El prejuicio que considera ciencia y religión como incompatibles es solo eso, un prejuicio, porque "la existencia de Dios es sostenida por la lógica y el razonamiento científico". Lo explica con abundancia de argumentos el teólogo Scott Ventureyra en un reciente artículo en Crisis Magazine:
Scott Ventureyra es doctor en Teología por la Universidad Dominica de Ottawa (Canadá).
La Ciencia y la Teología cristiana se informan mutuamente
La conciencia popular en Occidente ha afirmado una y otra vez, como si se tratara del retoque de un tambor, que la ciencia y la teología están en un amargo conflicto. Recientemente, el biólogo evolucionista Jerry Coyne ha afirmado, en un artículo predecible, que ambas son incompatibles y están en guerra. En los últimos años, los científicos materialistas han impulsado -a toda velocidad- la idea según la cual la ciencia es un faro de luz y la religión es, como mucho, un cuento de hadas arcaico que no ofrece más que una falsa esperanza y, como mínimo, una locura colectiva que impide el progreso y la razón humanas, causando la mayoría de las guerras y un daño psicológico irreparable a los seres humanos. La verdad es que los regímenes explícitamente ateos han causado mucho más derramamiento de sangre que todas las guerras de religión juntas; sólo el 7% de las guerras han sido explícitamente religiosas (es decir, 123 de los 1763 conflictos violentos en más de 3500 años). [Pincha aquí para leer el exhaustivo análisis al respecto publicado en ReL.]
Esta especie de análisis superficial me recuerda un libro, Contacto, escrito por el astrónomo, ya fallecido, Carl Sagan, que fue llevado a la gran pantalla en 1997. Sagan perpetuó el mito de que la teología y la ciencia estaban en conflicto permanente. La película presenta a Ellie Arroway (interpretada por Jodie Foster, que creo que era, en cierto modo, la representación en femenino del propio Sagan), una astrónoma obsesionada por conseguir que el programa SETI (Search for Extra-Terrestrial Intelligence [Búsqueda de inteligencia extraterrestre]) salga adelante, y al hombre del que está enamorada, Palmer Joss (interpretado por Matthew McConaughey), un teólogo que defiende que la ciencia y la teología han fracasado en proporcionar soluciones a la angustia existencial de la humanidad.
En una escena que es importante para nuestra discusión, Arroway conjetura que la ciencia ha demostrado la no existencia de Dios dado que actúa demostrando cosas y no ha encontrado la prueba de que Dios exista. Joss replica pidiendo a Arroway que demuestre su amor por su padre, ya fallecido. La observación formulada por Joss es correcta si lo que él quiere decir es que la ciencia no puede dar respuesta a la experiencia subjetiva del amor. La observación empírica de las conexiones causales entre los estados emocionales y los acontecimientos neuroquímicos y fisiológicos dentro del cerebro y otras partes del cuerpo humano proporcionarían sólo un nivel de análisis (p. ej., una explicación física), y no la sustancia o el objeto del amor de una persona; el amor implica un acto de la voluntad y del intelecto que no se puede reducir a lo material.
Tras ver de nuevo Contact después de un cierto número de años, me he preguntado cómo podría enfrentarme a la afirmación de Arroway. Siento consternación al ver que muchas personas de distintas denominaciones cristianas han recibido respuestas insustanciales y equivocadas a preguntas legítimas. La relación entre la ciencia y la teología es el obstáculo fundamental para muchas mentes inquisitivas (al menos en la superficie). Por otra parte, me produce angustia ver el enfoque desorganizado de muchos creyentes cuando se trata de articular y comprender los argumentos y razones que sostienen la fe cristiana. Es obvio que el cristianismo está atravesando una crisis intelectual, que el analfabetismo filosófico y teológico ha invadido nuestra cultura. El creyente medio se sorprendería de saber que hay numerosas razones convincentes para aceptar la existencia de Dios (incluyendo la concepción cristiana de Dios). También sería causa de asombro para los cristianos laicos saber que la ciencia y la teología no están en conflicto, sino que se informan mutuamente. He intentado demostrar la verosimilitud de estas dos propuestas en mi libro: On the Origin of Consciousness [Sobre el origen de la conciencia].
