Más de un centenar de feligreses se había reunido para la eucaristía en la iglesia de Sayida An Nayá (Nuestra Señora del Socorro), en pleno centro de Bagdad. Fue entonces, en torno a las cinco de la tarde, cuando comenzaron a escuchar deflagraciones y disparos. El 1 de noviembre, Al Qaeda asesinó a 46 feligreses -incluidas ocho mujeres y cinco niños-. Otras sesenta personas resultaron heridas.
Las fotografías servidas cuatro días después del ataque por la agencia EPA mostraban el altar destrozado, el dolor de los testigos, la burocrática gestión del horror, el impacto de las balas en las paredes y, arriba, en las alturas, decorando el ábside de una de las principales iglesias católicas de Irak, unos lienzos con imágenes familiares, muy familiares... ¿Murillo en Bagdad? Pues sí.
El ábside de Sayida An Nayá está resuelto con copias de Murillo. Por supuesto, "son de escasa calidad y recientes en el tiempo, probablemente del siglo XX", afirma el profesor de la Universidad de Alcalá Benito Navarrete, comisario de la exposición ´El joven Murillo´. En concreto, se trata de reproducciones la Inmaculada de Soult, también conocida como la de los Venerables, la Anunciación -ambos lienzos hoy en el Museo del Prado-, el Taller de Nazareth y la Adoración de los pastores.
Más allá de la calidad artística de las obras -nula, con toda seguridad-, lo extraordinario está en su localización, Bagdad, situada a 4.537 kilómetros de Sevilla, la ciudad natal del pintor y de la que, paradójicamente, apenas salió en sus 64 años de vida. "Hasta en épocas recientes, muchas iglesias tienen copias de Murillo. Claro, aquí lo verdaderamente llamativo es su localización en Irak", conviene Benito Navarrete.
La utilización de modelos iconográficos de Murillo para decorar una iglesia en Bagdad en pleno siglo XXI es un ejemplo más que claro de su éxito. Pero, ¿qué explicaría la vigencia y la difusión de los mismos? "La pintura de Murillo tiene una fuerza devocional que se convirtió en un icono. Ahí está la razón de que aún hoy traspase fronteras y criterios estéticos tan diferentes", explica Benito Navarrete, asesor científico del Centro Velázquez de la Fundación Focus-Abengoa.
Es cierto. Difícilmente se puede encontrar imágenes más populares y reproducidas que las Inmaculadas de Murillo, que pintó en torno a la treintena de cuadros con la representación de la advocación mariana, sólo superado por su contemporáneo José Antolínez. Zurbarán, Ribera o el propio Velázquez también pintaron Inmaculadas, pero Murillo las inmortalizó. "Las representaciones de la doctrina por Murillo no sólo se consideraban claras, sino definitivas", afirma Suzanne Stratton en el estudio La Inmaculada Concepción en el arte español.
De 1653 es la primera interpretación que realiza el pintor sevillano sobre la Inmaculada, pintada para la hermandad de la Vera Cruz en el convento de franciscanos, hoy Palacio Arzobispal de Sevilla -y que pudo verse en la exposición ´El joven Murillo´-, acompañada del franciscano Fray Juan de Quirós. De fecha cercana es la llamada "Colosal", procedente del convento de San Francisco, hoy en el Museo de Bellas Artes hispalense.
"Ambas parecen depender del prototipo de Ribera, unos 20 años anterior, y se separan definitivamente de los modelos de Pacheco, Zurbarán y el joven Velázquez. Grandiosas, dinámicas, en movimiento ascensional, con túnica blanca y amplio manto azul que se mueve al viento, anuncian ya las sucesivas interpretaciones de esta advocación que vendrán a ser la creación más popular del artista", recalca el profesor Alfonso E. Pérez Sánchez en el volumen ´Pintura barroca en España (16001750)´.
¿Qué explica la proliferación de las representaciones de la Inmaculada Concepción en el arte español de los siglos XVI y XVII? Por supuesto, el notable entusiasmo popular por la devoción, que recibió en aquel entonces un enorme impulso de las altas esferas, incluso de la mismísima corte de los reyes de España, tal como demostró Suzanne Stratton. En Sevilla, este fervor adquirió tintes verdaderamente convulsos ante la intensidad de las campañas impulsadas por partidarios y detractores. Buen ejemplo de ello es el volumen de impresos, estampas, libelos y coplas difundidos entonces con ese propósito y que hoy se conservan.
Por supuesto, los artistas no se quedaron al margen de la controversia. Lógicamente, por motivos de trabajo -la devoción generó un número importante de encargos-, pero también por razones de fe. "Por lo general, los artistas participaron muy activamente de la fe en la que el pueblo creía. Y aún más Murillo, un hombre profundamente religioso. Está fuera de toda duda que él tomó partido por la causa", afirma el catedrático de la Universidad de Sevilla Emilio Gómez Piñol. "Como Martínez Montañés en escultura, Murillo logra en la pintura una representación casi canónica de la Inmaculada", concluye.