En 2024 se ha publicado en español La fe de Tolkien: biografía espiritual (en Mensajero, Grupo Loyola), que va a ser la gran obra de referencia sobre la vida religiosa del autor de El Señor de los Anillos durante muchos años.

Es fruto del magnífico trabajo de Holly Ordway, profesora en la Universidad Cristiana de Houston y doctora en Filología Inglesa, que cuenta con el apoyo del Instituto Word on Fire que impulsado el obispo Robert Barron. El instituto financió hace pocos años su anterior investigación, dedicada a las lecturas modernas -es decir, ni clásicas ni medievales- de Tolkien. Así, esta estudiosa ha investigado su figura primero desde lo literario y después se ha detenido en esta biografía espiritual.

Lo que otros autores no llegaron a investigar

Sus biógrafos anteriores dedicaron poca atención a la fe de Tolkien. John Garth, que declara ser ateo, se centró en estudiar su juventud en la Primera Guerra Mundial, en Tolkien y la Gran Guerra y casi no habla de su fe. Raymond Edwards relega a un apéndice cualquier mención de la religión.

Humphrey Carpenter, en su biografía autorizada, la más famosa, reconocía la importancia absoluta de la fe de Tolkien en su vida pero, explica Ordway, "la presenta como una convicción privada que basa en el amor a su madre, no entra en detalle". Hay que apuntar que Carpenter era hijo de un obispo anglicano de Oxford y en cierto momento de su vida se alejó de todo interés por lo religioso: desarrolló un "punto ciego" respecto al tema de fe. También acabó por desinteresarse del todo por Tolkien y sus amigos literarios los Inklings.

La fe de Tolkien, biografía espiritual, por Holly Ordway.

Otros autores como Philip y Carol Zaleski, Bradley Birzer e incluso Joseph Pearce (converso al catolicismo) se centran mucho más en los textos de Tolkien desde lo literario que en hacer un trabajo biográfico. Para estudiar la fe de Tolkien desde su obra literaria Ordway recomienda The Power of the Ring, del difunto Stratford Caldecott (converso al cristianismo con 27 años, desde la Nueva Era y el orientalismo), JRR Tolkien's Sanctifying Myth, de Bradley Bizer; The Gospel according to Tolkien, de Ralph C Wood; The Ring and the Cross (una selección de Paul E Kerry y Pagan Saints in Middle Earth, de Claudio A. Testi. 

La misma Ordway, además de filóloga y gran conocedora del autor, es también conversa. Se crió en una familia sin religión alguna (aunque muy amante de la Navidad, detalló), mucho tiempo se consideró atea, después se hizo protestante (lo contábamos ya en 2013) y posteriormente católica (en 2020 recomendábamos su libro-testimonio razonado Dios no va conmigo).

"Yo misma soy cristiana y católica; llevo treinta y tantos años reflexionando y escribiendo sobre Tolkien; lo hacía cuando era una estudiante agnóstica; escogí su obra como tema de mi tesis siendo una graduada atea y más tarde siendo una cristiana protestante en un colegio secular enseñe su literatura casi una década en esa época. Me habría sido muy útil un libro como este", comenta, con cierto toque de humor.

Sí, la fe es importante en la obra tolkiniana

Pero ¿es importante la fe de Tolkien en su obra? Transcurre sobre todo en un mundo de fantasía... Pero según la carta de Tolkien a Deborah Webster en 1958 sí lo es. Él enumeraba cosas que tenían relevancia para entender a un autor. Hablaba de "algunos hechos fundamentales en verdad significativos: por ejemplo, nací en 1892 y viví mis primeros años en La Comarca en una era premecánica; pero lo que es todavía más importante, soy cristiano, lo que puede deducirse de mis historias, y católico apostólico romano por añadidura".

Así, el mismo Tolkien dice que su fe es significativa para su obra. "Mencionar una influencia no es negar las demás", dice la autora, destacando que el mismo Tolkien considera ese factor "todavía más importante" que otros.

El libro tiene 360 páginas de texto que se leen muy bien. Se completa con 100 páginas de notas sobre citas bíblicas, literarias, fuentes y comentarios. Incluye además 40 páginas de fotografías interesantísimas qué nos trasladan a su época y amistades.

Holly Ordway documentándose sobre Tolkien, Lewis, los Inklings y su época.

Explicar cosas católicas a quien no sepa nada de catolicismo

Ordway quiere explicar al lector, quizá muy alejado de la cultura católica (como ella hace pocos años) de cosas como la devoción mariana o el significado de la Eucaristía, o la doctrina del Purgatorio o lo que hace un monaguillo.

Pero también un católico español culto de hoy aprenderá cosas peculiares del catolicismo que vivió Tolkien hace 100 años en Inglaterra, con prácticas y devociones de su peculiar época y contexto, distintas a lo que conocen hoy muchos católicos practicantes.

La autora intenta perfilar muy bien el contexto religioso que vivió el escritor. Tolkien perteneció a una minoría mirada con suspicacia: era católico en un país protestante. Incluso hoy el rey de Inglaterra no puede ser católico, y cuando Tolkien nació aún había cargos vetados a católicos. Tolkien simpatizaba con personas de otras minorías que se tomaran en serio su fe.

El testimonio de los que le conocieron

Sus hijos y nietos, y amigos y alumnos, hablaron de la fe sincera y profunda del escritor. El capellán del hospital que lo atendió bastante tiempo, ya anciano, decía: "Nunca puso su fe sobre el mostrador diciendo 'esto es lo que hay, chicos', pero sabías que, de toda la gloria de la que disfrutó, lo único importante para él era su fe".