Una consideración histórica
Un primer ejemplo histórico de cómo la teología y la ciencia pueden integrarse lo encontramos en la obra del filósofo cristiano del siglo VI Juan Filópono. Pensador poco conocido fuera de los círculos académicos, especializado en Filosofía de la antigua Grecia, Filópono era conocido por sus comentarios polémicos y no polémicos sobre la obra de Aristóteles. Siguiendo este enfoque único, escribió mucho rebatiendo la noción aristotélica de la eternidad del mundo. La creencia de Filópono de que Dios creó el universo de la nada jugó un papel muy importante en el cuestionamiento de la filosofía dominante de su tiempo.
De Mundi Aeternitate [Sobre la eternidad del mundo], de Juan Filópono (490-570), en una edición de 1557 que se conserva en la Universidad Complutense de Madrid.
Muchos cristianos y judíos se sentían incómodos por esta doctrina de la creatio ex nihilo y estaban divididos sobre si la creación de Dios partió de una materia preexistente que fue reorganizada, o si Dios creó la materia de la nada. La razón para este sentimiento de incomodidad lo causaba precisamente el consenso filosófico natural que apuntaba a un pasado eterno. Como observa el filósofo y famoso experto en Filópono Richard Sorabji: "Hasta el año 529, los cristianos estaban a la defensiva. Argumentaban que un principio del universo no era imposible. En 529, Filópono cambió de opinión y atacó. Argumentó que un principio del universo era obligatorio, y preceptivo según los propios principios paganos".
Instrumental para el enfoque de Filópono fue la separación entre el Creador y la creación. Esta creencia le permitió argumentar no sólo que el pasado era finito, sino también que el sol estaba hecho de fuego, que él consideraba una sustancia terrestre opuesta a la sustancia celeste. Así, Filópono estableció que los cuerpos celestes no son divinos y están sujetos a la descomposición, desmantelando de este modo una doctrina fundamental aristotélica frente a una doctrina cristiana. El punto de vista cristiano de Filópono también le permitió crear un sistema coherente de pensamiento con el que podía proporcionar razonamientos y pruebas que apoyaran su sistema de creencias, beneficioso para los descubrimientos científicos. Los historiadores de la ciencia han observado que el rigor de Filópono fue útil para la dirección que, más tarde, tomó la cosmología.
Filópono propuso un argumento silogístico para la existencia de Dios:
Todo lo que llega a ser tiene un motivo para llegar a ser.
El universo llegó a ser.
Por consiguiente, el universo tiene un motivo de su llegar a ser.
Así, la comprensión que tenía Filópono de la realidad, fuertemente influenciada y guiada por su fe cristiana, produjo varios resultados que son relevantes hoy en día. Su razonamiento teológico y filosófico ha sido confirmado por la ciencia empírica moderna, que afirma que el universo no es eterno. Esta afirmación se ha hecho a través de dos líneas de razonamiento: la primera, el modelo estándar del bing bang, que defiende la expansión del universo; y la segunda, la ley de la termodinámica. Sorprendentemente, ambas se remontan al pensamiento de Filópono. A pesar de que la prueba proporcionada por las ciencias empíricas es claramente provisional y puede, desde luego, cambiar en el futuro, tenemos buenas razones para creer en el principio del universo tal como fue establecido por los datos científicos modernos. Filópono, en el siglo VI, ejemplifica la fuerte consonancia entre ciencia y teología a principios de la Edad Media.
La tesis cosmológica de Kalam, que expuso Filópono.
La tesis de Filópono relativa a la finitud del pasado ha llegado a ser conocida como la tesis cosmológica de Kalam. Hoy, su mayor defensor es el filósofo y teólogo William Lane Craig.
