Coinciden estos días en las librerías 3 libros escritos por periodistas españoles en clave de memorias con la libertad que da el haberse distanciado del día a día, del lugar o de la actualidad, y poder contar lo vivido tal como se ha experimentado y sentido.
Los tres son recomendables y comparten la autenticidad y estilo directo de quien puede hablar sin las cortapisas del periódico o la presión informativa. Son memorias y hablan de lo vivido en primera persona, lo que abre una ventana al alma del periodista.
Estarriol, periodista del Opus Dei, 40 años en Europa Oriental
El volumen más grueso de los tres son las memorias del ya casi legendario Ricardo Estarriol, periodista de La Vanguardia en países comunistas de Europa Oriental durante décadas, en época franquista y después, tituladas Un corresponsal en el frío (Rialp). Son 520 páginas con letra más bien pequeña, con infinidad de pequeños capítulos contando anécdotas periodísticas, espirituales, de contexto político y del Opus Dei, al que Estarriol pertenecía y que ayudaba a difundir.
Es un mix curioso, porque Estarriol -fallecido con 84 años el pasado mayo- trata de dar muchos detalles sobre la situación política de los extraños países que visitaba, aprovechando la perspectiva del tiempo. Y al mismo tiempo cuenta sus experiencias espirituales y de apostolado en circunstancias de lo más estrambóticas.
El libro empieza con una anécdota elocuente: los informes de los servicios secretos comunistas polacos en 1982 sobre el periodista. "Estarriol verifica toda la información recibida de una forma exagerada. A veces busca la confirmación de los hechos en el lado opuesto. Hay que suponer que parte de los materiales no publicados es aprovechada de otra manera, enviándola a los servicios de espionaje", escribía el agente que le espiaba. Proponían "conseguir material comprometido" para "un diálogo operativo", es decir, chantajearle con asuntos de drogas o líos amorosos, pero el informe admite que sería difícil porque "Estarriol es un activista católico casi fanático". Al periodista le hizo mucha ilusión leer años después su ficha.
"Si para un joven periodista español ya era difícil cruzar el Telón de Acero, mucho más era propagar las ideas cristianas del Opus Dei en unos países comunistas donde la religión estaba prohibida", escribe Xavier Mas de Xaxàs en la presentación. "Siendo español, no podía viajar a los países del Este, y aún así lo hacía. Siendo periodista no podía escribir nada desde esos países, y aún así lo hacía. Durante muchos años fue el único corresponsal español al otro lado del Telón de Acero".
Estarriol empatiza con el lector contando su juventud e infancia en Gerona, dando detalles sobre la vida cotidiana, la situación lingüística, familia, la religión, los scouts a los que consiguió apuntarse -bajo cobertura eclesial pero independientes de los grupos de Falange-, su amor a la naturaleza, a viajar y descubrir... Conoció al Opus Dei con unos 15 años y con 22 San Josemaría Escrivá le envió a Austria, puerta de Europa Oriental. Se convertiría en un experto en detectar disidencias en los supuestos monolitismos y hacer amistades cordiales con personas muy distintas.
Es un libro largo que da para muchos días y muchas horas repasando la historia de Europa Oriental y los intestinos, siempre un poco inestables, de sus regímenes comunistas, y, tras la caído del Muro, de la locura nacionalista y etnicista que ensangrentaría los Balcanes.
Daniel Arasa, otro catalán del Opus Dei, viendo pasar glorias vanas
Quien quiera unas memorias de un periodista cristiano pero que sean más cortas y ágiles, tiene el libro reciente de Daniel Arasa, Dios no pide el currículum, de 270 páginas, que se leen en tres sentadas. Como los otros libros, se estructura en capítulos breves y de lectura muy directa. Los beneficios de la venta, cubiertos costes, son para Cáritas, anuncia el autor.
Arasa ha sido periodista más de 40 años, tiene 7 hijos, es doctor en Humanidades y fue redactor jefe de Europa Press de Cataluña durante 26 años. Ha escrito libros sobre la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Civil española y los maquis. En este libro, anuncia desde el subtítulo, quiere hacer "reflexiones espirituales", siempre desde su propia experiencia. Se nutre de la espiritualidad del Opus Dei, pero también de una amplia vivencia profesional y familiar.
Después de muchos años de cubrir información parlamentaria y de gobierno, ahora lo mira con más distancia. "Observándolo ahora desde fuera me lleva a sentir cada vez mayor rechazo hacia lo que allí ocurre. Me daba cuenta mucho menos en otro momento al estar engullido en la vorágine de la información al minuto. ¡Cuánta mentira veo acumulada e institucionalizada!", escribe.
Y con la perspectiva de la edad añade más en el capítulo "El éxito es efímero". "Los protagonistas saben que tienen fecha de caducidad, aunque no quieran pensar en ello. Deportistas famosos dejarán de serlo al cabo de unos años, siquiera sea porque con la edad van perdiendo agilidad y resistencia. Los éxitos empresariales, culturales, políticos, académicos... tampoco son eternos". Cualquiera que siga la política catalana y se pare lo entenderá: ¿dónde están hoy los que eran poderosos e intocables hace 15 años, 10 años, incluso 5 años? Presidentes de la Generalitat todopoderosos, jefes de partidos y de la oposición...