Ordway da mucha importancia a su formación, y convivencia como huérfano, con los oratorianos de Birmingham, con los que siempre mantuvo el trato. Ella detecta en Tolkien rasgos de San Felipe Neri por quién tenía devoción. San Felipe Neri no dejó casi textos para la posterioridad (los hizo destruir por humildad): ¿cómo habría sido un Tolkien educado con textos de Neri?

Ordway llegó a hablar en persona con Priscilla, la hija de Tolkien, ya anciana, que murió poco después. Ella le confirmó que las cartas del escritor "son su voz consciente y auténtica" y advertía a la estudiosa: "cuando el escritor nos habla directamente con su propia voz es más difícil desoír lo que realmente te está diciendo, puede que esto último no sea de tu agrado", avisaba Priscilla.

Pero la misma Ordway, en este libro y en el anterior, constata y advierte que Tolkien a menudo decía cosas exageradas, con dobles y triples sentidos, algunos de ellos humorísticos, pensando en un oyente culto y un debate chispeante. No hay que leer algunas de sus improvisaciones como aforismos de sabiduría. Es distinto cuando leemos sus cartas repasadas y revisadas, las cartas de un perfeccionista.

Los defectos de Tolkien: nada metódico, escrupulosidad, perfeccionista

"¿Un santo de yeso? No. ¿Un cristiano de cartón piedra? No. ¿Un hombre complejo, fascinante, con defectos, devoto, divertido y brillante? Creo que sí", resume la estudiosa.

Ordway admira a Tolkien, pero busca al hombre real, con sus defectos y virtudes. "Es cierto que era un hombre lento y nada metódico como observó C.S. Lewis con cariñosa exasperación. Pero también eligió poner las necesidades de los demás por delante de las suyas. Su editor Rayner Unwin admitió: 'Así como no era capaz de refrenar sus tendencias perfeccionistas, tampoco tenía la arrogancia que permite a los hombres ocupados elegir su rumbo a través de las presiones que los rodean, quería agradar a todo el mundo'"

"Es cierto que tenía sus defectos", dice Ordway. "Uno de ellos era su escrupulosidad. Otro era cierta vena pedante, unas ganas de llevar la contraria que podían desembocar en irascibilidad. Podía ser hipersensible a los desaires que creía ver y llevar la cuenta de ellos, como sucedió con el recuerdo décadas después de lo que consideró rechazo por parte de Lewis a su devoción por San Juan. Era un hombre con sus defectos y él lo sabía, por lo que recurría con frecuencia al sacramento de la confesión".

La biógrafa, al centrarse en los temas espirituales, cubre multitud de asuntos interesantes:

- el contexto católico de la época;
- la fe de su madre viuda, conversa culta y pobre;
- su infancia con los oratorianos, incluyendo al español Francis Morgan, que sería su tutor, pero mencionando también la influencia de los otros (sobre el padre Morgan, sigue siendo obligatoria la obra del español José Manuel Ferrández Bru);
- su noviazgo con una chica mayor que no era católica;
- los años en Leeds con niños pequeños, cuando se enfrió un tiempo su práctica religiosa;
- su devoción a la Eucaristía,
- su visión a la vez romántica y realista del amor;
- lo que la fe le ayudó ante el trauma de la Guerra Mundial :
- su devoción mariana (lea aquí sobre su poema mariano perdido);
- su relación amistosa con el escritor CS Lewis, y con otros Inklings;
- la vida de los católicos en el mundo académico inglés;
- tres santos que admiraba: San Juan, Bernadette Soubirous y Tomás Moro (lea aquí sobre Tolkien y Lourdes);
- su vida parroquial.

Tolkien y su trato con no católicos

Ordway ha sido bastantes cosas distintas en su itinerario espiritual y le interesa explorar cómo Tolkien se trataba con personas de distintas opciones religiosas. Pone un ejemplo de cada una: una alumna católica no practicante, su hijo Michael en su época de dudas, su amigo protestante Warren Lewis, por quién rezaba en la enfermedad hablando de la intercesión de María, y su amigo Robert Murray, culto agnóstico en búsqueda que luego sería sacerdote.

Ordway dedica otro capítulo a su visión de la mujer: "compañeras de naufragio" escribió con realismo Tolkien, recordando que vivimos todos en un "mundo caído", aunque sus obras abundan en damas admirables.

Los cambios del Vaticano II

Otros dos capítulos detallan su experiencia con la Iglesia posterior al Concilio Vaticano II. "No soy ni un reformador ni un embalsamador", dijo, evitando encajonarse. Comparaba la fe, como los idiomas, a un árbol: tiene raíces, pero va desarrollando ramas nuevas. La idea de "desarrollo" (biológica, vegetal) la usaba también el cardenal Newman y el Papa Benedicto XVI que beatificó a Newman en su viaje a Inglaterra.

Tolkien era de actitud conservadora, pero no encajaría del todo con un enfoque tradicionalista. Su línea o sensibilidad era cercana a la de Newman o San Felipe Neri. Parte de su disgusto con los cambios litúrgicos era, sobre todo, lingüístico: como lingüista amaba el latín, lo dominaba y usaba desde niño, y no le gustaba que se hubiera retirado.

La traducción al español del libro de Ordway es cuidadosa y atenta; la ha hecho Mónica Sanz, gran conocedora de la obra de Tolkien, que en los últimos años ha colaborado en corregir nuevas ediciones al español de los libros del autor británico.

La fe de Tolkien, de Holly Ordway, es un libro imprescindible para cualquier católico admirador de Tolkien y muy interesante para todo entusiasta tolkiniano que quiera entender su época y su vida interior.  Esta biografía es ya un clásico, y lo será durante mucho tiempo.

(Sobre la Asociación Tolkien Católica de España, lea aquí).