La interacción entre ciencia y teología
Los supuestos concernientes a la inteligibilidad y la racionalidad de la realidad dieron forma a una gran parte del empirismo en la ciencias, como también al uso de las matemáticas para describir los procesos naturales. La percepción y la comprensión teológicas fueron de inspiración al desarrollo del pensamiento científico moderno. Esto es verdad, sobre todo, en grandes mentes científicas como las de Isaac Newton, Johannes Kepler, René Descartes, Galileo Galilei y Nicolás Copérnico, que postularon que la estructura de la realidad física es cognoscible. Estas ideas explícitamente teológicas -según las cuales hay inteligibilidad y comprensibilidad en la realidad debido al papel de Dios como Creador-, inspiraron a los científicos que adoptaron un tipo de modo de pensar de ingeniería inversa (en la que los humanos podían incluso modificar y perfeccionar la creación) para comprender cómo fueron creadas las cosas (este era, precisamente, el modo de pensar puesto en práctica por Isaac Newton). Esto nos ayudaría a percibir cómo funcionaba el universo. La cuestión aquí es que, desde los primeros tiempos de la era moderna hasta principios del siglo XX, los científicos recibían la ayuda explícita de las ideas y nociones teológicas para discernir la existencia y la actuación de la naturaleza. La inevitable conclusión es que la ciencia moderna nació de la visión cristiana del mundo: las nociones teológicas construyeron un marco para la investigación y los descubrimientos científicos. A lo largo de la historia, el pensamiento teológico y la ciencia han caminado juntos la mayoría de las veces.
Con el fracaso del principio de verificación, el campo de la ciencia y la teología tuvieron un discurso floreciente, con un gran potencial para nuevos descubrimientos e ideas. A pesar de las caricaturas habituales según las cuales estos dos grandes campos estarían en desacuerdo entre ellos, a lo largo de la historia han tenido mucho que decirse el uno al otro (tal como demostró Filópono con sus ideas y razonamientos). Esta colaboración continúa hoy en día. A partir de los años 60 surgieron toda una serie de publicaciones dedicadas a este diálogo. Entre ellas: CTNS: Theology and Science Journal, The European Journal of Science and Theology, Zygon: Journal of Science and Religion, y la última llegada: Philosophy, Theology and the Sciences. Desde luego, este ámbito va en aumento y crece el interés entre los expertos de una gran variedad de disciplinas.
También ha habido una serie de tipologías, ofrecidas por científicos y teólogos como Ian Barbour, Ted Peters, Willem Drees, John Haught y Robert John Russell, que han trazado la relación entre ciencia y teología. De estas, la que tiene el método más prometedor es el Creative Mutual Interaction [Interacción mutua creativa] (CMI) de Russell. Lo que es novedoso y prometedor sobre este método es que no sólo los programas de investigación científica influyen en los programas de investigación teológica, sino que los programas de investigación teológica influyen, a su vez, en los programas de investigación científica. Russell utiliza una teología de la naturaleza para su CMI. En mi libro lo he transpuesto y he utilizado, en cambio, una teología natural para mi método CMI. La teología natural funciona como un intento racional de aducir la existencia y el propósito de Dios en la naturaleza a través de la comprensión del mundo natural (mediante la utilización de instrumentos filosóficos y la mejor evidencia científica disponible, sin la ayuda de la revelación bíblica). En cambio, la teología de la naturaleza de Russell comienza por la tradición cristiana a través de la experiencia religiosa, y la revelación histórica y bíblica. Además, la teología de la naturaleza sugiere que determinadas doctrinas cristianas pueden necesitar una revisión a la luz de los hallazgos científicos modernos. Ambos enfoques tienen sus resultados y sus objetivos.
Inteligibilidad, ciencia y Dios
Un razonamiento intrigante que surge a partir de los años 70 lo encontramos en la obra del filósofo y teólogo Bernard Lonergan Insight: Estudio sobre la comprensión humana.
Sostiene que el pensamiento cristiano fue un componente vital para el surgimiento del pensamiento científico moderno (tal como se ha explicado antes).