¿No tiene más sentido centrarse en lo perdurable, que es Dios, a través de los hermanos, los sacramentos, el servicio...? Arasa pone más ejemplos: un periodista que durante 30 años salía cada día en televisión cuando sólo había un canal, y al jubilarse, de golpe, ya nadie le invitaba a nada. Jubilados que de repente se dan cuenta que muchas de sus amistades no eran amigos, sino solo contactos.
El mismo Arasa lo nota después de unos 10 años retirado de la primera línea, y eso que tiene una actividad intensa como columnista, colaborador, activista profamilia, en la universidad, promotor del cine de valores con CinemaNet y otros servicios. Pero lo asume con naturalidad y agradecimiento a Dios. Y sospecha que va a morir, o le gustaría, como dice otro capítulo "con las botas puestas, exprimido como un limón", frase que toma de San Josemaría.
"Mientras las facultades físicas y mentales lo permitan hay que seguir dispuesto a aportar al máximo para los demás. En primer término, para nuestra familia, pero de algún modo, también para toda la sociedad". "Quizá esta persona intelectualmente poco formada tiene gran habilidad manual o un carácter excelente para atender a los nietos", añade.
Pero también "a través de instituciones, organizaciones, labores sociales, quizá en la política... Dar a los demás lo que uno tiene por amor a Dios. Darse por completo, sean muchas o pocas las habilidades. La parábola de los talentos no se cancela el día que te jubilas. Sigue el mandato de Jesús de hacer rendir las capacidades al máximo".
Con numerosas anécdotas de viajes, lecturas y trabajos, comentarios sobre canciones muy populares y una absoluta libertad para criticar lo políticamente correcto, el libro de Arasa es una ráfaga de aire fresco que anima al lector a no tener miedo, no dramatizar los fracasos y debilidades y entregarse con generosidad y buen humor, acompañado de reflexiones sobre la vida espiritual en un contexto atareado.
Mikel Ayestaran, un periodista vasco con su familia en Jerusalén
El tercer libro que recomendamos es Jerusalén, santa y cautiva, de Mikel Ayestaran, periodista vasco, corresponsal trotamundos que en 2015 se estableció en Jerusalén con su mujer y sus dos hijos. A lo largo de 230 páginas nos lleva por la Ciudad Santa como si acompañara a un amigo, contando lo que ha vivido y lo que ha descubierto, no sólo él como periodista, sino su familia, como expatriados.
Aunque escrito en primera persona y lleno de anécdotas relevantes, lo personal es poco, aunque vívido, mientras que lo periodístico es mucho. Se lee de tres tirones y si uno viaja a Tierra Santa querrá llevarlo consigo.
Empieza explicando como se asienta en el barrio de Musrara con su familia, y las peculiaridades del lugar. Después apuntan los niños a 'Hogwarts', que es en realidad la Escuela Anglicana a la que van muchos extranjeros en lengua inglesa. Aprendemos otras experiencias de su día a día, como que en el parque los niños de familia ultraortodoxa escupen a sus hijos, al parecer como acto religioso, o que a veces hay que gritar y ponerse maleducado para conseguir, por ejemplo, que las chavalas israelíes con metralleta del servicio militar alejen las armas de los niños.
Ayestaran después nos pasea por el Barrio Musulmán, nos presenta personajes curiosos, familias importantes del lugar, debates sobre gastronomía ("la guerra del hummus"). En el Barrio Cristiano nos habla de un tatuador, de vendedores de antigüedades, de Santiago de Míchigan (que va descalzo, vestido como Jesús y con bastón por la Ciudad Vieja, como símbolo de la presencia de Cristo; es católico, estudió con los jesuitas de Ohio y no se pierde ninguna misa ni oración) y del Colegio Español, de status peculiar, dedicado a la Virgen del Pilar, aunque hoy sus religiosas son más bien hispanoamericanas.
Tras un repaso al barrio armenio y su comunidad, dividida tristemente en facciones, acude al Barrio Judío, para explicar las distintas comunidades que hay, la sinagoga cadaíta (grupo que no admite la tradición de los fariseos y el judaísmo rabínico mayoritario), los servicios de seguridad y algunos de sus abusos y los conflictos sobre la arqueología o los cementerios.
Habiendo mostrado el día a día -que ya veíamos que estaba impregnado de religión e historia-, el penúltimo capítulo se centra en tres lugares santos: el Santo Sepulcro, la Explanada de las Mezquitas y el Muro del Templo.
Ayestarán es un periodista atento y ha vivido allí 6 años, pero no es hombre de fe. Usa palabras de Emmanuel Carrère para enumerar el Credo, "una oración en la que cada frase es un insulto a la cordura: [...] un judío nacido de una virgen resucitó y volverá para juzgar a los vivos y los muertes".
"No he tenido esa experiencia renovadora de la que tanto me había hablado Santiago", escribe, "pero al menos me he acordado con intensidad de mi abuela Jesusa, tanto que me animo a cocinar unas albóndigas con tomate como las que ella me preparaba cada sábado. A la espera de esa Jerusalén celestial de la que suelo hablar con Santiago de Míchigan en nuestros paseos por la Ciudad Vieja y que Salvador [franciscano mexicano de Guadalajara que cuida el Sepulcro] también me presentó como 'una patria eterna, una verdad que transformará la realidad actual en realidad perpetua, la realidad de Dios', sigo buscando en mi vida personas buenas como mi abuela Jesusa, personas en las que poder creer".
Las piedras históricas y los libros ayudan a muchos, la experiencia de los abuelos y veteranos también. De alguna manera, estas 3 memorias de periodistas se complementan.