categoría de libro esotérico, de lectura poco menos que desaconsejada; y la Parusía ha desaparecido casi por completo de la predicación y de la catequesis».
 
¿A qué se debe ese silencio? Según el director de Lágrimas en la lluvia, «el espíritu de nuestra época prefiere soslayar cualquier asunto enojoso o aflictivo (y ya se sabe que la Parusía vendrá precedida de acontecimientos amargos). Así, se ha cegado la fuente de la esperanza cristiana: con lo que al cristiano de hoy se le condena a cultivar una fe desustanciada, perfectamente sustituible por un código de buena conducta y una vaga afirmación de trascendencia... una fe cobardona, acomodaticia e inane».

En torno a estas cuestiones debatieron cuatro buenos conocedores de la cuestión, tres de ellos sacerdotes: David Amado, licenciado en Filosofía y profesor en diversas instituciones eclesiásticas barcelonesas; Miguel Ayuso, presidente de la Unión Internacional de Juristas Católicos, catedrático de Derecho en la Universidad Pontificia de Comillas y director de la revista de pensamiento católico Verbo; José Carlos Martín de la Hoz, del Opus Dei, doctor en Teología y postulador de diversas causas de canonización; y Gabino Uríbarri, jesuita y decano de la Facultad de Teología de la Universidad Pontifica de Comillas.


Los contertulios intercambiaron sus puntos de vista sobre cuatro aspectos de la cuestión: la significación misma del Apocalipsis, la figura del Anticristo, la Parusía y el alcance del «reino de los mil años» que anuncia el último libro de la Biblia.

Dicho texto debe recibir una interpretación literal, sostuvo Ayuso, aunque tenga en cuenta la carga simbólica propia de su género literario, que defendía Uríbarri; también discreparon sobre considerar lo un libro profético o no, respectivamente. En cuanto a su referencia evidente a las persecuciones, hacen referencia a que serán continuas como modo de «purificación constante» de los cristianos, afirmó Martín de la Hoz, pero «se incrementarán al acercarse el final de los tiempos», precisó Amado.


Y se incrementarán por obra del Anticristo, «a quien muchos confundirán con un nuevo Mesías, que instaurará una impostura religiosa fundada en la adoración del hombre», había dicho Prada en su introducción. Y María Cárcaba desarrolló el punto, al dar cuenta de las interpretaciones más extendidas: «No será un hombre abiertamente demoníaco, al estilo de Nerón, Hitler o Stalin, sino que encubrirá su perversidad haciendo gala de una falsa humanidad. No será un personaje siniestro, sino que se mostrará virtuoso, aunque su fondo sea cruel, soberbio y mentiroso».

Pero la inquietante y gran cuestión que sobrevolaba continuamente el plató de Lágrimas en la lluvia es saber si quizá los nuestros son los últimos tiempos que describe el libro sagrado, en los que una gran apostasía precederá a la aparición del Anticristo, previa a la remoción del katejón u obstáculo que dificulta su tarea.

Ayuso defendió la interpretación de que la «bestia surgida del mar» del Apocalipsis tiene que ver con la realidad política («la potestad política anticristiana»), y la «bestia surgida de la tierra» es el pseudoprofeta, que sometería a un sacerdocio envilecido por el mal.

Algunos elementos de la actualidad surgieron entonces como referencia. Amado puntó a la «unidad de todos los pueblos del mundo en torno a un humanitarismo en el que la sobra la Iglesia. La idea de un hombre que se autorredime es formalmente propia del Anticristo». Y Prada recordó que la «religión del hombre» hoy ubicua ya fue anticipada por San Pablo.


En cuanto a la Parusía, todos los intervinientes coincidieron en que forma parte esencial de la virtud teologal de la esperanza. Nuestra vida es «nuestra oportunidad» para ganar el bien prometido, dijo Uríbarri, y el tiempo en el que tiene lugar «la invitación de Dios a la intimidad con Él», según Martín de la Hoz. 

Amado añadió que la segunda venida de Cristo es el signo de que Él es el señor de la Historia: «Jesús también quiere ser reconocido por las sociedades», no sólo por los individuos, de modo que su Redención sea también palpable en las comunidades.

En cuanto al reino de los mil años, Ayuso explicó que el milenarismo craso o carnal, que piensa en un reinado corporal y visible, está fuera de la doctrina de la Iglesia, y que ésta también desaconseja la enseñanza del milenarismo espiritual. No tiene sentido ese milenio si Cristo ha venido ya, sostuvo Amado, luego en todo caso sería antes de ese momento, y a modo recapitulación de la Iglesia en el mundo para «hacer palpable la Redención en la sociedad humana».

No quedó, pues, contestada al cien por cien la cuestión de si estamos o no en los últimos tiempos. Pero sí se extrajo del debate la idea de que las realidades escatológicas no pueden seguir permaneciendo fuera de la cosmovisión de los cristianos y de la predicación de la Iglesia. Frente a esa amputación, sostuvo Prada, «se alza la visión que nos ofrece el libro de San Juan, que a la vez que nos anuncia los acontecimientos luctuosos que precederán al fin del mundo nos brinda la esperanza del triunfo final».