El jesuita canadiense Bernard Lonergan (1904-1984) fue profesor de Teología en la Pontificia Universidad Gregoriana y también dio clase dos años en la Universidad de Harvard.
Lonergan demuestra la existencia de Dios basándose en la inteligibilidad. Lo relacionaré con un razonamiento científico. El propio razonamiento de Lonergan se presenta así:
Si lo real es totalmente inteligible, entonces la inteligibilidad total existe. Si la inteligibilidad total existe, la idea de ser existe. Si la idea de ser existe, entonces Dios existe. Por lo tanto, lo real es totalmente inteligible, Dios existe.
Vale la pena observar que la inteligibilidad finita se basa en la inteligibilidad total. El hecho de que seamos capaces de formular leyes científicas generales, de utilizar las matemáticas y la lógica, de poseer la capacidad de comunicar y de discernir la verdad en sus diferentes manifestaciones, es un reflejo de una inteligibilidad ilimitada; el tipo de cosa que esperaríamos si hay una correspondencia entre la realidad y nuestra mente.
El filósofo y teólogo Jay Richards y el astrofísico Guillermo González han desarrollado un razonamiento basado en la ciencia que es de gran relevancia para el razonamiento de Lonergan sobre Dios y la inteligibilidad. Proporciona la base científica para el razonamiento onto-epistémico de Lonergan. En su libro El planeta privilegiado, Gonzalez y Richards exponen un razonamiento científico con profundas implicaciones metafísicas, y proporcionan un sinfín de pruebas distintas para sugerir que la tierra ocupa un lugar especial en el cosmos.
Su razonamiento se opone a la noción popular sostenida por muchos científicos y popularizada por Carl Sagan. Según Sagan, la Tierra no tiene un lugar especial o privilegiado en el cosmos, y es sólo un insignificante accidente cósmico, al que él apodó un "punto azul pálido".
El Voyager 1, lanzado al espacio en 1977 y todavía activo tras salir del Sistema Solar, envió en 1990 una foto de la Tierra, apenas un punto azul pálido en el centro de la franja naranja de la izquierda.
El libro Un punto azul pálido y la expresión que le da título se los inspiró una famosa fotografía de la Tierra tomada el 14 de febrero de 1990 por la sonda espacial Voyager 1, que retrató a la Tierra como una pequeña mota en la inmensidad del espacio y las bandas de luz solar. Esto está muy relacionado con el -equivocadamente llamado- Principio de Copérnico, que Gonzalez y Richards refutan. Gonzalez y Richards argumentan que hay una profunda correlación entre la habitabilidad y la capacidad de observación científica. El hecho de que nosotros existamos en un tipo especial de planeta (la Tierra) está también relacionado con el hecho de que estamos en este lugar, con un objetivo, para observar el universo y descubrir, medir y comprender una gran parte del cosmos. Ambos proporcionan ejemplos de esta correlación entre habitabilidad y mensurabilidad. Richards y Gonzalez ilustran, de manera científica, la verdadera inteligibilidad que Lonergan describe como intrínseca a la realidad, basada en el origen último de toda inteligibilidad.
Así, hemos analizado diversos razonamientos que demuestran que ni la ciencia ni la razón están en conflicto con la teología. La existencia de Dios es sostenida por la lógica y el razonamiento científico. De hecho, el culpable real de la disonancia entre ciencia y religión lo tenemos en una visión del mundo ateológica del naturalismo metafísico, a saber: la naturaleza es todo lo que hay y no existen seres sobrenaturales como Dios. Es un prejuicio filosófico que tiene poca base en la ciencia actual y que es desafiado, cada vez más, tanto a nivel filosófico como científico. Un creyente en Dios Creador no encontrará esto sorprendente; más bien al contrario, para él será fuente de consuelo saber que los científicos contemporáneos reconocen, en mayor medida, la deuda que la ciencia moderna tiene con la teología.
Traducción de Elena Faccia Serrano.