Cualquiera que haya hecho el Camino de Santiago sabe que, durante las etapas, es normal encontrarse a todo tipo de personas llegadas de cualquier rincón del planeta y que realizan esta peregrinación por motivos de lo más variopinto. Lo que ya no es tan habitual es dar con un grupo de amigos que, además, son obispos de la Iglesia Católica.
James Conley tiene 67 años, y es obispo de Lincoln, en Nebraska; el arzobispo Paul Coakley, tiene los mismos años, y es la cabeza de la Iglesia en la ciudad de Oklahoma; y el obispo James Wall, de 57 años, pastorea la diócesis de Gallup, en Nuevo México. Los tres son de EE.UU y realizaron el Camino el pasado mes de agosto. El uno de septiembre llegaron a Santiago, con la intención de repetir.
El mejor "kit de supervivencia"
Cargados con el equipaje imprescindible, como marca el protocolo, y vestidos con ropa cómoda, los tres amigos recorrieron el Camino de Santiago en oración y sin renunciar a intercambiar las habituales conversaciones con los peregrinos que se iban encontrando.
Cada tarde, en los pueblos que atravesaban, había una misa del peregrino, que solían presidir o concelebrar. Ya que su mochila incluía un "kit de auténtica Supervivencia": un cáliz, una patena, un corporal, un purificador, y dos botellas de plástico para el agua y el vino. Cada obispo, además, tenía su propia alba, una casulla de viaje ligera, una estola y la cruz pectoral.
Como han hecho millones de personas durante más de mil años, los tres amigos obispos caminaron más de 25 kilómetros diarios, durante dos semanas y media, para conseguir llegar hasta la tumba del Apóstol. "No ocultamos que éramos obispos. Muchas veces estábamos caminando y hablando con algunas personas, y cuando llegaba la hora de misa, nos vestíamos, y decían: '¡Dios mío, pero si son obispos!'. Después, empezábamos una conversación sobre Dios o sobre otras cosas", dijo Conley a CNA.
Cargados de intenciones
Los amigos obispos también llevaban intenciones personales por las que ofrecer el Camino. El obispo Wall Conley, por ejemplo, en 2018, comenzó a sufrir depresión y se tomó un año sabático. "Pensé que sería una gran oportunidad para ofrecérselo a Dios en acción de gracias, por haberme ayudado a superar un momento tan difícil en mi vida", dijo Conley.
Pero, también, ofrecía intenciones concretas por sus propios fieles. "Quise ofrecer cada día el Camino por una intención especial. Elegía a una persona, o un apostolado, de mi diócesis, y, simplemente, ofrecía por ellos todo el dolor y sufrimiento de ese día", relató el obispo. Al final de la jornada, cuando llegaban al albergue, se conectaba a Internet brevemente y se comunicaba con las personas por las que había rezado.
"Aunque los tres somos obispos, nos desconectamos de esa responsabilidad durante algunos días, lo cual fue sentimiento de liberación. Sabíamos que estábamos dejando nuestras diócesis bien cuidadas, con nuestros vicarios generales y nuestro personal. Hacer el Camino fue una sensación maravillosa", dijo Conley.
Una oportunidad para no ser "el obispo"
Conley destacó la importancia de estas actividades, no solo para la salud espiritual, sino también para la mental. "En nuestras diócesis estamos en la cima y no tenemos a nadie a quien podamos acudir. Cuando estamos juntos, como ahora, tenemos la oportunidad de ser nosotros mismos y no ser 'el obispo'", comentó.
Para el prelado, el Camino ha supuesto una auténtica bendición caída del cielo. "En estas ocasiones podemos abrir nuestros corazones y hablar de nuestros desafíos. Es una excelente manera de recibir apoyo, fortaleza, consejo y asesoramiento sobre nuestra tarea como obispos, y sobre nuestra vida: que no estamos solos", confesó. "Cada día tenía a alguien por el que rezar. Esa era la mejor motivación", señaló el prelado.
Como cualquier Camino de Santiago, este tampoco iba a estar exento de sufrimiento. El obispo Conley se había sometido a una cirugía en ambos pies recientemente, que no dejó de acusar durante toda la peregrinación. "Una vez mis compañeros se me adelantaron tanto que terminé desviándome del Camino y acabé en un pueblecito, a un kilómetro de la ruta. Tuve que acercarme a unos vecinos y se dieron cuenta de que estaba perdido, porque su pueblo no estaba en el Camino", comentó el obispo.
Por su parte, el arzobispo Coakley señaló a NC Register que durante las veces que había hecho el Camino nunca había conocido a otros obispos. Y, confesó, que a él, y a sus amigos, les gustaba mucho poder ir en peregrinación al lugar de descanso de uno de sus predecesores más ilustres. "Como sucesores de los apóstoles, creo que sentimos gran afinidad por él y por su testimonio", concluyó el prelado.