Son abundantes las pruebas de que, en una Inglaterra virulentamente anticatólica, William Shakespeare fue un católico clandestino que tuvo que ocultar su fe para sobrevivir pero dejó abundantes rastros de ella en sus obras. El escritor inglés Joseph Pearce ha consagrado a esta cuestión una de sus biografías, y recientemente publicó en Catholic Herald un artículo sobre uno de esos rastros: los santos presentes, a veces de forma subrepticia, en las obras del Bardo de Avon.

 

Mira bien y encontrarás a los santos en Shakespeare

Cuando la mayoría de nosotros pensamos en Shakespeare, no le relacionamos directamente con los santos. Tal vez pensaríamos en la obra Tomás Moro, en la que colaboró junto a otros dramaturgos y que fue prohibida mientras vivió por su delicada perspectiva pro-católica. Podríamos relacionarle con el retrato positivo de Eduardo el Confesor en Macbeth o el menos positivo retrato de Juana de Arco en la primera parte de Enrique VI.

El único manuscrito que se conserva de William Shakespeare (1564-1616) corresponde a su libro sobre Tomás Moro (1478-1535). Imagen: British Library. Shakespeare es conocido como "el Bardo de Avon" por su nacimiento y muerte, en ambos casos un 23 de abril (San Jorge), en Stratford on Avon, al sur de Birmingham.

En Macbeth presenta a Eduardo como el perfecto modelo de rey cristiano, por contraste con el malévolo y macabro Macbeth, que sirve como modelo del “príncipe” maquiavélico. En Enrique VI, Shakespeare asume la perspectiva inglesa de su tiempo sobre la heroína francesa como una hereje, aunque eso no supone, como a muchos críticos les gusta alegar, un signo de anti-catolicismo en el Bardo. Al contrario, ya en la época en la que casi todos los ingleses eran católicos, casi todos los ingleses tenían una opinión negativa sobre la Doncella de Orleáns: formaba parte de la mitología nacional satanizar a aquella extraña mujer a quien los franceses adoraban.

Para los ingleses, Juana era más una hechicera que una santa mártir. (¿De qué otra forma la imaginación patriótica podía justificar que fuese quemada viva?) Con respecto a Juana de Arco y Tomás Moro, hay que recordar también que ninguno de ellos fue canonizado hasta el siglo XX, cuatrocientos años después de que Shakespeare abandonase el mundo de los vivos. No escribía sobre santos reconocidos, sino sobre personajes históricos, a uno de los cuales ciertamente admiraba y a la otra aparentemente no.

Santa Juana de Arco (1412-1431): símbolo para los franceses, incluso los no católicos, y anti-símbolo para los ingleses, incluso los católicos... al menos hasta su beatificación (1909) y canonización (1920).

Otro santo que aparece en las obras de Shakespeare, al menos por alusiones, es San Francisco. Está presente en la descripción de santos frailes como fray Lorenzo en Romeo y Julieta, fray Francisco en Mucho ruido y pocas nueces, fray Lorenzo y fray Patricio en Los dos hidalgos de Verona, y los franciscanos y las Hermanas Pobres de Santa Clara en Medida por medida.

En ésta última, sin duda la más abiertamente católica de las obras de teatro de Shakespeare (escrita durante la breve tregua en la persecución contra los católicos que siguió a la coronación de Jacobo I), nos presenta a Isabela, una santa novicia de las Hermanas Pobres de Santa Clara, que rivaliza con Cordelia [El Rey Lear] y con Porcia [El mercader de Venecia] como icono de una feminidad idealizada.

San Francisco también aparece varias veces, aunque en espíritu, en El Rey Lear. Está presente en la santa pobreza del "pobre Tom" [mendigo], quien acompaña con una balada franciscana sus palabras de una sabiduría contra-intuitiva y paradójica; y está presente, de forma más dramática, cuando Lear se despoja de sus vestiduras, emulando con su desvergonzada desnudez real el propio despojo que hizo San Francisco de sus ropas para anunciar al mundo su matrimonio con la Señora Pobreza.

Hay, sin embargo, otro santo que aparece varias veces en las obras de Shakespeare pero cuya presencia es relativamente desconocida y pasa desapercibida, como le sucede al propio santo. Se trata de San Robert Southwell, uno de los mayores santos ingleses.

Grabado de la tortura y martirio del jesuita San Roberto Southwell (1561-1595).

El martirio de Southwell se sitúa junto al de otros ingleses como Albano, Tomás Becket, John Fisher o el citado Tomás Moro. Es uno de los Cuarenta Mártires de Inglaterra y Gales, con quienes comparte festividad y de los cuales probablemente el más conocido sea Edmundo Campion, otro santo con quien el joven Shakespeare podría haber coincidido.

Una muestra cierta de las distorsiones de lo que Hilaire Belloc llamó “ridícula historia protestante” es el hecho de que este gran santo, mártir y poeta no sea mejor conocido. Aparte de su puesto indudable entre los Poetas Metafísicos, Southwell ejerció también una poderosa influencia sobre la musa de Shakespeare, inspirando algunas de las mejores líneas del Bardo.

La influencia de la poesía de Southwell puede verse en las respetuosas alusiones de Shakespeare a él en El mercader de Venecia, Romeo y Julieta, Hamlet y El Rey Lear.

En Hamlet, el poema Upon the Image of Death de Southwell es el telón de fondo a la escena del cementerio; en El Rey Lear, el alegato culminante del rey (“Ven, vamos a la cárcel”) está lleno de referencias apenas disimuladas a los mártires jesuitas en general, y al martirio de Southwell en particular.

La referencia de Lear a “los espías de Dios [God's spies]”, una alusión en clave a los jesuitas, está reforzada por su juego de palabras alusivo a la referencia de Southwell a los mártires católicos como “las especias de Dios [God's spice]” en su poema Decease Release [God's spies y God's spice se pronuncian igual en inglés].

No solo Southwell sirvió como musa para Shakespeare, sino que un nuevo libro de Gary M. Bouchard (Southwell’s Sphere. The Influence of England’s Secret Poet) muestra la influencia del carismático jesuita sobre otros grandes poetas ingleses, entre ellos Edmund Spenser, George Herbert, John Donne, Richard Crashaw y Gerard Manley Hopkins [los cuatro primeros, de los siglos XVI-XVII, el último, del siglo XIX].

Para esos pocos afortunados que admiran a Southwell tanto como a Shakespeare, este tan tardío reconocimiento del lugar que aquél ocupa en la historia de la literatura es muy bienvenida. En cuanto al mismo Shakespeare, quien entró y salió del escenario del mundo un día de San Jorge, fue amigo de los santos, cuyo poder invocaba para derrotar a los dragones que infestaban su tiempo como infestan el nuestro.

Por lo que debemos estar siempre agradecidos al Bardo y a los santos que le inspiraron.

Traducción de Carmelo López-Arias.